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Sin nostalgias; sólo emociones que se saben vividas y que han sido el motor que nos ha llevado hasta aquí. Sin melancolías; porque este 25 Aniversario es sólo la primera parada en un camino que, como experimentamos todos los presentes, sigue fluyendo y fluyendo hacia horizontes que hoy, como ayer, nos deberán llevar a terra incognita.

La extraordinaria entrega 2023 de San Sebastian Gastronomika ha escenificado, más allá de las cifras récord ya publicadas, la firme voluntad exploradora (compromiso) de un congreso que, si bien sabe no olvidar y aprender del retrovisor, robustece más si cabe su recalcitrante mirada inquieta y aventurera hacia las provincias limítrofes de lo convencional. Hacia lo que ha de venir y todavía no sabemos.

Con una intrepidez que jamás ha flaqueado, el congreso, que este año ha sabido entreverar con rara armonía un pasado que ahora es presente con un futuro que será historia, nos ha regalado no sólo esa camaradería (aumentada emocionalmente por la efemérides) ya mítica -de ahí que se lo conozca como “el congreso de los cocineros”- y grandes figuras culinarias de todo el mundo que se han hecho grandes desde el escenario de Donosti, sino también  brillantes destellos de un porvenir que nos vuelve a ubicar en el vértigo, y todo resonando de nuevo… Como siempre ha sido: las grandes celebrities (en este caso, la propia narrativa de los últimos 25 años) y el vigor alentador de los que empiezan a pisar fuerte, todos en una geometría en constante movimiento que crea, se alimenta en simbiosis y se proyecta.

Este ha sido el año en que la gran Roser Torras –“la mamma”-, tras 25 años al frente de Gastronomika (los primeros años en la dirección técnica, luego ya en la general), ha decidido dar un paso al lado entendiendo, como siempre ha hecho, la propia dinámica del congreso, de la vida. Su inimitable estilo profesional, mezcla intraducible de obsesivo rigor organizativo, audacia creativa sin fronteras y cariño ilimitado en el trato, lanzó al congreso a nuevos territorios, tanto en lo puramente culinario y prospectivo como en lo formal. Roser entregó su vida a SSG manteniendo valerosamente la defensa, año a año, de la innovación en todos los ámbitos.

Y ahora ella le entrega la dirección del congreso a Benjamín Lana quien ya, durante estos últimos años, codo con codo con Roser desde la dirección general de Vocento Gastronomía y con una fresca mirada panorámica, comenzó a revolucionar (de nuevo) conceptos, formas y espacios. Empieza de esta suerte un emocionante trayecto rumbo a lo nuevo.

Tituló Benjamín Lana esta 23 edición de SSG con una ingeniosa paradoja que en realidad no lo es: “El futuro de la historia”.
Pero, tal como yo mismo le dije en el escenario, ahora él, el congreso, “comienzan a escribir la historia del futuro”.

 

En el señorío arquitectónico del Santa Catalina, a Royal Hideaway Hotel (Las Palmas de Gran Canaria), establecimiento fascinado de historia y lustre, el monumental Benito Gómez (Bardal**, Ronda) entreveró su rock and roll refinado a las finas y sutiles notas de Juan Carlos y Jonathan Padrón (El Rincón de Juan Carlos**), flanqueados por la chef residente, Itziar Pérez, la cocinera que tienen destacada los dos hermanos tinerfeños en su restaurante Poemas del hotel. Fue grande. Pero hubo mucho más…

Música recomendada: Sweet sounds of heaven (The Rolling Stones)

Los responsables del Santa Catalina, a Royal Hideaway Hotel -con su director, Alfonso Girón, al frente- acunaron la jam session que comentaba más arriba con un ilustrado paseo por Gran Canaria, isla que, vaya uno en la dirección que vaya, es escuela de asombros. Y yo no me lo iba a perder…

Empezar el día de Las Palmas en Vegueta, el barrio histórico (fundacional) de la ciudad, es definitivamente una buena idea. Los ecos castellanos de 1483, año en el que llegaron, siguen resonando en las calles empedradas, las esquinas sin tiempo, los nobles balcones… El sol es fuerte, pero la sombra es fresca mientras nos demoramos por las “tres palmeras” (lugar de la primera fortificación de los conquistadores), por la Casa de Colón (XVI), por la afamada plaza Santa Ana, por la inacabada catedral, por los venerables edificios que huelen todavía a pretéritos y ricos mercaderes…

La parada de avituallamiento no podría ser otra que el mercado de Vegueta. Pequeño pero restallante de colores tropicales. Frutas para perder el sentido, verduras, pescados de las costas canarias… Remoloneamos, por supuesto, en el célebre puesto de “José y Alicia”, donde las frutas exóticas deslumbran al transeúnte. Probamos y probamos, ese plátano “topocho” (todo pocho) que, de tan maduro, comemos apretando la piel y libando la crema que brota de la punta.

