Me pidió el compañero Rafael Rincón participar en su proyecto “40 rutas del foie gras” junto con una pléyade de muy reconocidos periodistas gastronómicos de todo el territorio. Me enrolé en la inciativa con gusto, y esta fue mi reflexión…
No paran. Los “animalistas”, una especie que, como todo, va desde la justa ideología de mejora en el trato a los animales hasta la radicalidad más absurda (evito los manifiestos más enloquecidos), han caído en lo de siempre: bascular sin control hasta el extremo. Nada les importa que, gracias a las nuevas praxis respetuosas y a una tecnología cada vez más “transparente”, el tratamiento de los animales destinados a la alimentación esté avanzando en los diferentes aspectos sanitarios y éticos. Nada les importa que haya muchos productores (desafortunadamente, no todos, es cierto) que sí actúen “conforme a ley”, e incluso anden más allá. Para esa fauna de “torquemadas” contemporáneos la única opción es prohibir, sin reflexión y sin distingos. Es la consecuencia (i)lógica de la ignorancia sincera aplicada a la corrección política, uno de los grandes males de nuestro tiempo, tanto en positivo como en negativo.
“¿Podemos decir que alimentar a la gente con jarabe de maíz alto en fructosa y otros aditivos causa ‘menos sufrimiento’ que la producción de foie gras?”
Una de las últimas campañas de estos espurios mesías va dirigida a acabar con el foie gras. Una vez más, sin tener en cuenta que esta elaboración, con una historia que se remonta al antiguo Egipto, ha ido adaptando (mayoritariamente) sus técnicas para evitar al máximo el sufrimiento del pato o la oca. Resulta cuanto menos paradójico que los animalistas se preocupen tanto del bienestar de los animales que nos alimentan de una u otra forma y no, como decía hace poco el conocido chef norteamericano David Chang, de la salud alimentaria de los seres humanos: “¿Podemos decir que alimentar a la gente con jarabe de maíz alto en fructosa, colorantes alimentarios, exceso de sal, pesticidas y otros aditivos causa ‘menos sufrimiento’ que la producción de foie gras?”
Los animalistas que quieren prohibir el foie gras (a mí siempre me han parecido inquietantes aquellos que valoran a los animales por encima de las personas) entran dentro de lo que Chang califica como “idiocracia”, y los que los secundan desde las instituciones son las víctimas apocadas de una estúpida corrección política que nos atenaza intelectualmente por un lado, y nos “regala” letales pseudolibertades populistas por el otro.
Marcus Henley, gerente de una conocida granja (respetuosa) de foie gras del estado de Nueva York, que ha prohibido este producto a partir de 2022, va todavía más lejos: “Esta ley nos recuerda el enfoque autoritario y fascista de las leyes de bienestar animal: Hitler también prohibió el foie gras en 1933”.
En fin… Yo, mientras, seguiré disfrutando del foie gras.
Miguel Herrán encabeza el reparto de “Hasta el cielo
Quién me iba a decir a mí, el lunes 9 de marzo, a las 11.40 horas, cuando salía del cine Paz de la calle Fuencarral, donde acababa de asistir al pase de prensa de la película “Origenes secretos”, de David Galán Galindo, que habrían de pasar 102 días hasta que volviera a pisar una sala de cine. 102 días larguísimos, inciertos e interminables en los que, por supuesto, no he dejado de ver películas, 182 para ser precisos, pero en el ordenador o en la televisión, sin la magia de la pantalla grande y la oscuridad.
Si hace una semanas, en los primeros días de levantamiento parcial del arresto domiciliario, rememoraba la primera cerveza que me tomé en un terraza, junto a mis amigos Ladi y Cris (que sí, que seguían siendo tridimensionales) y comentaba que, a determinadas edades, es cada vez más difícil hacer algo por primera vez, el pasado viernes 19 de junio, coincidiendo además con el cumpleaños de una de las personas clave en mi vida, a las 10.30 horas, se produjo uno de esos momentos. Y, por uno de esos inescrutables caprichos del destino, no podía ser en otro lugar que… el cine Paz de la calle Fuencarral.
