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Arrebatos

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De un tiempo a esta parte -cosa de las malditas y (Inch’Allah) efímeras tendencias digitales-, resulta aborrecible leer constantemente en los medios que se llaman gastronómicos apalancados en las redes -desde webs o blogs irrelevantes hasta diarios como Marca o La Vanguardia, y me quedo corto- artículos y artículos que, para dar pátina de autenticidad y estimular la lectura de los más incautos y asténicos, proponen todo tipo de recetas y trucos culinarios con la coletilla “de la abuela”, esa recurrente y vacía metáfora que desde hace décadas carece de realidad y sólo apela a un simulacro de nostalgia, como diría Baudrillard.

Paralelamente a este vicio abominable, otra muletilla nefanda ha colonizado también, y sin sonrojo, los medios gastroalimentarios de Internet: el aval de la Universidad de Harvard para todo, con títulos tipo “El producto que alarga la vida, según Harvard” y otras lindezas de la misma calaña rozando en muchos casos el fake.

La apoteosis de estas atrocidades periodísticas e ignominias informativas me la he cruzado esta mañana, en el diario El Español, con un titular impagable que une las dos aberrantes tendencias comentadas más arriba: “El plato de las abuelas manchegas que Harvard recomienda y consumimos poco en España”. ¡Toma ya!

En 2007 escribí una editorial para “Lo mejor de la gastronomía” intitulado “¡Muerte a la abuela!”, que, ojo, dedicaba con cariño a todas las abuelas y madres que nos dieron la felicidad con sus guisos, pero que quería ser una crítica sin prisioneros a la leyenda de la abuela en la cartografía de la cocina contemporánea de aquel momento (y parece que también de ahora). Y escribía párrafos como “la abuela que se vindica, por razones generacionales, no está claro que exista. Lo apuntaba Óscar Caballero: ‘Tras la guerra, las que eran pobres no disponían de recursos para cocinar; las que eran trabajadoras no tenían tiempo; y las que eran ricas contaban con una cocinera’”.
O: “Esta ‘abuela’ no es real. No. Es legendaria. Se ha fabulado una abuela mitológica, se ha inventado una figura fantásmica con la que se pretende impostar tiempos pasados y mejores”.

Y no voy a hablar aquí de otras de las perversas  praxis en que incurren los medios digitales, como las de evitar el tema central en el titular, la ausencia de “leads” y  la detestable trampa de ir dilatando frases con circunloquios para que el lector gaste tiempo y tiempo en su web generando estadísticas y la publicidad que de ellas se deriva

Efectivamente, la abuela de esos titulares actuales es sólo una grosero márketing apelativo a lo onírico, así como Harvard es sólo un intento de dar fe, el “imprimatur”, a textos recurrentes, adocenados y amarillos que sin la apostilla no tendrían ninguna posibilidad de ser leídos por ese público masificado en busca siempre de pretendidas “opiniones autorizadas”, por muy sospechosas que puedan parecer a los lectores con criterios sólidos.
Y así andamos.

Citaba también en el título de este artículo la figura literaria “hipérbole” como otro de los recursos fáciles usados por esos periodistas (o lo que sea) -imagino que a la orden de sus medios bajo la malvada dictadura del SEO (mucho peor que la antigua censura)- que escriben supuestamente de gastronomía. Ved un titular leído hoy mismo, en La Opinión de Murcia: “Murcia, al borde del colapso tras descubrir que el producto más típico tiene un origen distinto”. ¡Colapso! Tras cuatro párrafos de absurdo contexto para alargar (se habla incluso del pisco) descubrimos al fin que la noticia se refiere al pastel de carne, que, ¡oh catástrofe!, parece que no era estrictamente murciano, que se hacía en toda España desde la Edad Media y que Murcia fue “sólo” el único sitio donde sobrevivió. Nuestra solidaridad con todos los murcianos infartados por tal bombazo histórico. En fin…
Lo de la ignorancia no hace falta ni comentarlo. Cae a plomo en este momento del artículo.

