Nueva “intromisión” del hermano Luchini en La Molicie. Hoy con una somera (pero afilada) mirada a Pedro Almodóvar y su transcurrir filmográfico con la que estoy completamente de acuerdo. Y no estoy chupando ninguna polla…

Música recomendada: Murciana marrana (Kaka de Luxe)

Anoche se emitió en La 1 el segundo capítulo de la cuarta temporada (dicho así, suena a delirante “desescalada” gubernamental) de la serie “El Ministerio del Tiempo”. En un alarde de imaginación, los guionistas conectaban la Movida Madrileña de 1981 con el reinado de Felipe IV en 1648. Y la verdad es que la cosa, a pesar de ser casi un salto mortal sin red, no les salía nada mal. Especialmente gracias a la caracterización que ese enorme actor que es Carlos Santos hace de Pedro Almodóvar, un joven cineasta que estaba empezando su carrera y se disponía a rodar su segunda película, “Laberinto de pasiones”, mientras cantaba en tugurios de mala muerte junto a su inseparable Fabio McManamara.

En cualquier caso, de lo que quiero hablar no es de la Movida, una época que, por fortuna o por desgracia, no llegué a vivir en su época de máximo esplendor… o de máxima mugre, según se mire. De lo que quiero hablar es de Pedro Almodóvar y de su trayectoria como director (por cierto, quien disponga de Movistar+ y Netflix se puede marcar una retrospectiva íntegra de la misma) que, excepción hecha de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, que recuperé un par de años después de su presentación, he seguido en tiempo real, estreno a estreno.

Con Almodóvar tengo sentimientos encontrados, porque para mí es dos cineastas en uno. El primero, al que casi, casi rindo pleitesía y revisito siempre que puedo, arranca con la citada “Pepi, Luci, Bom…” y llega hasta “Átame”. Es decir, va desde 1980 hasta 1989, por lo que abarca íntegramente la década de los 80. Fue un periodo de creatividad desbordante, en el que las películas se sucedían al frenético ritmo de una por año y todas, las más logradas y las menos logradas, suponían un soplo de aire fresco en el acartonado panorama del cine patrio. Almodóvar daba la impresión de estar disfrutando de lo que hacía, de no tomarse nada demasiado en serio y de llevar al paroxismo la máxima de “carpe diem”.

Verónica Forqué y Carmen Maura en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”

En este tiempo, despachó varias obras maestras. La primera, indiscutible, en 1984, “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, una tragicomedia urbana llena de humor negro y crítica social que no sólo ha resistido perfectamente el paso de los años, sino que ha ido ganando actualidad con el mismo. Si las interpretaciones de Carmen Maura y Verónica Forqué no son las mejores de sus carreras, les falta poco para serlo. La segunda, en 1987, “La ley del deseo”, uno de los mayores y más exacerbados cantos al amour fou jamás rodados. Y la tercera, un año después, “Mujeres al borde un ataque de nervios”, una comedia sofisticada lejanamente inspirada en el Hollywood clásico, en la que Chus Lampreave como testiga de Jehová y María Barranco acosada por terroristas chiitas han pasado a formar parte del acervo popular. Siendo, como son, éstas las tres cumbres, no son para nada desdeñables “Entre tinieblas” (1983), “Matador” (1986) y “¡Átame!” (1989), con la que se cierra esta edad de oro almodovariana.

Con la llegada de los 90, Almodóvar da un giro copernicano a su carrera. La crítica ya le toma muy en serio y después de haber sido candidato al Oscar con “Mujeres…” (se lo arrebató, no injustamente, “Pelle el conquistador, de Bille August”) ya es una estrella internacional. Cada estreno suyo se convierte en un acontecimiento y los proyectos empiezan a espaciarse de dos en dos años. Esto se une a que Almodóvar toma demasiada consciencia de sí mismo, está más pendiente de trascender que de disfrutar, deja de ser un francotirador independiente para convertirse en un engranaje más del establishment.

Cecilia Roth en “Todo sobre mi madre”

Los 30 años que conforman este segundo periodo están trufados, eso sí, de reconocimientos (el Oscar a la Mejor Película Extranjera por “Todo sobre mi madre”; el Oscar al Mejor Guion Original por, ¿en serio?, “Hable con ella”, premios al Mejor Director en Cannes, Premios Europeos el Cine, Goyas españoles, Baftas británicos, David di Donatello italianos, Cesar franceses…) y el respeto casi reverencial de la crítica, sobre todo la extranjera. Pero, en mi opinión, de las 13 películas que rueda a lo largo de estas tres décadas (nótese el notable descenso en el ritmo creativo), apenas dos son reseñables: la oscarizada “Todo sobre mi madre” (1999), un intenso y precioso estudio sobre la maternidad y la pérdida, y “Volver” (2006), como su propio título indica, una vuelta a los orígenes y a su mundo manchego, ése que tan bien plasmó en los primeros años de su carrera, incluido el reencuentro con Carmen Maura.

Otras, como “Hable con ella” (2002), “Julieta” (2016) y “Dolor y gloria” (2019), contienen momentos brillantes, especialmente en lo que a dirección de actores se refiere, pero están muy lejos de ser redondas. Y luego hay tres que suponen un imborrable baldón en su filmografía: “Kika” (1993), “La piel que habito” (2011) y “Los amantes pasajeros” (2013). El resto no son ni buenas ni malas, son simplemente intrascendentes.

Eso sí, lo que se puede afirmar rotundamente es que Almodóvar ha conseguido trascender: al menos según los responsables de “El Ministerio del Tiempo”, es mucho más que un director de cine, es parte fundamental de la historia reciente de España. Para mí no llega a tanto pero sí creo que, sobre todo por lo que hizo en sus primeros años, puede ser considerado uno de los quince directores más destacados de la Historia del Cine Español, que no es ninguna tontería.

P.D. Una duda respecto a una paradoja espacio-temporal de “El Ministerio del Tiempo”: ¿por qué si los personajes de la actualidad no pueden viajar al futuro, Velázquez sí puede viajar de 1648 a 2020?

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