Trigésimo primer día de confinamiento bajo el Teide. Curioseando por el laptop he encontrado esta vieja editorial mía para la revista Summum, que dirigí a principios del XXI y que me parece oportuna casi 20 años después…

La Guancha. Martes, 14 de abril de 2020
Música recomendada: Do the strand (Roxy Music)

Artículo (editorial) publicado en la revista Summum (Grupo Zeta) en 2001.

Pienso que buena parte de la porción de felicidad que podemos adquirir en nuestra vida consiste en saber disfrutar con la mente muy abierta y permanentemente curiosa de todo aquello que rodea nuestra esfera privada. Desde lo más ostentoso o sofisticado hasta lo más sencillo y diario. Convertir nuestras posesiones personales en un auténtico lujo para los sentidos, sentir toda la sensualidad de lo que apreciamos. Ahí reside uno de los arcanos del disfrute vital.

Cuenta mícer Marco Polo en su cromático “Libro de las Maravillas”, que el gran mongol Kublai Khan, señor de medio mundo a finales del siglo XIII, construyó, en una colina próxima a la actual Pekín (a la sazón, su residencia oficial) que divisaba desde las habitaciones de su palacio, una hermosa construcción de lapislázuli. La colina estaba llena de los más raros y exóticos árboles de hoja perenne del mundo, que el Emperador se hacía traer de los más remotos lugares del planeta. Finalmente, cubrió toda la tierra de la montaña con piedras de lapislázuli. Y el Khan, desde su ventana, disfrutaba cada día de aquel espléndido paisaje, completa y absolutamente verde (el lapislázuli, al contacto con el aire y la humedad, se torna de este color).
Efectivamente, los antiguos, acaso por su concepción de la vida como un acto más contemplativo y menos presuroso, disfrutaban más de lo que poseían.

Hoy, siglo XXI, tenemos muchas más cosas a nuestra disposición y, quizás por ello, las disfrutamos menos. En ocasiones, las damos por supuestas, en otras, justo después de adquirirlas, ya estamos pensando en la siguiente novedad que deseamos. Es de sobras conocida la compulsión por la compra, que cuenta con millones de víctimas. Yo mismo he conocido casos dramáticos, como el de una señora de la alta burguesía que, tras arruinarse por su voracidad compradora, tuvo que vender todo su guardarropa. Los vestidos, pieles, joyas y complementos que puso a la venta privadamente para poder subsistir, tenían todos, todavía, su embalaje original y su correspondiente etiqueta.

En estos momentos procede reflexionar sobre todo lo dicho. Ciertamente, pocos placeres hay tan gratificantes y vivificantes como el de la compra, de acuerdo. Pero antes de intentar alejar nuestras microdepresiones a base de tarjeta de crédito indiscriminada, deberíamos racionalizar nuestras pulsiones y disfrutar del shopping con inteligencia y sensibilidad.

La clase no está en tener mucho, sino en poseer lo justo y que consideremos mejor, sea caro o barato. Y disfrutarlo, sin prisas, en todas sus dimensiones.

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