Y todavía un delirio más en cuanto a titulares ominosos que llenan la web. Son cientos y siempre la misma cantinela: ¿“Qué pasa si comes (ahí hay variedad; plátanos, nueces, aceitunas…) todos los días. Súmale las paradojas constantes (siempre apoyadas por dudosos estudios) de un artículo hablando de lo bueno que es beber cerveza, por ejemplo, y de otro al lado clamando que la cerveza mata, y así la incultura medra sin control en la comunicación del sector porque todos quieren (y creen) la noticia que más se adapta a sus creencias.

Y no, no voy a hablar aquí, porque todo esto es ya muy cansino, de muchas otras de las perversas y antiprofesionales praxis en que incurren los medios en su versión digital (en gastronomía y en otros ámbitos), como evitar el tema central en el titular,  la ausencia de “leads” y la detestable trampa de ir dilatando frades con circunloquios, en su mayoría desinformados, tópicos y hasta mal escritos (tampoco voy a tocar aquí los constantes errores ortográficos y sintácticos que exhiben sin pudor esos textos espurios) para que el lector gaste tiempo y tiempo en su web generando estadísticas y la publicidad derivada de ellas.

Afortunadamente, tenemos en este país (y en otros) una fantástica pléyade de grandes periodistas, comunicadores, escritores gastronómicos y gastrónomos que, día a día, en la prensa convencional y en la digital, nos regalan información, cultura y verdad en sus artículos.
Y yo, que tengo esta extraña fe en el ser humano…

De un tiempo a esta parte (y ya viene durando), la cocina contemporánea española del panorama se ha “estabilizado” (en el sentido regresivo de la palabra) en una dulce llanura donde priman, más allá de los riesgos y las sorpresas (que, felizmente, algunos, pocos, siguen navegando con gran fortuna y proyección), la complacencia, el gran producto a palo, la tradición estilizada, el manierismo y hasta el retrovisor más clásico (todo lo que, no obstante, proporciona grandes placeres directos, ojo), acomodado el conjunto en una cartografía que, si bien exhibe altos niveles de calidad, resulta a la larga tedioso por iteración, sin contar con que algunos conceptos grandilocuentes en boga, como “sostenibilidad”, ya forman parte en demasiadas ocasiones de un discurso frívolo y hasta espurio.

Música recomendada: Crossroads (Calvin Russell)

Repasaba hace poco el compañero Benjamín Lana, en un artículo intitulado “Más allá del producto”, el heterodoxo mapa de la gastronomía española actual, donde, citaba, coexisten diferentes estilos, miradas, exotismos y hasta superficialidades marketinianas; y aunque positivizaba el reciente cambio de registro de la -para mí, aburrida- cocina de producto como mihrab de estos últimos años hacia la “evolución” de la misma a una gestión más inteligente, artesana y “culinaria”, se me antoja que seguimos estando en la zona valle de Gauss, por mucho que insistamos en la gloria de la “muñeca” (afortunada metáfora de Lana) y la agradable pero melancólica visión retrospectiva como líneas de trabajo creadoras. A mí me parece que la mayoría de chefs (con las brillantes excepciones que disfrutamos en todo el territorio), henchidos de “proximidades” feroces, románticas vindicaciones tradicionalistas e indulgencias varias, han cedido al mainstream, la delectación y la “corrección culinaria”, hija de la insoportable “corrección política” que nos atenaza, nos hace acríticos y nos impide hasta el respirar en una involución intelectual inaudita desde los viejos y terribles tiempos.

La mayoría de la cocina actual eso es sólo un fin, sin discurso progresista (salvando las excepciones ) ni de futuro; una especie de “rococó” coquinario que, como en el siglo XVIII, debería morir en su propia trivialidad para dar paso a algo nuevo y estimulante

No voy a ser yo quien oculte mi gusto hedonista por el gran producto (hay ejemplos de alta vibración), por la culinaria de estricto Km0 (disponemos de cocineros que la han trasladado a la más disruptiva vanguardia), por la tradición de oníricas sapideces o por el barroco “neoclasicismo” que nos ha devuelto, con mirada fresca, algunos de los grandes monumentos del ancient regime que parecían definitivamente olvidados. Todos, creo, nos deleitamos con el regreso a la infancia feliz, con los sabores auténticos (auténticos) y con lujos perdidos que poblaron nuestros sueños más opulentos. No es eso. Es que me da la impresión de que, a día de hoy, todo eso es sólo un fin, sin discurso progresista (salvando las excepciones de nuevo) ni de futuro; una especie de “rococó” coquinario que, como en el siglo XVIII, debería morir en su propia trivialidad para dar paso a algo nuevo y estimulante, traspasando las fronteras del romanticismo extasiado de “pasados” míticos.