Allí se había convocado el primer pase de prensa de la nueva era (lo de nueva normalidad se lo dejo a los políticos y los “expertos”). Y allí que estábamos mi mascarilla, mi botecito de alcohol y yo. Tras los saludos de rigor con varios colegas y algún amigo, procedí a sentarme exactamente en la misma butaca donde había estado sentado hacía 102 días. Cuando por fin se apagaron las luces y sonó la fanfarria de la multinacional que distribuye el filme, casi todos los asistentes se arrancaron en un espontáneo aplauso, una suerte de exorcismo colectivo para espantar esos fantasmas que todavía nos amenazan a la vuelta de cada esquina.
Los primeros cinco minutos de proyección fueron un tanto angustiosos: las gafas se empañaban por culpa de la mascarilla. Hasta que por fin di con el remedio, que no fue otro que colocar las gafas en la punta de la nariz y, pese al aspecto de científico despistado, tipo el Jerry Lewis de “El profesor chiflado”. la cosa funcionó. A partir de ese momento, durante las dos horas siguientes, se me olvidaron la mascarilla, la lejanía del resto de asistentes, los virus y hasta los políticos: la magia del cine, una vez, podía con todo.
La película en cuestión, que todavía no lo he dicho, era “Hasta el cielo”, un thriller poligonero español dirigido por Daniel Calparsoro y protagonizado por Miguel Herrán, Carolina Yuste, Luis Tosar y Asia Ortega. Con un diseño de producción digno de cualquier producción de Hollywood, es un filme arrítimico, con un guion que tiene demasiadas lagunas y un montaje algo confuso. Pero no se trataba de juzgar a la película con severidad, entre otras cosas porque la voy a recordar el resto de mis días. Así que disfruté de su sonido envolvente, de sus persecuciones trepidantes, de los preciosos escenarios naturales de Ibiza y de un reparto bien seleccionado que cumple con creces.
Evidentemente, “Hasta el cielo” no es ni “Atraco perfecto” ni “La jungla de asfalto” ni “Uno de los nuestros” ni pasará con letras de oro a la historia del Cine. Pero para mí es y será mucho más importante que todas ellas, porque pasará a la historia de mi vida. Porque, ya lo dijo Garci y le dieron hasta un Oscar por ello, no hay nada como volver a empezar.
Será fruto del azar, o tal vez no, pero el caso es que el viernes 12 de junio, con Estados Unidos literalmente en llamas tras el asesinato de George Floyd en Minesota, se estrenó en España la última película de Spike Lee, “Da 5 Bloods: Hermanos de armas”, coproducida por Netflix y, por tanto, disponible en la oferta de la plataforma digital. Una cinta que, como es habitual en la filmografía de Lee, viene a meter el dedo en la llaga del racismo en Estados Unidos.
Vamos primero con el argumento: cuatro camaradas negros que combatieron en la Guerra del Vietnam regresan al país del Sudeste asiático para recuperar los restos del jefe de su pelotón, caído en combate, y trasladarlos al cementerio de Arlington. Al mismo tiempo, esperan encontrar una caja llena de lingotes de oro que quedó junto al cadáver y que podría resolverles la vida. Así contado, parece que estamos ante una película de aventuras bélicas típica. Pero con Spike Lee de por medio nada suele ser lo que parece.
Revestida de película de aventuras, pero una tesis en toda regla sobre racismo, injusticias sociales, el sinsentido del conflicto bélico y, sobre todo, Trump, “ese infiltrado del Ku Klux Klan en la Casa Blanca”, como es definido en un momento del film
Ya desde el principio mismo, con imágenes de archivo en blanco y negro sobre manifestaciones contra la Guerra del Vietnam o declaraciones de Muhhamad Ali explicando por qué se negó a ser alistado, queda claro que lo que vamos a ver es una tesis. Revestida de película de aventuras, pero una tesis en toda regla sobre racismo, injusticias sociales, el sinsentido del conflicto bélico y, sobre todo, Trump, “ese infiltrado del Ku Klux Klan en la Casa Blanca”, como es definido en un momento del film. Y como tesis funciona, porque no hay nada que funcione mejor en una tesis que los datos, y los datos de la Guerra del Vietnam son incontestables: fue una guerra orquesta por blancos en la que los negros sirvieron de carne de cañón. Y la situación a día de hoy, siempre según Lee y con los demoledores datos en la mano, no ha mejorado mucho en su país. Todo esto, sin olvidar en ningún momento que la película fue rodada antes de los disturbios de los últimos días.