Y nos paramos en la quesería Aragüeme, donde Rocío y Ana exhiben su selección de quesos canarios sólo de pequeños productores de culto. Un cabra de dos meses, un media flor, un Guía madurado.  Y bebemos vino de Gran Canaria en Canary Wine

Paseando por Vegueta. Fotos: Xavier Agulló

Algas y vinos
Una alegría reencontrarme con Juan Luis Gómez, el director del Banco Español de Algas, segunda visita del día tras Vegueta. Coincidimos en aquel “Encuentro de los Mares” que nos llevó río abajo, por el Guadalquivir, de Sevilla a El Puerto.

30 años de investigaciones han hecho de estas instalaciones científicas referente internacional. Aquí se cultivan algas y microalgas en forma sostenible, para empresas, para cocineros… Imposible abarcar en este párrafo todos los proyectos actuales y de futuro de esta avanzada institución.

Ya es mediodía y nos aguarda en su bodega, “Bien de altura”, su enólogo y propietario, Carmelo Peña. Las vistas desde esta cima son salvajes. Y los vinos que nos da, también. Vinos criados a más de 1000 metros a base de listán negro y que nos ofrece, de todas sus parcelas, todavía sin domesticar, añada 2022, acidez desbocada y falta de botella. En todo caso, el potencial es tan alto como la montaña en la que estamos.

Víctor Lugo. Finca Laja. Foto: Xavier Agulló.

Finca Laja: café singular y potente menú de Casa Romántica
Poliédrica es la personalidad de Víctor Lugo, propietario de Finca Laja, en el hermoso valle de Agaete. Genio del márketing, cafetalero singular (su café, junto con el de los otros pocos productores del Valle, es el más septentrional del mundo), bodeguero (vinos Los Berrazales) y propietario del restaurante Casa Romántica, una de las mesas más virtuosas de la isla. Será justamente este restaurante el que nos servirá el menú, bajo, los juncos, en la finca, tras haber visitado las plantas de café.

Antes de entrar en el menú, os copio lo que escribí la primera vez que visité a Víctor en su finca:
“Ni te lo crees cuando, tras una curva, aparece el verde, onírico, irreal valle de Agaete en tus ojos. Las sinuosidades de vértigo verde nos han de llevar a Finca La Laja, antigua propiedad de la añeja familia Manrique de Lara, que plantaron el café hace 200 años, después de que las semillas llegaran al Huerto de la Flores, un jardín experiencial-semillero mundial de los De Armas. Estamos con Víctor Lugo. Sólo llegar, tomamos café. Este café es el único café de Europa. El más septentrional del mundo. Un microclima alucinado. Así de claro. Una singularidad. Hace ahora 22 años que la familia Lugo compró la finca, 12 Ha de arábica pura a 400 metros de altitud que hacen “petting” insolente con unos naranjos imposibles (las naranjas son monstruosas de tamaño, pornográficas de sabor), viñas antiguas, aguacates… hasta tabaco hay.

Finca La Laja es lo más inquieto de los 40-50 productores de café de Agaete. Mucho Víctor. De hecho, ha convertido su finca en la principal atracción turístico-gastronómica del Sur de Gran Canaria. Tiene hasta intérprete polaca. El café es, de entrada, exótico “al vesre”, porque justo es lo contrario, ¿no? Es de altísima calidad (muchas grandes empresas intentan conseguirlo), muy aromático, con equilibrada acidez. Huele a azahar y a guayaba y a piña. Sabe suave, ligero, mimoso.

Paseamos por la finca, comemos esas naranjas como melones junto a las plantas de café. Luego nos apoltronamos en la veranda, con Víctor y con su padre, Inocencio, mientras los guiris de todas las nacionalidades medran en los cafetales. Tomamos el notable vino de la finca, el Berrazales (40.000 botellas al año), el malvasía y moscatel (afrutado y seco), el tinto roble (tintilla y listán negro con seis meses de barrica), el blanco dulce sistema solera… Hasta probamos el agua de su manantial propio, ferrugente hasta decir basta.

