Tras pasar el día en el “plató” Akelarre (recordando el calamar del domingo en Casa Urola, eso sí), solazándome con las salazones taumatúrgicas (nunca mejor dicho, porque son sin sal) de Quique Dacosta, los cuentos andalusís maravillosos de Paco Morales, la cueva de Alí Babá marina de Ángel León, la exquisitez hortelana de la italiana Caterina Ceraudo, la exaltación mediterráneo de Gennaro Esposito, el ecotelurismo de Pietro Zito o Toño Pérez reviviendo el paté en croûte, llegaba la noche, que prometía en Azurmendi el encuentro improbable: Eneko Atxa y Ángel León. ¡Saravá!
Música recomendada: Move over (Steppenwolf)
Si el día fue un maremágnum de cámaras, pantallas, conexiones entre platós y la sensación en todo el gran equipo de estar escribiendo una nueva historia, la noche auguraba, sin perder la emoción de lo inaudito, el primer encuentro presencial del congreso. Un encuentro en la cima de dos de los más grandes posibles -Eneko y Ángel- en el espléndido escenario de Azurmendi.
Más que una cena, un hito. En plena pandemia, pero con la máxima seguridad (Azurmendi, gracias a sus tamaños, permite promiscuidad segura), Atxa y Ángel, por primera vez, unieron el Mediterráneo y el Atlántico, las sugerentes brumas y las cálidas luces, en una performance que no será sencillo olvidar. En manos de los dos chefs (8 Michelin en total) y bajo la minuciosa exquisitez del equipo de sala -al amigo Guillermo le cambiaron la ubicación del servicio a partir del tercer plato, al detectar su zurdera-, el rock and roll no paró de sonar, estridente a veces, sutil otras, grandioso siempre.

Una cena, una fiesta, una celebración de nosotros mismos. ¿Quieres más a papá o a mamá? Eneko “despertando hierro” con su hoja de otoño, el limón grass, el enamoradizo praliné de setas o el tartare de bogavante y mantequilla. ¿Y Ángel? Envolvente kokotxa con pan.
Ángel de última generación: bacon marino (dorada), cargándose con la “realidad” el término trampantojo. Otrosí: la morcilla pelágica, compañeros, puntillitas rellenas de sangre de morena, o la brújula loca… ¿Y las halófilas? Surgidas de la marisma para transmutarse en superespinacas soñando mar.
Pero, ojo con Eneko. Las quisquillas, otro de los greatest hits de la noche, con gel vegetal y granizado de tomate, un mundo de colisiones masoquistas; la berenjena a la brasa con anchoa, caviar y legumbres, surf and turf con desparpajo; o las pochas con anguila de clamorosa intensidad.
Y, ya desatadas las pasiones, el espectáculo del jarrete de almadraba de Ángel y esa síntesis final de la vizcaína de Eneko, la metáfora en el plato.
Corazón “partío”. Y yo preocupado…
(Continuará)