Si como tesis funciona y logra sus objetivos de denuncia casi al cien por cien, como película funciona un poco menos. El guion es un tanto errático y los personajes no acaban de estar definidos. Las escenas bélicas, en las que se aprecia que el director ha contado con un generoso presupuesto, no son precisamente su especialidad. Prueba de lo lujoso de la producción es la presencia en el reparto de una de las grandes estrellas del Hollywood actual, Chadwick “Black Panther” Boseman, junto a veteranos tan solventes como Delroy Lindo y Clarke Peters. Y, en una evidente concesión al mercado francés, que debe de ser muy importante para Netflix, Jean Reno y Mélanie Thierry.
Un recurso narrativo que me gusta es el de los flashbacks: en lugar de buscar actores jóvenes para rejuvenecer a los progotagonistas, son ellos mismos quienes se autointerpretan, sin maquillaje, porque sus yoes juveniles han envejecido también en sus memorias
También hay un montón de referencias metacinematográficas planteadas desde la irreverencia más absoluta, desde las más que evidentes a “Apocalypse Now” (un bar de Ho Chi Minh City se llama así, durante un viaje fluvial suena una versión de “La cabalgata de Las Valkirias”) hasta otras a “El tesoro de Sierra Madre” o “Good Morning, Vietnam”.
Un recurso narrativo que me gusta mucho es la resolución de los flashbacks: en lugar de buscar actores jóvenes para rejuvenecer a los progotagonistas, son ellos mismos quienes se autointerpretan, y sin maquillaje, porque sus yoes juveniles han envejecido también en sus propias memorias. Mientras tanto, el jefe del pelotón, muerto en juventud, sigue siendo joven, porque no le han conocido de mayor. Además, Lee juguetea con el formato, cambiando de scope a cuadrado o panorámico en función de la época en que se desarrolla cada secuencia.
Después de “Infiltrado en el KKKlan”, que si no es la película más redonda de Lee está cerca de serlo, reconozco que me esperaba más de este film. En conjunto no está mal pero, ya digo, a veces los árboles no dejan ver el bosque, algo bastante habitual en su trayectoria (recuérdese “Haz lo que debas”). Y si durara tres cuartos de hora menos, no pasaría nada. Absolutamente nada.
“El padrino”, elegida la mejor película de la historia
Luchini siempre vuelve a La Molicie… Esta vez destrozando, con más razón que un santo, la lista de “Las mejores películas de todos los tiempos” perpetrada por “The Hollywood Reporter”. Huele a chamusquina…
No sin cierto retintín, Roberto Lancha, director del estupendo programa “Estamos de
Cine”, de Radio Castilla-La Mancha, en el que tengo el privilegio y el orgullo de colaborar desde hace años, me hacía llegar ayer una lista publicada por “The Hollywood Reporter” sobre las 20 mejores películas de todos los tiempos. 2.120 profesionales de la meca del Cine (actores, directores, técnicos…) han votado en ella y el demencial resultado es el siguiente, de atrás hacia adelante:
20- Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). 19- Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990). 18- Annie Hall (Woody Allen, 1977). 17- Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). 16- Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). 15- Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939). 14- Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). 13- En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981). 12- Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985). 11- Star Wars IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). 10- La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). 9- 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968). 8- ET, el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). 7- El padrino II (Francis Ford Coppola, 1974). 6- Casablanca (Michael Curtiz, 1942). 5- Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). 4- Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994). 3- Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). 2- El mago de Oz (Victor Fleming, 1939). 1- El padrino (Francis Ford Coppola, 1972).
Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus…
Al leerla me quedé más que ojiplático… Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus… Dejando al margen que sólo aparezcan producciones estadounidenses, cosa lógica en un país donde la mayoría de sus habitantes piensa que España está en un lugar indeterminado entre Argentina y México, algunas de las reflexiones que provoca son las siguientes:
-El cine nació en 1939. Entre 1896 y ese año no existe. El cine mudo no existe. Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, F.W. Murnau, D.W. Griffith o los hermanos Marx no existen.
-Apurando un poco más, casi casi nació en la década de los 70, porque sólo aparecen seis filmes anteriores a ella.