Es cierto que hay varios chefs que no han parado de perseguir (y atrapar) a los fantasmas de lo nuevo, genios que, desde la inspiración, la técnica, la autoexigencia, el inconformismo, la radicalidad o la extenuación de los conceptos, nos alejan de los viejos susurros de bolas y cadenas por los pasillos. Cierto que estamos en un momento cumbre en lo que respecta al artesanado y el virtuosismo; pero no puedo evitar sentir en la piel que el libro se repite y se repite en una refocilación viciosa ausente (de nuevo las muchas excepciones) de tensión, de vigor y de aventura, y a pesar del eclecticismo rampante.

Me temo que el zeitgeist de estos tiempos gastronómicos que estamos viviendo se recordará fundamentalmente como un revival complaciente, una nostalgia confortable, un espíritu acomodaticio y mercantil; un, en definitiva, condescendiente laissez faire, laissez passer

Todos los que somos seguidores (fervorosos) de San Sebastian Gastronomika, lo sentimos nuestro de forma personal, única, diferente. Cada uno lo vive de distintas maneras; pero todos lo hemos hecho parte fundamental de nuestra ilusión y centro de nuestro año, tanto profesional como (o más) humano. El de este año 2021, además, ha sido, tras la debacle, epifanía de reencuentro…

Música recomendada: Fly me to the moon (Rick Hale & Breea Guttery)

Es fácil que en esta reflexión postcongreso se me escape algún ditirambo o que encontréis, agazapadas entre las oraciones, emocionadas hipérboles, pero este es el riesgo de cuando se deja que la pasión se adueñe del teclado. No podría ser de otra manera, sin embargo, cuando tras un año en el exilio hemos vuelto todos a Donosti. No me imagino escribiendo con displicencia ante la emotividad del “reencuentro”, la verdad.

Esta ha sido una edición brillante en todos los frentes profesionales, porque no es habitual una programación de tanto fulgor, con ponencias extraordinarias (en grandes y nuevos nombres) y una feria tan atareada y lustrosa…

Debo glosar entonces más los abrazos que las técnicas, más las sonrisas táctiles que los talleres, más los roces lúdicos que las catas. Entiéndaseme; esta ha sido una edición brillante en todos los frentes profesionales, porque no es habitual una programación de tanto fulgor, con ponencias extraordinarias (en grandes y nuevos nombres); una feria tan atareada y lustrosa, con Alain Ducasse, Marc Veyrat, Juan Mari Arzak, Alex Atala (otro feliz reencuentro), Virgilio Martínez, Alain Dutournier o Albert Adrià gozando de los stands; las conversaciones eruditas con Óscar Caballero; ver como un premio periodístico de gastronomía, creado en recuerdo de Pau “Pauet” Albornà cuando el infortunio nos dejó sin él, se ha convertido en referente mundial, este año con la televisiva Julie Andrieu; esa cena más allá de las maravillas en Elkano; Francia susurrándonos las nostalgias que nos han engrandecido con una cena de conmovida fraternidad o en la misma clase magistral del enorme Joan Roca; Roser, Benjamín, Iñigo, Javier, Félix, Mauro, Paula, Jordi, Carla, Ana, Manu, Mónica, Dani, todos; Juan Muñoz y Álvaro Garrido seduciéndonos en un juego de colores y destellos; Paco Morales y sus magias andalusís in progress; Juanlu Fernández cortando jamón y repartiendo “arte” en Montesano Extremadura; Andoni, que siempre me encuentra “con un libro en la mano” (la frase es de él); Pedro Subijana, tantos recuerdos y tanto presente; el magnífico Martin Berasategui, siempre en el front line con los amigos, que son muchos (y cuya acepción de “¡garrote!” ya ha sido aceptada por la RAE; la sencilla y grandiosa humanidad de Hilario Arbelaitz; la inimitable sorna de Josean “Heavy” Alija, al cual conocí “en sitios que ya han cerrado”; Isabel Cortadi y esa mise en scene del congreso fluida y siempre contemporáneamente elegante; el espectáculo inmersivo de Tenerife, restaurante incluido, un show con el que descubrimos que el teletransporte ya existe; los Disfrutar; la revolución marina permanente de Ángel León, aceitunas y camembert de mar, ya te digo; Jesús; Pierre Gagnaire; Chele