Luego, el café en serio. Sin hostias. Sentir Agaete… Mira: con la V60 (cafetera japonesa de filtrado), 100 ml de agua, 15 g de café de Agaete recién molido (inexcusable) y dos minutos y medio a 86ºC (usa termómetro). Se moja el papel-filtro con agua caliente, se escurre, se pone el café y se tira encima el agua. Se revuelve. Lo bebemos en copa Riedel, por supuesto. Y dice Víctor Lugo: “Sólo hay un mensaje, más allá de Agaete: tomad café únicamente arábica y natural”. Y añade que es perentorio que las etiquetas del café sean tan precisas como las del vino”.

Volvemos al presente. Al menú de Casa Romántica (chef, Adrián Alonso), que se encuentra a pocos kilómetros de la finca. Impecable. Paté de conejo en adobo con pan de millo y dulce de guayaba de la finca; croqueta de conejo en salmorejo con mojo rojo; buñuelo de carne de cabra en salsa con alioli de romero; tomates ahumados y encurtidos con nube de queso y berros; risotto de perdiz con sofrito de remolacha, nube de queso curado y alioli de romero; caldo de pescado (sama) con espuma de gofio; cochinillo a baja con crujiente de manzana… Y la ceremonia del café con la V60…

La gran cena con Benito Gómez y los Padrón
Por fin. La noche cae sobre el jardín del Santa Catalina y vamos desfilando hacia el restaurante Poemas para asistir a la jam session.
Benito viene como es él: fuerte. Energía imparable, como la trepidación de un riff de hard rock, risas a toneladas, frases lapidarias a lo Harry Callahan (“mi cocina soy yo, nada de relatos”, “mi cocina se basa en los aliños, esta es la diferencia”, “cuando tengo una elaboración perfecta, la rompo con algo que no tenga nada que ver”…) y una clase culinaria que se le escapa por las costuras.

Sin hostias. Pura cocina en su máximo esplendor; los paisajes de Ronda arrojados -con mucho swing- sobre el plato. Para empezar: sopa de verduras en crudo (prensando y extrayendo), aceite de higuera y alegre tapioca. Tan bestia como era de imaginar. E higo en escabeche de higuera con gárum de bogavante. Lo que no hay.

Hemos empezado por arriba, caray. Pero entonces vienen los Padrón y su toque tan chic… Turrón de morcilla canaria, praliné de almendras y togarashi. Uno de sus monumentos clásicos.

Irrumpe de nuevo Benito con su piel de pollo asado suflada (horno directo sin peso) y gamba macerada. Punk sofisticado. Espera… Navajas con tomate: caldo de tomates a la brasa con atún seco rollo clamato y brioche de los interiores de la navaja. La bomba.

La glamourosa caracola (milhojas) de apio, toques de piñones y trufa rallada es la vuelta al escenario de los Padrón, exhibición de equilibrios y elegancias.

Lo que presenta ahora mismo Benito es la polla: cebolla tierna asada con espuma de suero de payoyo, romesco y huevas de trucha. Inopinada colisión sensorial enloquecedora.

Lujosa y perfecta la anguila ahumada a la benedictine (holandesa de foie gras) rematada con angulas. Maravillosa sofisticación.

Emblanco de verano, una sopa malagueña de patata con vegetales y almendras crudas, texturas y matices.

Perfecta cocción de la cigala a la brasa, con blanco de cigala, sriracha, arroz crujiente contrastando. Los Padrón en su prime.

Benito dice la última. Sabor en negrita y caja alta: sensualidad, rock, ensoñación campera… Blanqueta de paletilla de conejo, brocheta de sus interiores en manteca colorá y caviar.

Momento para Jonathan Padrón y su crema de pistacho, helado de parchita y azafrán helado, todo da vueltas…

Y todavía Benito con su soplillo (merengue relleno) de hierbaluisa, chocolate blanco y fruta de la pasión.

Una noche a lo grande, grande.

Antes de irnos, un tentempié en Vinófilos Triana
Simpatía por Vinófilos, la tienda-distribuidora de vinos (y algunas cosas de comer) que me surtió de risas durante la pandemia en Tenerife… Aquellos viernes en que, desde la desolación, aparecía el coche cargado de cajas de alegría.

Hacia allí voy con Maribona… Nos sirve Daniel Ramos -sumiller al que conocí hace años en Hacienda Benazuza El Bulli– y nos propone una lata de berberechos, tamaño medio pero limpios y sabrosos, tortilla de patata y puerro y calamares de Gran Canaria fritos.
Y, con los vinos, la charla. Y nos cuenta Daniel de un posible proyecto en Canarias con… Rafa Zafra. La idea, al menos, está. Veremos si hay partner

Nota del autor: en muy breve, la crónica de la comida en Muxgo, el restaurante de Borja Marrero abierto muy recientemente en el propio Santa Catalina, a Royal Hideaway Hotel.