-Las décadas clave en la Historia del Cine son, como todos sabemos, los 70 y los 90, seguidos de cerca por los inolvidables (por horteras) 80. Los 30, los 40 y los 60 carecen casi por completo de interés. Y qué decir de los deleznables y ninguneados 50, con películas tan indignas como “El hombre tranquilo”, “Cantando bajo la lluvia”, “Vértigo”, Río Bravo” o “Con faldas y a lo loco”.
-Los mejores directores de todos los tiempos son Francis Ford Coppola y Steven Spielberg, con tres títulos de cada uno entre los 20 elegidos. Les siguen, con dos, esos grandes genios que son Victor Fleming (el tamagochi preferido de Selznick) y Robert Zemeckis (el tamagochi preferido de Spielberg). Entre los cuatro, copan la mitad del listado. A su lado, tipos como John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Billy Wilder o Raoul Walsh eran meros advenedizos.
-Cuánta razón tenía el magnate Ted Turner cuando se dedicaba a colorear películas en blanco y negro… Sólo cinco títulos de este tipo aparecen en la lista, uno de ellos “La lista de Schindler”, un capricho personal de Spielberg. Y los otros cuatro porque han sido emitidos millones de veces en televisión y no me sorprendería que la mayoría de los votantes los haya visto coloreados.
“Cadena perpetua”, ¿la cuarta mejor película de todos los tiempos?
-Algún día, algún avezado sociólogo conseguirá explicar el fenómeno de “Cadena perpetua”, una discreta peliculilla que probablemente sea, desde el momento mismo de su estreno (¡estuvo nominada a 7 Oscar!), la más sobrevalorada de todos los tiempos en Estados Unidos.
Una última reflexión: que digo yo que a si un abogado se le exige que conozca el Derecho Romano, a un arquitecto que analice la obra de Fidias, a un ingeniero que sepa cómo construían los acueductos los romanos y hasta a un periodista que haya leído los artículos de Larra (por lo menos, cuando yo estudié era así), a los que se dedican al cine habría que pedirles que hubieran visto alguna película anterior al auge de los centros comerciales y las plataformas de internet. Digo…
Vuelve Luchini a La Molicie descubriéndonos a Adam Sandler como un actor mucho más allá de la comedia zafia. Y lo ejemplifica con dos propuestas que aconsejo con entusiasmo…
Que Adam Sandler fuera uno de los cómicos de mayor éxito internacional en las décadas de los 90 y 00 y en la primera mitad de los 10 es un misterio aún más insondable, si cabe, que el secreto de la masa de cierta pizza. Durante ese cuarto de siglo protagonizó engendros como “El aguador”, “Little Nicky”, “Estoy hecho un animal”, “Ejecutivo agresivo”, “Terminagolf”, “Mr. Deeds” (vergonzoso remake del clásico de Frank Capra), “El clan de los rompehuesos”, “Click”, “Zohan: licencia para peinar”, “Niños grandes” (primera y segunda parte), “Jack y su gemela” (coprotagonizada por un Al Pacino que no ha hecho un ridículo más espantoso en toda su vida) o “Juntos y revueltos”. Más que una filmografía, conforman una delirante y espeluznante galería de los horrores.
Avalado por un éxito de taquilla tras otro, a mediados de los años 10, Sandler “ficha” por Netflix para convertirse en uno de los abanderados de la producción propia de la plataforma. Sus dos primeros proyectos no pueden ser más descorazonadores; “The Ridiculous 6”, una parodia del western indescriptiblemente vergonzante, y “The Do-Over”, un thriller cómico que, siendo generosos, no pasa de imbecilidad supina.
“The Meyerowitz Stories”
Pero, de repente, vaya usted a saber por qué, en 2017 a Sandler se le ilumina una bombillita y se embarca en el proyecto de un director neoyorquino muy de moda entre los híspters, Noah Baumbach. La película se titula “The Meyerowitz Stories” y cuenta la complicada relación de tres hermanos con su padre, un artista egocéntrico, egoísta, ruin, miserable y desnaturalizado. Con una caracterización muy singular, luciendo barba desaliñada, una incipiente papada y vistiendo de aquella manera (por ejemplo, con bermudas y chaqueta), Sandler da vida al mayor de los tres hermanos y no sólo logra una extraordinaria e inesperada composición, doliente y rica en matices, muy peterpanesca, sino que se defiende de tú a tú en intensos duelos dialécticos con una vieja gloria como Dustin Hoffman, que interpreta a su padre. Al final, resulta que Sandler es un pésimo cómico pero un buen actor… dramático. (Un inciso: ya había dado una pequeña prueba de ello en 2002, cuando se puso a las órdenes a de Paul Thomas Anderson en la inclasificable “Embriagado de amor”, pero parecía más un accidente y mérito de Anderson que otra cosa).