Y, el último día, la ponencia de Aitor Arregui, Pablo Vicari y Benjamín Lana, expresión perfecta de como una demostración culinaria puede transformarse en mucho más, en una explicación vital completa, compartiendo con el público las transversalidades, humanidades, sabidurías ancestrales, visiones colectivas y compromisos que construyen un restaurante mucho más allá de su cocina. Para los que estuvimos ese día en el auditorio, Elkano ya no será sólo la mejor parrilla de pescado del mundo…
Así son las cosas en San Sebastián Gastronomika. O, por lo menos, en mi San Sebastian Gastronomika.

Nota: Un emocionado recuerdo para Juan José Castillo, gran chef en Casa Nicolasa (Donosti) y divertidísimo amigo. Tenía siempre el detalle de hablarme en catalán. Perdemos a uno de los fundadores de la Nueva Cocina Vasca, pero no sus enseñanzas, sus risas, su alegría y su bonhommie. Descansa en paz…

Fueron varias llamadas y whatsapps de amigos (periodistas y gourmets) sorprendidos por la dramática bajada de calidad en los restaurantes de Armando Saldanha y Patricia Sáez (Gato negro, Amor de mis amores y Amorcito corazón, todos en Santa Cruz de Tenerife) lo que me puso en guardia. Hace unos meses que, por razones profesionales y víricas, no visito estos lugares, pero las últimas veces fueron absolutamente gloriosas. ¿Qué había pasado?

Música recomendada: Gimme the power (Molotov)

Consultando diversas fuentes del sector, se desveló la lamentable verdad, que luego me fue confirmada por un comunicado lanzado por los propios Saldanha y Sáez: por graves problemas con la empresa gestora de los establecimientos, ambos se desvinculaban de la cocina y la sala de restaurantes por completo; aunque no, porque les pertenecen legalmente, de los nombres comerciales (Gato negro, Amor de mis amores y Amorcito corazón), ni, por supuesto, de su propio know how culinario y de hospitalidad, que ya es marca de altísima reputación en Tenerife, las Islas Canarias y hasta la Península, donde, desde las más notables tribunas mediáticas, se considera a Armando (que es originario de Puebla) como chef referente da la culinaria mexicana de fuste en España.

Profundizando más en el asunto, que pintaba mal, esta página se puso en contacto con fuentes más insider para tratar de averiguar el origen de la ruptura. Y, como me temía porque ya las he visto de estos colores en la restauración (y más con la precariedad inducida por el virus), todo parte, según aquellas informaciones fiables, de un familiar lejano de Patricia que, como es habitual cuando van mal dadas, les prometió el oro y el moro mientras se iba haciendo con la empresa poco a poco, bajando a la vez la calidad de la materia prima y de la propuesta gastronómica en general. Esa política (que, está fehacientemente demostrado, es la peor para sortear las crisis en un restaurante), que trascendió públicamente en el disgusto patente de la clientela, llevó pronto a las desavenencias y, finalmente, al colapso.

La cocina tiene una componente mistérica que jamás debe ser socavada por la frialdad de un Excel, puesto que hay muchas maneras de salir de la tempestad con elegancia

Son cansinas esas malas artes que siempre blanden los “iluminados” de la gestión empresarial y que no tienen en cuenta la sensibilidad de un negocio gastronómico. Son temibles y llevan al fracaso porque la cocina es más que un business; la cocina tiene una componente mistérica que jamás debe ser socavada por la frialdad de un Excel, puesto que hay muchas maneras de salir de la tempestad con elegancia sin tirar por la borda todo el fondo de comercio, y la credibilidad ganada con años de excelencia. En todo caso, y me avala la experiencia, quienes toman esta derrota temeraria están abocados inapelablemente al fracaso y a la desaparición.