 

 

Los Hermanos Vinagre son los hermanos Valentí (Enrique y Carlos), ambos viejos amigos de Barcelona y Madrid, respectivamente. Y ambos chefs con un raro talento que, con sus tres “Hermanos Vinagre” madrileños, ha conseguido epatar a romanos y cartagineses con sus ‘aperitivos especiales’, en el caso del último -motivo de este escrito-, además, con la suma virtuosa a la oferta fría de la cocina caliente. Enrique y Carlos han puesto al día de forma exquisitamente canalla, como bien apunta Luchini, la cocina popular madrileña.
Y, claro, nos pusimos como Las Grecas.

Música recomendada: Caray (Gabinete Caligari y Loquillo)

Cardenal Cisneros está a tope esta tarde, y en Hermanos Vinagre ya no cabe nadie más: me he de apalancar en la barra, en el pequeño lugar del pase (eso sí, justo frente al grifo de cerveza), mientras espero a Alberto, Aladino y Cristina. Carlos, que nunca pierde la flema, se ocupa de ponerme una birra y, por supuesto, una generosísima ración de encurtidos.

No tardan mucho los colegas y nos vamos a la mesa (reservada, si no, imposible), porque este tercer Hermanos Vinagre dispone de un pequeño comedor donde dilatarse con los nuevos platos de cocina. Champagne. Y unas entradas frías, porque hay cosas que no sé delegar: gildas (monumentales), chips con un toque de calor y esa irresistible anchoa con mantequilla que enloquece a quien la prueba.

Hermanos Vinagre. Madrid. Fotos: Xavier Agulló.
Hermanos Vinagre. Madrid. Fotos: Xavier Agulló.

He venido dispuesto a aguantar todas las opulencias calientes, a darme un baño impío de madrileñismo gastronómico… Y sí. Bocadillo de calamares en brioche, y mira ese frito tan delicado, amigo. ‘Manos’ Valentí. Las gambas al ajillo, uno de estos clásicos que, desafortunadamente, no es posible ya celebrar en condiciones en ningún sitio, aquí es una epifanía de mesmerizante hechura.

Ni te cuento la merluza rebozada, arcangélica, con salsa tártara. Es salir de una y meterse en otra (y yo preocupado): huevos fritos con patatas fritas y papada de Joselito. ‘Demasié’… Con el local reventado de miradas felices y el rock madrileño sonando (los Valentí sólo ponen rock y pop de la capital; ahora mismo Leño), entramos en la parte cárnica, toda una kermesse de sensaciones salvajes. Para empezar, la oreja frita, fina, crujiente, toque ahumado y picante, uno de los must de la casa. ¡Y ese pollo al ajillo, camarada!

Hermanos Vinagre. Madrid. Fotos: Xavier Agulló.
Hermanos Vinagre. Madrid. Fotos: Xavier Agulló.

Cuando parece que ya está todo dicho, acometemos el caleidoscópico universo de Cárnicas Lyo, la famosa empresa que apostó (y su apuesta se ha multiplicado estos últimos años hasta lo inexplicable) por las maduraciones extremas (recuerdo en uno de los restaurantes que Enrique tuvo en Barcelona, Casa Paloma, aquel buey de un año de maduración que nos cambió a todos), porque, fíjate, estamos con Aladino Juan, propietario, junto a su hermano Óscar, de la marca. Lo primero, el tartare Lyo, en el que se añade esa grasa taumatúrgica, repleta de umami, de las piezas maduradas. Una experiencia cuadrafónica.

El solomillo Lyo al ajillo, otro clásico del canalleo fino, es esa virtuosa mezcla de textura pornográfica y estallido de sabores complejos, y sólo tiene 40 días de maduración. El pepito de ternera, porque ya vamos sin jockey, está elaborado con cadera Lyo de 120 días de maduración y pan de viena, puro frenesí. ¿Más guerra? Los callos de vaca Lyo, un arrebato que a pesar de todo lo anterior, no podemos declinar.
Todavía el flan, casero, amoroso…
¿Entiendes por qué soy fan de Hermanos Vinagre?

Hermanos Vinagre
Cardenal Cisneros, 26

Madrid
Tel. 914 11 87 99
Siempre abierto
€Precio medio: 25