“The Meyerowitz Stories” es una notabilísima película, que alterna los momentos más melancólicos con unas muy bien dosificadas gotas de humor negro y define a la perfección el universo de Baumbach, siempre obsesionado con familias disfuncionales y rotas, y sienta los cimientos de lo que habría de ser su siguiente filme, el alabadísimo y premiadísimo “Historia de un matrimonio”, que, sin embargo, a mí me parece que está un punto por debajo de éste. Además de Sandler y Hoffman, en su espectacular reparto figuran Ben Stiller, Emma Thompson, Judd Hirsch, Adam Driver… y hasta Sigourney Weaver haciendo de Sigourney Weaver. No la había visto hasta ahora y le debo dos de las mejores horas que he pasado en los execrables últimos dos meses.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más, como decía SuperRatón.
“Diamantes en bruto”
Después de “The Meyerowitz Stories”, Sandler vuelve a las andadas con “La peor semana” y remonta un poco el vuelo con la entretenida e intrascendente comedia de enredo e intriga “Criminales en el mar”, uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix que le debe mucho a la presencia de una esplendorosa Jennifer Aniston, que cada año que pasa parece un año más joven (¿en qué estaría pensando Brad Pitt?). Y, acto seguido, llega la bomba, “Diamantes en bruto”.
Rodado en 2019 y estrenado en España, directamente en la plataforma, a principios de 2020, el filme dirigido por los hermanos Bennie y Josh Safdie es una perita en dulce para cualquier actor y Sandler la aprovecha, y de qué manera. Convertido en un joyero judío de Nueva York endeudado hasta las cejas con la mafia por culpa de su afición a las apuestas deportivas y con una incontenible diarrea verborreica, el actor es el neurótico protagonista absoluto de un thriller urbano frenético, desmadrado y desenfrenado, sin un momento de pausa a lo largo de sus más de dos horas de metraje. Seguido por una cámara que no para quieta en ningún momento y con un montaje que puede llegar a resultar hasta un punto mareante, Sandler brinda un fascinante ejercicio de histrionismo controlado: siempre está a punto de pasarse de la raya pero siempre se contiene a tiempo. Su despreciable y, al mismo tiempo, digno de conmiseración Howard Ratner es uno de esos personajes que marcan, y para bien, la carrera de cualquier actor. De hecho, se llegó a comentar que podría haber sido nominado al Oscar por esta interpretación y, la verdad, no hubiera sido para nada injusto.
Quién me iba a decir a mí que, además de para que me roben unas cuantas, demasiadas, semanas de mi vida (y unas cuantas cosas más que no vienen al caso), el puto coronavirus me iba a servir para descubrir, gracias a dos peliculones como “The Meyerowitz Stories” y “Diamantes en bruto”, que ese tipo llamado Adam Sandler al que había despreciado durante casi 30 años era un gran actor. Vivir para creer.
Carlos Santos, caracterizado como Almodóvar en “El Ministerio del Tiempo”
Nueva “intromisión” del hermano Luchini en La Molicie. Hoy con una somera (pero afilada) mirada a Pedro Almodóvar y su transcurrir filmográfico con la que estoy completamente de acuerdo. Y no estoy chupando ninguna polla…
Anoche se emitió en La 1 el segundo capítulo de la cuarta temporada (dicho así, suena a delirante “desescalada” gubernamental) de la serie “El Ministerio del Tiempo”. En un alarde de imaginación, los guionistas conectaban la Movida Madrileña de 1981 con el reinado de Felipe IV en 1648. Y la verdad es que la cosa, a pesar de ser casi un salto mortal sin red, no les salía nada mal. Especialmente gracias a la caracterización que ese enorme actor que es Carlos Santos hace de Pedro Almodóvar, un joven cineasta que estaba empezando su carrera y se disponía a rodar su segunda película, “Laberinto de pasiones”, mientras cantaba en tugurios de mala muerte junto a su inseparable Fabio McManamara.