Pero así es la vida, y más en estos tiempos donde medran aprovechados, canallas y bribones a la búsqueda del negocio fácil, la famosa “oportunidad” que refranean los chinos. Puesto por fin al habla con Saldanha, éste no quiso comentar ningún detalle del asunto, más allá de lo que cuenta en el comunicado y de “la profunda tristeza que nos da de tener que dejar unos negocios que tanto esfuerzo nos han costado y que, además, están perdiendo su prestigio servicio a servicio”.

Desafortunadamente, aunque sea de momento, Santa Cruz de Tenerife (y por extensión todas las islas) ha perdido tres de sus luminarias gastronómicas, no parece que pueda haber vuelta atrás.
Pero por suerte, y sabiendo del talento y de la larga y fructífera trayectoria de Armando y Patricia, imagino que no tardaremos mucho en volverlos a ver al frente de nuevos restaurantes regalándonos, como siempre, autenticidad, honestidad, excelencia, generosidad, simpatía y… magia.
Que sea más pronto que tarde.

He preferido esperar un día para escribir unas líneas sobre Michelin 2021. Ahora ya está todo dicho, analizado y comentado por los colegas. Quedan sólo pues las reflexiones más personales…

Música recomendada: Hold on, I’m coming (BB King & Eric Clapton)

Debo decir que, a pesar de que siempre he tenido una mirada crítica a la guía roja, aun admitiendo y valorando su grandeza y su importancia estratégica en el sector, este aciago 2020 me he sentido más cerca de ella que jamás. Me consta que ha sido una labor caso heroica de todo el equipo Michelin haber logrado “cerrarla”. Es por esta difícil y hasta peligrosa complicación logística que han debido acometer los inspectores que los reproches deben ser medidos.

No sería justo, en el panorama de este último ejercicio Michelin, reclamar lo imposible; y si bien es cierto que, como cada año, se echan en falta muchos restaurantes (nuevos y no tan nuevos) que deberían estar, también lo es que muchos sí están, lo que, por cierto, se me antoja profesionalmente admirable. No ha sido banal visitarlos: todos sabemos como ha azotado la galerna a la hostelería, y desde toda la rosa de los vientos. Haberlo logrado me parece una proeza.
Sí procede, sin embargo, criticar la cicatería en las cumbres y sus estibaciones, porque incluso entendiendo que éste no ha sido el mejor año para la creatividad, ya veníamos de calificaciones mezquinas. Pero bueno…

En resumen. Michelin ha sido valiente con la ímproba elaboración de la guía a pesar de la pandemia, en un inequívoco apoyo a nuestra gastronomía. Ha sido valiente en el diseño de una gala de relumbrón salvando todas las complejidades sanitarias y técnicas. Ha sido valiente (e innovadora y prospectiva) con el lanzamiento de las “estrellas verdes”. Por todo ello, es precisa la felicitación (y agradecimiento) más entusiasta. Ahora sólo falta que, cuanto antes, sea valiente en su generosidad estelar cuantitativa (¿qué problema hay si tenemos tantos restaurantes de altura?) y que haga la justicia distributiva que todos estamos pensando en las alturas.
Y serviremos por fin las perdices.

Me pidió el compañero Rafael Rincón participar en su proyecto “40 rutas del foie gras” junto con una pléyade de muy reconocidos periodistas gastronómicos de todo el territorio. Me enrolé en la inciativa con gusto, y esta fue mi reflexión…

Música recomendada: Blues at sunrise (Albert King & Stevie Ray Vaughan)

No paran. Los “animalistas”, una especie que, como todo, va desde la justa ideología de mejora en el trato a los animales hasta la radicalidad más absurda (evito los manifiestos más enloquecidos), han caído en lo de siempre: bascular sin control hasta el extremo. Nada les importa que, gracias a las nuevas praxis respetuosas y a una tecnología cada vez más “transparente”, el tratamiento de los animales destinados a la alimentación esté avanzando en los diferentes aspectos sanitarios y éticos. Nada les importa que haya muchos productores (desafortunadamente, no todos, es cierto) que sí actúen “conforme a ley”, e incluso anden más allá. Para esa fauna de “torquemadas” contemporáneos la única opción es prohibir, sin reflexión y sin distingos. Es la consecuencia (i)lógica de la ignorancia sincera aplicada a la corrección política, uno de los grandes males de nuestro tiempo, tanto en positivo como en negativo.

