De un tiempo a esta parte -cosa de las malditas y (Inch’Allah) efímeras tendencias digitales-, resulta aborrecible leer constantemente en los medios que se llaman gastronómicos apalancados en las redes -desde webs o blogs irrelevantes hasta diarios como Marca o La Vanguardia, y me quedo corto- artículos y artículos que, para dar pátina de autenticidad y estimular la lectura de los más incautos y asténicos, proponen todo tipo de recetas y trucos culinarios con la coletilla “de la abuela”, esa recurrente y vacía metáfora que desde hace décadas carece de realidad y sólo apela a un simulacro de nostalgia, como diría Baudrillard.
Paralelamente a este vicio abominable, otra muletilla nefanda ha colonizado también, y sin sonrojo, los medios gastroalimentarios de Internet: el aval de la Universidad de Harvard para todo, con títulos tipo “El producto que alarga la vida, según Harvard” y otras lindezas de la misma calaña rozando en muchos casos el fake.
La apoteosis de estas atrocidades periodísticas e ignominias informativas me la he cruzado esta mañana, en el diario El Español, con un titular impagable que une las dos aberrantes tendencias comentadas más arriba: “El plato de las abuelas manchegas que Harvard recomienda y consumimos poco en España”. ¡Toma ya!
En 2007 escribí una editorial para “Lo mejor de la gastronomía” intitulado “¡Muerte a la abuela!”, que, ojo, dedicaba con cariño a todas las abuelas y madres que nos dieron la felicidad con sus guisos, pero que quería ser una crítica sin prisioneros a la leyenda de la abuela en la cartografía de la cocina contemporánea de aquel momento (y parece que también de ahora). Y escribía párrafos como “la abuela que se vindica, por razones generacionales, no está claro que exista. Lo apuntaba Óscar Caballero: ‘Tras la guerra, las que eran pobres no disponían de recursos para cocinar; las que eran trabajadoras no tenían tiempo; y las que eran ricas contaban con una cocinera’”.
O: “Esta ‘abuela’ no es real. No. Es legendaria. Se ha fabulado una abuela mitológica, se ha inventado una figura fantásmica con la que se pretende impostar tiempos pasados y mejores”.
Y no voy a hablar aquí de otras de las perversas praxis en que incurren los medios digitales, como las de evitar el tema central en el titular, la ausencia de “leads” y la detestable trampa de ir dilatando frases con circunloquios para que el lector gaste tiempo y tiempo en su web generando estadísticas y la publicidad que de ellas se deriva
Efectivamente, la abuela de esos titulares actuales es sólo una grosero márketing apelativo a lo onírico, así como Harvard es sólo un intento de dar fe, el “imprimatur”, a textos recurrentes, adocenados y amarillos que sin la apostilla no tendrían ninguna posibilidad de ser leídos por ese público masificado en busca siempre de pretendidas “opiniones autorizadas”, por muy sospechosas que puedan parecer a los lectores con criterios sólidos.
Y así andamos.
Citaba también en el título de este artículo la figura literaria “hipérbole” como otro de los recursos fáciles usados por esos periodistas (o lo que sea) -imagino que a la orden de sus medios bajo la malvada dictadura del SEO (mucho peor que la antigua censura)- que escriben supuestamente de gastronomía. Ved un titular leído hoy mismo, en La Opinión de Murcia: “Murcia, al borde del colapso tras descubrir que el producto más típico tiene un origen distinto”. ¡Colapso! Tras cuatro párrafos de absurdo contexto para alargar (se habla incluso del pisco) descubrimos al fin que la noticia se refiere al pastel de carne, que, ¡oh catástrofe!, parece que no era estrictamente murciano, que se hacía en toda España desde la Edad Media y que Murcia fue “sólo” el único sitio donde sobrevivió. Nuestra solidaridad con todos los murcianos infartados por tal bombazo histórico. En fin…
Lo de la ignorancia no hace falta ni comentarlo. Cae a plomo en este momento del artículo.
Y todavía un delirio más en cuanto a titulares ominosos que llenan la web. Son cientos y siempre la misma cantinela: ¿“Qué pasa si comes (ahí hay variedad; plátanos, nueces, aceitunas…) todos los días. Súmale las paradojas constantes (siempre apoyadas por dudosos estudios) de un artículo hablando de lo bueno que es beber cerveza, por ejemplo, y de otro al lado clamando que la cerveza mata, y así la incultura medra sin control en la comunicación del sector porque todos quieren (y creen) la noticia que más se adapta a sus creencias.
Y no, no voy a hablar aquí, porque todo esto es ya muy cansino, de muchas otras de las perversas y antiprofesionales praxis en que incurren los medios en su versión digital (en gastronomía y en otros ámbitos), como evitar el tema central en el titular, la ausencia de “leads” y la detestable trampa de ir dilatando frades con circunloquios, en su mayoría desinformados, tópicos y hasta mal escritos (tampoco voy a tocar aquí los constantes errores ortográficos y sintácticos que exhiben sin pudor esos textos espurios) para que el lector gaste tiempo y tiempo en su web generando estadísticas y la publicidad derivada de ellas.
Afortunadamente, tenemos en este país (y en otros) una fantástica pléyade de grandes periodistas, comunicadores, escritores gastronómicos y gastrónomos que, día a día, en la prensa convencional y en la digital, nos regalan información, cultura y verdad en sus artículos.
Y yo, que tengo esta extraña fe en el ser humano…