Los “sabedores” son despreciables. Son esos ingratos que nos joden recurrentemente desde su impostada superioridad, fruto siempre de una personalidad borderline, una posición frívolamente ventajosa, una audacia indecente y, desde luego, una ignorancia pavorosamente activa.
Los “sabedores” ni tan siquiera saben que lo son. Su cerebro es un magma plástico que salpica terror aquí y allá. Chillan desde el desconocimiento, agreden desde la estupidez y pontifican con los argumentos del caos.
Hay sabedores en todos lados. En las tertulias políticas de televisión. En el gobierno. Entre los periodistas o críticos gastronómicos. Tenemos siempre uno aquí, a nuestro lado.
Los “sabedores” son, naturalmente, ortodoxos; pero con un corpus filosófico extraviado en la oscuridad. Es así como nos retrasan, nos laceran, nos detienen. Armados de barbarie, progresan con una extraña superioridad mientras van repartiendo negrura y rechinar de dientes.
Los podemos distinguir fácilmente, a los “sabedores”, por sus frases lapidarias al viento.
Chulescos y engreídos, esos petimetres cuelan la desolación por las rendijas de nuestra tolerancia
A los “sabedores” no les basta con esparcir sus tinieblas; son instintivamente censores de todo lo que no comprenden. Son los que nos dicen lo que es bueno o malo, los que deciden qué podemos hacer y que no, siempre con ese falso lustre de equilibrio que les confiere su status o su implacable “creencia universal”.
Chulescos y engreídos, esos petimetres cuelan la desolación por las rendijas de nuestra tolerancia. Su ignominia ciega es nuestra decadencia, porque embrutecen y desesperan aquellos horizontes que antes fueron soleados.
Son inmunes a los argumentos, porque la inteligencia es sólo un ruido para sus oídos. Son capaces de magnificar el anacronismo creyéndolo novedad. O denostar el brillo con sus ojos vulgarmente mates. Su cultura es efímera. Sus opiniones han sido gestadas online.
Los “sabedores” también son muy veloces. La falta de autocrítica –concepto ajeno a su por otro lado inexistente mundo sináptico-, la violencia ante el contraste y la educada timidez de quienes los rodean los hacen correr sin obstáculos al estrellato intelectual. El tiempo está siempre de su parte.
Los “sabedores” son los que antes llamábamos ignorantes.
Su entropía imparable nos destruye.
Estamos rodeados. No sé si yo mismo…
No; no hay esperanza.