En cualquier caso, de lo que quiero hablar no es de la Movida, una época que, por fortuna o por desgracia, no llegué a vivir en su época de máximo esplendor… o de máxima mugre, según se mire. De lo que quiero hablar es de Pedro Almodóvar y de su trayectoria como director (por cierto, quien disponga de Movistar+ y Netflix se puede marcar una retrospectiva íntegra de la misma) que, excepción hecha de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, que recuperé un par de años después de su presentación, he seguido en tiempo real, estreno a estreno.
Con Almodóvar tengo sentimientos encontrados, porque para mí es dos cineastas en uno. El primero, al que casi, casi rindo pleitesía y revisito siempre que puedo, arranca con la citada “Pepi, Luci, Bom…” y llega hasta “Átame”. Es decir, va desde 1980 hasta 1989, por lo que abarca íntegramente la década de los 80. Fue un periodo de creatividad desbordante, en el que las películas se sucedían al frenético ritmo de una por año y todas, las más logradas y las menos logradas, suponían un soplo de aire fresco en el acartonado panorama del cine patrio. Almodóvar daba la impresión de estar disfrutando de lo que hacía, de no tomarse nada demasiado en serio y de llevar al paroxismo la máxima de “carpe diem”.
Verónica Forqué y Carmen Maura en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”
En este tiempo, despachó varias obras maestras. La primera, indiscutible, en 1984, “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, una tragicomedia urbana llena de humor negro y crítica social que no sólo ha resistido perfectamente el paso de los años, sino que ha ido ganando actualidad con el mismo. Si las interpretaciones de Carmen Maura y Verónica Forqué no son las mejores de sus carreras, les falta poco para serlo. La segunda, en 1987, “La ley del deseo”, uno de los mayores y más exacerbados cantos al amour fou jamás rodados. Y la tercera, un año después, “Mujeres al borde un ataque de nervios”, una comedia sofisticada lejanamente inspirada en el Hollywood clásico, en la que Chus Lampreave como testiga de Jehová y María Barranco acosada por terroristas chiitas han pasado a formar parte del acervo popular. Siendo, como son, éstas las tres cumbres, no son para nada desdeñables “Entre tinieblas” (1983), “Matador” (1986) y “¡Átame!” (1989), con la que se cierra esta edad de oro almodovariana.
Con la llegada de los 90, Almodóvar da un giro copernicano a su carrera. La crítica ya le toma muy en serio y después de haber sido candidato al Oscar con “Mujeres…” (se lo arrebató, no injustamente, “Pelle el conquistador, de Bille August”) ya es una estrella internacional. Cada estreno suyo se convierte en un acontecimiento y los proyectos empiezan a espaciarse de dos en dos años. Esto se une a que Almodóvar toma demasiada consciencia de sí mismo, está más pendiente de trascender que de disfrutar, deja de ser un francotirador independiente para convertirse en un engranaje más del establishment.
Cecilia Roth en “Todo sobre mi madre”
Los 30 años que conforman este segundo periodo están trufados, eso sí, de reconocimientos (el Oscar a la Mejor Película Extranjera por “Todo sobre mi madre”; el Oscar al Mejor Guion Original por, ¿en serio?, “Hable con ella”, premios al Mejor Director en Cannes, Premios Europeos el Cine, Goyas españoles, Baftas británicos, David di Donatello italianos, Cesar franceses…) y el respeto casi reverencial de la crítica, sobre todo la extranjera. Pero, en mi opinión, de las 13 películas que rueda a lo largo de estas tres décadas (nótese el notable descenso en el ritmo creativo), apenas dos son reseñables: la oscarizada “Todo sobre mi madre” (1999), un intenso y precioso estudio sobre la maternidad y la pérdida, y “Volver” (2006), como su propio título indica, una vuelta a los orígenes y a su mundo manchego, ése que tan bien plasmó en los primeros años de su carrera, incluido el reencuentro con Carmen Maura.