“¿Podemos decir que alimentar a la gente con jarabe de maíz alto en fructosa y otros aditivos causa ‘menos sufrimiento’ que la producción de foie gras?”

Una de las últimas campañas de estos espurios mesías va dirigida a acabar con el foie gras. Una vez más, sin tener en cuenta que esta elaboración, con una historia que se remonta al antiguo Egipto, ha ido adaptando (mayoritariamente) sus técnicas para evitar al máximo el sufrimiento del pato o la oca. Resulta cuanto menos paradójico que los animalistas se preocupen tanto del bienestar de los animales que nos alimentan de una u otra forma y no, como decía hace poco el conocido chef norteamericano David Chang, de la salud alimentaria de los seres humanos: “¿Podemos decir que alimentar a la gente con jarabe de maíz alto en fructosa, colorantes alimentarios, exceso de sal, pesticidas y otros aditivos causa ‘menos sufrimiento’ que la producción de foie gras?”

Los animalistas que quieren prohibir el foie gras (a mí siempre me han parecido inquietantes aquellos que valoran a los animales por encima de las personas) entran dentro de lo que Chang califica como “idiocracia”, y los que los secundan desde las instituciones son las víctimas apocadas de una estúpida corrección política que nos atenaza intelectualmente por un lado, y nos “regala” letales pseudolibertades populistas por el otro.

Marcus Henley, gerente de una conocida granja (respetuosa) de foie gras del estado de Nueva York, que ha prohibido este producto a partir de 2022, va todavía más lejos: “Esta ley nos recuerda el enfoque autoritario y fascista de las leyes de bienestar animal: Hitler también prohibió el foie gras en 1933”.

En fin… Yo, mientras, seguiré disfrutando del foie gras.

Cuadragésimo noveno día de confinamiento bajo el Teide. Hoy te lo cuento con música: mi playlist en Spotify con los temas que resonaban en los autos de choque, donde gastamos adolescencia, sueños y humedades. Cuando éramos los más fardones… Dedicada al Loco y a todos los que, entonces, “fuimos los mejores”. Y a Toni Riera.

La Guancha. Sábado, 2 de mayo de 2020

El programa de radio que hacíamos... Foto: Toni Riera.
El programa de radio que hacíamos… Foto: Toni Riera.

Cuadragésimo segundo día de confinamiento bajo el Teide. Me ha golpeado la mente hoy este texto de Kafka, que se me antoja muy oportuno en estos días. Lo copio aquí para tenerlo más a mano.

La Guancha. Sábado, 25 de abril de 2020
Música recomendada: Nights in white satin (The Moody Blues)

Cuando uno ha decidido definitivamente pasar la velada en casa, cuando se ha puesto la chaqueta más cómoda, se ha sentado después de la cena frente a la mesa iluminada, y comenzado algún trabajo o algún juego, después del cual podrá irse tranquilamente a la cama, como de costumbre; cuando afuera hace mal tiempo, y quedarse en casa parece lo más natural; cuando ya hace tanto tiempo que se está sentado junto a la mesa que el mero hecho de salir provocaría la sorpresa general; cuando además el vestíbulo está a oscuras y la puerta de la calle con cerrojo; y cuando a pesar de todo uno se levanta, presa de repentina inquietud, se quita la chaqueta, se viste con ropa de calle, explica que se ve obligado a salir, y después de una breve despedida sale, cerrando con mayor o menos estrépito la puerta de la calle; cuando se está en la calle, y se ve que los miembros responden con singular agilidad a esa inesperada libertad que se les ha concedido; cuando gracias a esta decisión se sienten reunidas en sí todas las posibilidades de decisión; cuando se comprende con más claridad que de costumbre que tiene más poder que necesidad de provocar y soportar con facilidad los más rápidos cambios, y cuando se recorre así las largas calles; entonces, por una noche, al separarse completamente de la familia, que se desvanece en la nada, uno se convierte en una silueta vigorosa, de atrevidos y negros trazos, que golpea los muslos con la mano, y se adquiere la verdadera imagen y estatura.

Todo esto resulta más decisivo aún si a estas altas horas de la noche se decide ir a casa de un amigo, para ver cómo está.

