Vigésimo día de confinamiento bajo el Teide (ya poco nevado). Se me ocurre que este cuento mío bien podría ser una salida fantasiosa (¡y quién sabe si real!) a las inquietantes brumas de la reclusión…

La Guancha. Viernes, 3 de abril de 2020
Música recomendada: Are you ready? (Pacific, Gas & Electric)

Extraña historia la que me contó la otra noche, al abrigo de unas copas en una conocida coctelería de la ciudad, un viejo amigo psiquiatra.
El cuento afectaba a dos de sus últimos clientes en el sanatorio que visitaba cada jueves. Se trataba de dos jóvenes de unos 30 años que habían llegado a la clínica tras pasar por una larga y horrible experiencia en el desierto del Sahara.
A pesar de que la razón había huido definitivamente de sus mentes, a través de una serie de charlas terapéuticas el médico había podido reconstruir la tremenda experiencia que habían sufrido. Una experiencia inquietante, además.

Como muchos otros turistas aventureros, los dos amigos habían decidido realizar una travesía por el Sahara a bordo de un todo terreno de segunda mano adquirido en la península. La inexperiencia, un exceso de audacia y una sobredosis de confianza los llevaron a la perdición.

A los pocos días de haberse internado entre las vibrantes dunas comenzaron los problemas. No tardó en llegar el desastre: una rotura de un palier les dejó abandonados a su suerte en mitad de la nada arenosa. A pie, sin conocimientos de la zona y con unos mapas insuficientes, se extraviaron sin remedio.

Comenzó a faltar el agua y a fallar el temple. Al parecer, en un último momento de razón, ya al borde de la desesperación final, decidieron que no podían morir, que debían creer firmemente en su salvación. Con toda la fuerza que les quedaba, se cogieron las manos y, juntos, con una determinación extraordinaria, imaginaron e imaginaron e imaginaron que encontraban un oasis. Fuera espejismo o pura invención o realidad transdimensional, llegaron a uno. Eso, al menos, le dijeron entre delirios a mi amigo alienista.

Los encontraron al cabo de casi dos meses de su desaparición, en pleno desierto, bajo una duna. Sin nada. Estaban físicamente bien, sin graves quemaduras y sin síntomas de deshidratación ni inanición. Como si realmente hubiesen estado disfrutando del agua, los dátiles y la fresca sombre de un palmeral.
Pero locos.

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