Otras, como “Hable con ella” (2002), “Julieta” (2016) y “Dolor y gloria” (2019), contienen momentos brillantes, especialmente en lo que a dirección de actores se refiere, pero están muy lejos de ser redondas. Y luego hay tres que suponen un imborrable baldón en su filmografía: “Kika” (1993), “La piel que habito” (2011) y “Los amantes pasajeros” (2013). El resto no son ni buenas ni malas, son simplemente intrascendentes.
Eso sí, lo que se puede afirmar rotundamente es que Almodóvar ha conseguido trascender: al menos según los responsables de “El Ministerio del Tiempo”, es mucho más que un director de cine, es parte fundamental de la historia reciente de España. Para mí no llega a tanto pero sí creo que, sobre todo por lo que hizo en sus primeros años, puede ser considerado uno de los quince directores más destacados de la Historia del Cine Español, que no es ninguna tontería.
P.D. Una duda respecto a una paradoja espacio-temporal de “El Ministerio del Tiempo”: ¿por qué si los personajes de la actualidad no pueden viajar al futuro, Velázquez sí puede viajar de 1648 a 2020?
Comienza hoy aquí, en La Molicie de Xavier Agulló, la colaboración estelar del gran periodista, cinéfilo, rockero, gastrósofo, “siempre veo bares”, “una botella de champagne es suficiente para dos si uno no bebe” y “como fuera de casa en ningún sitio”, Alberto Luchini (El Mundo). Artículos que publica en su blog, Crónicas metropolitanas, y que comparto con entusiasmo y vigor. ¡Bienvenido, hermano! Hoy, rememorando a la actriz Gloria Guida…
Como dije en su día: “Hace años que volamos el puente sobre el Rubicón, ¿no, Alberto?”
“Gloria sui tuoi fianchi la mattina nasce il sole
entra odio ed esce amore dal nome Gloria”
En el año 1979, el cantautor italiano Umberto Tozzi consiguió un éxito interplanetario con la canción Gloria, uno de cuyos versos (su significado es “Gloria, a tu lado por la mañana nace el sol/ entra odio y sale amor del nombre Gloria) figura en el encabezamiento. No está claro a quién le dedicaron el tema Tozzi y su coautor, Giancarlo Bigazzi, pero podría haber sido, perfectamente, a una actriz que en aquella época estaba en la cresta de la ola y de la que hoy, injustamente, se acuerdan muy pocos. Gloria Guida.
Rubia rubísima, con unos enormes ojos verdes, su aspecto era angelical e ingenuo, dizque etéreo, pero tras él se ocultaba un torbellino que se convirtió en una de las reinas de la comedia sexy a la italiana y en el mayor icono erótico del país transalpino durante los años 70. Unas cuantas inmersiones en internet durante el arresto domiciliario, simplemente tecleando en buscadores los títulos originales de sus películas, me ha permitido descubrir buena parte de su filmografía, compuesta por 26 largometrajes que rodó en apenas 8 años, desde su debut en 1974 con 19 años hasta su retirada del cine con 27 en 1982, fecha a partir de la cual, excepción hecha de alguna aparición televisiva, se consagró a formar una familia junto al polifacético y por entonces popularísimo actor, cantante y showman Johnny Dorelli. No era una gran actriz, aunque tenía cierta vis cómica, pero su tremenda belleza, digna de un síndrome de Stendhal, le bastaba y le sobraba para iluminar la pantalla.
Antes de hablar de sus películas, situemos el contexto cinematográfico. Después del auge del spaghetti western en los años 60, en los años 70, aprovechando los vientos de libertad posteriores a mayo del 68 y la desaparición de la censura, surge en Italia un género completamente autóctono: la comedia sexy. Consistía en juntar a cómicos de mucho tirón (Lino Bandi, Alvaro Vitali, Mario Carotenuto…) con despampanantes actrices que, a la menor oportunidad, viniera a cuento o no, se quitaban la ropa. Vamos, exactamente lo mismo que a partir de 1977 sucedió en el cine del destape español, con las películas de Pajares y Esteso como epítome. Con la diferencia de que, en Italia, las estrellas eran ellas. Y ellas, casi todas llegadas del extranjero, eran Edwige Fenech, Barbara Bouchet o Nadia Cassini, que lucían con generosidad sus rubensianas curvas dignas de las grandes maggiorate clásicas. Pues bien, en ese rotundo elenco consiguió abrirse un hueco la jovencísima Gloria Guida, producto nacional cien por cien, proveniente de una familia de la céntrica Emilia Romagna aunque nacida en el Norte, en Trentino.