Trigésimo séptimo día de confinamiento bajo el Teide. Aquí os dejo una pesadilla que hace años convertí en cuento… Aunque nunca se sabe…

La Guancha. Lunes, 20 de abril de 2020
Música recomendada: Psycho killer (Talking Heads)

…El fragor del traqueteo le restallaba en las sienes, mojadas de helado sudor; sentía el vértigo de la velocidad en su estómago y sabía que el brutal choque no tardaría en llegar. Terror. Se vio desmembrado, reventado, convertido en una pulpa sanguinolenta entre los restos del metal retorcido. El vagón de su metro, sin control, iba lanzado en una carrera infernal hacia Montbau, y de allí a la desintegración contra el muro terminal. Pasaron, con un vibrante flash de luz, las últimas estaciones: Vallcarca, Penitents, Vall d’Hebron… Desesperado, con el corazón al borde del colapso, se apretó a su cartera y gritó, gritó…

Su alarido se confundió con los chillidos de fingida alegría que soltaba, impúdicamente, el locutor desde la estridente radio-despertador. Estaba sudando; empapado. Taquicardia. Domingo, cinco y media de la mañana. Otra vez aquella pesadilla perversa. Aquel maldito metro frecuentaba, desde hacía unas semanas, sus más espantosos sueños. Aunque nadie le había creído, ni su novia, ni sus compañeros de trabajo, ni incluso su madre, él estaba convencido de que aquel vagón, el de cada mañana, tenía una especie de vida siniestra y quería asesinarlo. Todos se reían cuando lo contaba. El mismo, después de descartar la locura, disimulaba y apartaba la idea de su mente. Pero tenía tantos indicios… Con las piernas aún temblándole y sus pensamientos fundiéndose en negro, se duchó, tomó un nescafé, pilló la cartera, salió de su casa y penetró en la noche camino a la boca del metro. Catalunya.

Todo había empezado banal, estúpidamente. Primero fue una puerta que se cerraba en sus narices antes que las del resto del vagón, haciéndole llegar tarde al trabajo. Después, una mano atrapada por sorpresa en la puerta. O un pie. Nada del otro mundo si no fuese por aquella sensación ominosa, sorda, que recibía de la misma esencia del tren. De acuerdo, él odiaba profundamente aquel convoy, el primero de la mañana, el suyo, el que cada día le llevaba al trabajo. Casi no podía soportarlo. Allí dejaba, entre apretujones sudorosos, los últimos jirones de sus sueños; allí perdía, entre miradas vacías, las últimas esperanzas, los últimos deseos. El maldito metro le devolvía a la anodina realidad de la que sólo escapaba durante su breve sueño. Cuando las puertas se cerraban tras él, desparecían definitivamente las locas fantasías que todavía acariciaba con el frescor urbano de la madrugada, en el solitario camino entre su casa y la estación. Si hubiese podido, habría volado aquel metro. El infame 2506.

Odiaba trabajar. Odiaba muchísimo trabajar en domingo. Y lo peor, otra vez aquel siniestro vagón. Lo oyó venir por el túnel, con ese ruido cansino que decoraba siempre su espera.

Tuvo la certeza de todo dos semanas atrás, cuando quedó atrapado en la puerta: dentro, una masa de carne le impedía el movimiento; en su estómago, la mórbida y firme dentellada de las gomas protectoras. Se salvó con un movimiento frenético en el último momento, cuando el final del andén ya se precipitaba contra su cuerpo, medio colgado en el vacío. Le pareció escuchar una risa salvaje, obscena.

Sin darse cuenta, entre morbosos pensamientos, se sorprendió en el viejo andén, completamente vacío. Madrugada del domingo. ¿Por qué le había cambiado el turno a su compañero? Odiaba trabajar. Odiaba muchísimo trabajar en domingo. Y lo peor, otra vez aquel siniestro vagón. Lo oyó venir por el túnel, con ese ruido cansino que decoraba siempre su espera. Con un chirrido metálico, frenó a la vez que se abrían sus puertas. Nadie. Entró y se acomodó en uno de los asientos. Por lo menos, disfrutaba de todo el vagón para él. De repente, mientras el metro aceleraba y entraba en el túnel, advirtió que, pero no, no podía ser… Y, sin embargo, no recordaba haber visto al conductor. No, debía estar distraído. El tren iba ganando velocidad progresivamente y, aunque instintivamente se cogió a la barra para contrarrestar la frenada, la siguiente estación pasó como una exhalación ante sus ojos. ¡No había parado en Paseo de Gracia! Notó la camisa pegada al cuerpo. Claro, no había nadie esperando y el conductor había decidido seguir adelante. Seguro. ¿Seguro?

