Vigésimo noveno día de confinamiento bajo el Teide. Recupero este texto, que escribí hace cuatro años en 7caníbales, una reflexión con historia sobre la deontología periodística…

La Guancha. Domingo, 12 de abril de 2020
Música recomendada: Magic carpet ride (Steppenwolf)

Un sacapuntas de plata antiguo, de los años 20 del siglo pasado. Me lo regala József Vinkó, editor de la revista húngara de cocina Magyar Konyha, periodista y escritor respetado, amigo. Me dicen él y su mujer, la también periodista gastronómica Orsolya Madary, que este inverosímil afilador, una rara pieza ya, me hará mejor en mi trabajo… Y dice…

Era orgullo entre los periodistas húngaros de aquellos vibrantes años de principios de siglo pasado, pasión tertuliana en un entorno de efervescencia cultural e ideológica, ser fieles con fervor a la deontología profesional, al compromiso sagrado con la verdad y la honestidad intachable para con los lectores. Sí, ya sé que todo esto suena raro y que más bien parece el principio de un cuento fantástico… Sin embargo, así era entonces. Me cuenta Jószef que, en aquel contexto inflamado de periodismo, no obstante, y como ocurre hoy, también los había que, fascinados por el poder que todo lo corrompe, olvidaban su juramento y acababan “sirviendo” a los de arriba manipulando si hacía falta la realidad. Era entonces cuando sus compañeros, conjurados, le hacían llegar discretamente un paquetito con un afilador de plata. Como el que ahora tengo en las manos.
El sacapuntas era el recordatorio perentorio de la peligrosa deriva… El receptor, al abrir la cajita, sabía que había perdido el rumbo, que era momento de volver a afilar los lápices so pena de caer en la ignominia informativa… Bella (y sombría) metáfora que, conviene apesadumbrado Jószef, hace años se olvidó. Sí, amigo Vinkó, sí. Y, no obstante, aquí está el afilador, recalcitrante, recordándome, recordándonos, “de dónde venimos y a dónde vamos”.

Pienso ahora mismo que lo que en aquellos años de Budapest era un flirteo con el poder ahora mismo es una orgía (delirante, indocumentada) en el gran pesebre donde todos son bienvenidos al festín. El afilador sugería una mirada al espejo y un autoanálisis severo ante la propia imagen; ahora, el espejo no es más que una cornucopia distorsionada de la autoafirmación sonando a todo volumen.
Escribo desde La Laguna, el aire oliendo inexplicablemente a duraznos. Mañana, cuando regrese a casa, afilaré todos mis lápices. Te lo juro, Jószef.

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