Recuerdo aquel fotomatón de la plaza Gala Placidia porque estaba justo al lado de las Atracciones Caspolino, mi ruta 66 particular, el lugar donde esbocé mis primeros sueños entre autos de choque, cigarrillos furtivos y chicas imposibles de minifaldas ajustadas y botas que se hicieron para algo más que caminar. Y por los oscuros y escalofriantes hechos que sucedieron años después…
La cadena de ominosos sucesos comenzó al poco de que se anunciara el cierre y desaparición del mítico mini parque -conocido popularmente en Gracia como “los caballitos”-, mártir de los nuevos tiempos urbanísticos. Fueron dos chicos desparecidos y vistos por última vez en los alrededores del carrusel. A esas dos misteriosas desapariciones se sumó muy pronto, justo cuando los diarios ya aireaban la tragedia a cinco columnas, un sábado por la tarde, la de una chica de 15 años y su novio, de 17. Según los amigos de la pandilla relataron a la policía ya por la noche, se habían ido brevemente al fotomatón a hacerse unas fotos. Ni se habían despedido.
P., el inspector al cargo, un tipo de sólida formación universitaria e intachable reputación profesional, se convirtió en el foco de todas las miradas. Porque, no mucho más tarde, ya en los estertores terminales del Caspolino, desparecieron dos chicas más. Esta vez, sin embargo, P. contó con la declaración de un hippie que acostumbraba gastar la tarde en un banco frente a las atracciones. Las jóvenes, aseguró, habían entrado en el fotomatón, las había visto perfectamente, y ya no habían salido de él. La sospecha sobre la fiabilidad del testigo, fruto de las colillas de joints que se acumulaban bajo el banco, puso en entredicho la pista, y hasta el tipo fue investigado, aunque sin ningún resultado. La última abducción fue la de tres chavales del barrio, que jamás llegaron a casa al acabar la escuela. P., tras rastrear las callejuelas anexas hasta la extenuación, descubrió entonces, en la cazoleta exterior del fotomatón, donde se recogen las fotos ya reveladas, una tira con instantáneas de los tres chicos: tras examinarlas con atención, observó que las primera tres mostraban a los adolescentes desternillándose de risa, pero en la cuarta… en la cuarta advirtió un extraño rictus en el rostro de uno de ellos. Una mueca que, mirándola y mirándola, describiría más tarde como de terror inconcreto.
Al cabo de unos meses de infructuosas pesquisas, investigando hasta la saciedad a todo el personal de Caspolino, a diversos vecinos y a los sospechosos habituales, P., que cayó en un fuerte estado depresivo, fue arrinconado en la comisaría y su nombre, así como las mismas desapariciones, se perdieron en el olvido mediático. Atracciones Caspolino fue desmantelado, el fotomatón retirado y en el lugar se levantó el Colegio de Economistas de Catalunya.
Las jóvenes, aseguró, habían entrado en el fotomatón, las había visto perfectamente, y ya no habían salido de él
Fue mi amiga M., de la sección policial de La Vanguardia, quien me devolvió hace pocos meses a la terrible historia. Mientras tomábamos unos cocktails, no sé cómo salieron a cuento los viejos tiempos del Caspolino y, cambiándole la cara, me confió que había conocido al viejo inspector, a P., con el que mantenía una cierta amistad. M., mujer resuelta y periodista nada dada a la especulación, me explicó de sus encuentros con el policía con un tono extrañamente inquietante. “P. está convencido de que en el origen de aquellas fatídicas desapariciones nunca resueltas está el fotomatón, y si te he de decir la verdad, con todo lo que me ha revelado, debo estar en buena parte de acuerdo con él, aunque de forma extraoficial”. Otra ronda de manhattans nos llevó a penetrar en la zona de las sombras… “P. siguió investigando por su cuenta a pesar de que el caso ya no era suyo, descubrió más testigos y todo, todo, lo lleva al fotomatón. Además del hippie del banco, hubo otros vecinos que vieron entrar a los desaparecidos al fotomatón, pero nunca los vieron salir. Es también cierto que la cabina se usaba para otras cosas, para el petting, para fumarse un porro, pero, según él y lo aportado por esos testimonios, no puede haber otra explicación que el fotomatón”. ¿Entonces? ¿Un agujero negro? ¿Un portal a otra dimensión? ¿Una singularidad cósmica? ¿Extraterrestres? “No sabe lo que pasó, ni cómo ni por qué; pero cree firmemente que todo ocurrió dentro de aquel fotomatón, y que acaso pudiera ser una especie de respuesta vengativa y nostálgica del artefacto por el cierre del lugar, aunque me da que a veces P. ya chochea”.
Epílogo
Me extrañó la llamada de M. hace unos días. Estaba excitada, algo muy poco habitual en ella. “Tras nuestra conversación en la coctelería -dijo- me dediqué en ratos perdidos a seguir el rastro de aquel fotomatón. Hace tres días, finalmente, lo encontré en un almacén del Poble Nou”. Se hizo un silencio. La conversación se tornó numinosa, calenturienta. “Fui allí y le pedí al encargado que me mostrase y abriese la máquina… ¿Sabes lo que encontré dentro? Fotos arrugadas y medio rotas de los desaparecidos, y todo manchado de lo que sin duda es sangre reseca… Llamé inmediatamente a P., pero me contestó su mujer: P. murió hace una semana de un infarto. Y no sabes lo peor: en el almacén me contaron que van a restaurar el fotomatón para alquilarlo en bodas y eventos…”
*Cabina equipada para hacer pequeñas fotografías automáticamente y en pocos minutos.