En 1975, enlazó siete películas, y en 1976 rodó cuatro más: en todas era la indiscutible cabeza de cartel. Y en todas, absolutamente en todas, se desnudaba con profusión. La más famosa fue, sin duda, “La liceale” (“La colegiala en España)
Su primer film, “La ragazzina” (1974), marca el personaje que caracterizará prácticamente toda su carrera; una joven guapísima y, generalmente, virginal (casi siempre a su pesar) que sufre el acoso de todos los varones que la rodean mientras sueña con un príncipe azul. Fue tal su éxito que el año siguiente, 1975, enlazó siete películas, y en 1976 rodó cuatro más: en todas era la indiscutible cabeza de cartel. Y en todas, absolutamente en todas, se desnudaba con profusión. La más famosa fue, sin duda, “La liceale” (“La colegiala” en España), dirigida por Michele Massimo Tarantini, que arrasó en taquilla, la convirtió en una estrella total y dio origen al subgénero de institutos. Pero la mejor de esta época, para mí, es “Blue Jeans” (Mario Imperoli, 1975), una sorprendente tragedia sobre una prostituta que se debate entre la ambición y el amor y que le permitió demostrar ciertas aptitudes dramáticas… sin exagerar.
En 1977 frenó un tanto su actividad, con apenas un par de títulos menores y en 1978 retornó al estajanovismo: además de empezar a explotar las secuelas de “La liceale”, se permitió una incursión en la industria internacional con “El triángulo diabólico de las Bermudas” (René Cardona Jr.), toda una rareza donde rodó en inglés junto a la actriz francesa Claudine Auger y a ¡John Huston! (sí, el director de “El tesoro de Sierra Madre”). Pero lo más importante de ese año es que intervino en la película más importante de su carrera, Avere vent’anni (“Las veinteañeras”, Fernando di Leo), un manifiesto generacional lleno de intención y mensaje hedonista al que el paso del tiempo ha convertido, merecidamente, en un título de culto. Su compañera de reparto era Lilli Carati, sobre la que vale la pena detenerse un párrafo.
Originaria de Lombardia y con una belleza muy racial, a los 18 años quedó segunda en el certamen de Miss Italia, lo que, unido a su espectacular físico, le sirvió para dar el salto al cine, por supuesto en películas repletas de escenas subidas de tono. Su principal problema es que como actriz era la negación absoluta, así que poco a poco se fue sumiendo en producciones más y más underground, lo que la llevó a hundirse en el mundo de la heroína para sobrellevar la frustración. En los años 80, bastante castigada y deteriorada, dio el salto a la pornografía pura y dura para poder financiarse las drogas y a finales de esa década se retiró definitivamente. Murió en 2014, a los 58 años, víctima de un tumor cerebral. Si no fuera por esta “Avere vent’anni”, su legado cinematográfico sería nulo.
Volvamos a Gloria Guida. Con la llegada de los 80 y el género que la había catapultado en franca decadencia, apenas si rodó cuatro películas más. La última de ellas, “Sesso e volentieri” (1982), le dio la oportunidad de trabajar a las órdenes de uno de los grandes directores de la comedia italiana de todos los tiempos Dino Risi. Pero tuvo la mala suerte de que se trata, de lejos, de la peor película del director. Eso sí, durante el rodaje de este filme de episodios (en el que, curiosamente, no se desnuda a pesar del explícito título) conoció al que habría de ser su pareja durante el resto de su vida, el citado Johnny Dorelli. Así que se retiró para convertirse en la madre (y abuela) de familia que es hoy en día, cuando en alguna que otra esporádica aparición en la televisión italiana luce un aspecto envidiable.
No, definitivamente Gloria Guida no figura ni figurará en el Olimpo del cine. Pero durante ocho años, y eso no se lo quita nadie, fue, por derecho propio, la Gloria de Italia.
“Gloria
Chiesa di campagna
Acqua nel deserto
Lascio aperto il cuore
Scappa senza far rumore
Dal lavoro del tuo letto
Dai gradini di un altare”
Gloria Guida y Lilli Carati en “Las veinteañeras”
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