La velocidad seguía aumentando. Sintió las primeras gotitas de sudor en la frente. Cuando atravesaron Diagonal a toda marcha, ya tenía la garganta completamente seca. El traqueteo empezó a ser anormal. Jamás había ido tan rápido. En Fontana tampoco paró. Ni en Lesseps. Un extraño frenesí le agarrotó las manos, que se apretaban compulsivamente a la cartera. Ya no podía distinguir los carteles de las estaciones, tan acelerado iba el tren, aunque las sabía de memoria: Vallcarca, Penitents… Cuando dejaron atrás Vall d’Hebron supo que iba a morir aplastado, machacado contra el muro de la estación término. Aterrado, pegajoso de sudor, con los ojos desorbitados y el corazón echando chispas, no pudo ni gritar.
Y ni tan siquiera sintió la fantástica colisión.

Trigésimo tercer día de confinamiento bajo el Teide. El pavoroso nihilismo de este cuento de hoy es, paradójicamente, un vibrante grito de esperanza en esta semana atroz que se ha llevado a mi madre y a tantos otros…

La Guancha. Jueves, 16 de abril de 2020
Música recomendada: The end (The Doors)

Los largos días del confinamiento iban transcurriendo con parsimoniosa monotonía, convirtiendo su vida en un paisaje cada vez más irreal. No parecía que la pandemia cediese en su embate, y algunos científicos ya apuntaban a un irremediable e incógnito repunte producto de una perversa y letal mutación del virus… Poco a poco, las declaraciones políticas comenzaron a advertir de una nueva prórroga, esta vez ya sine die, del encierro.

Solo, entre aquellas cuatro paredes y con un paisaje urbano de quieta desolación frente al pequeño balcón, asistió con extraña melancolía a cómo, día tras día, la ciudad se iba vaciando hasta de los mínimos servicios. Nadie se atrevía ya a desafiar el encierro con la amenaza en la calle del nuevo bicho, con una capacidad de infección y mortalidad cercana al cien por cien.

A las pocas semanas de ese nuevo enclaustramiento, una rara neblina pareció adueñarse del barrio, aunque, tras horas y horas de asomarse al balcón para gastar tiempo, le pareció descubrir que más que una bruma era como si la solidez de la realidad fuera perdiendo fuerza, sostén, perfil. Había momentos en que la avenida y todos sus edificios hasta temblaban levemente, como un televisor mal sintonizado.

A medida que pasaban los días, aquel efecto perturbador pareció aumentar. Poco a poco, el asfalto, la arboleda y las construcciones se iban difuminando, y no, no estaba loco. Comprobó por teléfono con su familia y sus amigos que la sensación no era sólo suya, que todos habían sentido lo mismo. Los media hablaban con cautela del fenómeno, que si micro polvo en suspensión, que si una extraña inversión meteorológica… No faltaron los profetas e iluminados que anunciaban con furia un inminente Armagedón.

Lo cierto es que, casi sin darse cuenta, las comunicaciones comenzaron a fallar. El celular ya no respondía, la radio se fue apagando y en la tele todos los canales eran nieve.

Luego, desde la total incomunicación, fue todo muy rápido. Un día se levantó, miró por la ventana y ya no había casi nada afuera. Todo el horizonte era una masa gris perla donde, sólo forzando mucho la mirada, se distinguían algunas manchas. Al día siguiente, ni eso: la grisura lo llenaba todo, por delante, por los lados, por arriba, por abajo.

Fue al tercer día de esa pesadilla visual, todavía en la cama, cuando sintió el terror, el vértigo, el final.
Aunque advirtió, atónito, que las paredes del piso se iban deshilachando hasta confundirse lentamente con el gris exterior que lo llenaba todo, ni se movió cuando el lacerante silencio lo fundió en la nada…