A medida que van pasando los años, cada vez es más difícil contestar afirmativamente a la pregunta, casi metafísica, ¿Recuerdas las última vez que hiciste algo por primera vez? Pues bien, hoy puedo hacerlo.
A las 20.35 horas del jueves 28 de mayo de 2020, sin viento de levante y con una calorina más propia de julio que de finales de mayo, después de más de 70 días de arresto domiciliario por culpa del puto coronavirus, en la terraza del bar de Legazpi “Los Castaños II” me tomé la primera cerveza de la nueva vida que nos espera.
Fue sentarme y antes de que el camarero, escondido tras una mascarilla que sólo dejaba a la vista sus ojos, se acercara a preguntar, le hice una señal desde la distancia, marcando un uno con el dedo índice y apuntando a la cerveza que el amigo que me esperaba en la mesa ya había pedido, a aproximadamente dos metros de distancia.
Y, de repente, allí estaba ella, tan soñada, frente a mí, tan sugerentemente rubia y tan dispuesta a entregarse sin condiciones. Después de contemplarla medio en éxtasis durante unos segundos, en los que los últimos dos meses y medio pasaron por mi mente a velocidad de vértigo para confirmar que sí, que todo esto es real y no una pesadilla, me lancé sin miedo al rechazo. El primer trago, fresco y amargo, no lo olvidaré jamás, me supo muy especial, como un primer beso adolescente.
Luego, la magia empezó a desvanecerse. Ese néctar divino del principio poco a poco se iba convirtiendo en una cerveza normal y corriente. Una más de las muchas que me he tomado y de las muchas que me tomaré, por supuesto nunca antes de la hora del Ángelus (¿verdad, Xavi?), en ese futuro que se presenta tan incierto como oscuro. Diez semanas soñando con este momento, sublimándolo hasta límites insospechables, y una vez que llega…
Te deseo de tal forma
y desde hace tanto tiempo
que al tocarte con mis manos
atravieso por un sueño
que me traba la cabeza
como un nudo, como un freno
como un muro transparente
que me impide amar tu cuerpo “Más allá del amor”. Luis Eduardo Aute
“El padrino”, elegida la mejor película de la historia
Luchini siempre vuelve a La Molicie… Esta vez destrozando, con más razón que un santo, la lista de «Las mejores películas de todos los tiempos» perpetrada por «The Hollywood Reporter». Huele a chamusquina…
No sin cierto retintín, Roberto Lancha, director del estupendo programa “Estamos de
Cine”, de Radio Castilla-La Mancha, en el que tengo el privilegio y el orgullo de colaborar desde hace años, me hacía llegar ayer una lista publicada por “The Hollywood Reporter” sobre las 20 mejores películas de todos los tiempos. 2.120 profesionales de la meca del Cine (actores, directores, técnicos…) han votado en ella y el demencial resultado es el siguiente, de atrás hacia adelante:
20- Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). 19- Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990). 18- Annie Hall (Woody Allen, 1977). 17- Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). 16- Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). 15- Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939). 14- Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). 13- En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981). 12- Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985). 11- Star Wars IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). 10- La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). 9- 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968). 8- ET, el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). 7- El padrino II (Francis Ford Coppola, 1974). 6- Casablanca (Michael Curtiz, 1942). 5- Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). 4- Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994). 3- Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). 2- El mago de Oz (Victor Fleming, 1939). 1- El padrino (Francis Ford Coppola, 1972).
Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus…
Al leerla me quedé más que ojiplático… Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus… Dejando al margen que sólo aparezcan producciones estadounidenses, cosa lógica en un país donde la mayoría de sus habitantes piensa que España está en un lugar indeterminado entre Argentina y México, algunas de las reflexiones que provoca son las siguientes:
-El cine nació en 1939. Entre 1896 y ese año no existe. El cine mudo no existe. Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, F.W. Murnau, D.W. Griffith o los hermanos Marx no existen.
-Apurando un poco más, casi casi nació en la década de los 70, porque sólo aparecen seis filmes anteriores a ella.
-Las décadas clave en la Historia del Cine son, como todos sabemos, los 70 y los 90, seguidos de cerca por los inolvidables (por horteras) 80. Los 30, los 40 y los 60 carecen casi por completo de interés. Y qué decir de los deleznables y ninguneados 50, con películas tan indignas como “El hombre tranquilo”, “Cantando bajo la lluvia”, “Vértigo”, Río Bravo” o “Con faldas y a lo loco”.
-Los mejores directores de todos los tiempos son Francis Ford Coppola y Steven Spielberg, con tres títulos de cada uno entre los 20 elegidos. Les siguen, con dos, esos grandes genios que son Victor Fleming (el tamagochi preferido de Selznick) y Robert Zemeckis (el tamagochi preferido de Spielberg). Entre los cuatro, copan la mitad del listado. A su lado, tipos como John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Billy Wilder o Raoul Walsh eran meros advenedizos.
-Cuánta razón tenía el magnate Ted Turner cuando se dedicaba a colorear películas en blanco y negro… Sólo cinco títulos de este tipo aparecen en la lista, uno de ellos “La lista de Schindler”, un capricho personal de Spielberg. Y los otros cuatro porque han sido emitidos millones de veces en televisión y no me sorprendería que la mayoría de los votantes los haya visto coloreados.
“Cadena perpetua”, ¿la cuarta mejor película de todos los tiempos?
-Algún día, algún avezado sociólogo conseguirá explicar el fenómeno de “Cadena perpetua”, una discreta peliculilla que probablemente sea, desde el momento mismo de su estreno (¡estuvo nominada a 7 Oscar!), la más sobrevalorada de todos los tiempos en Estados Unidos.
Una última reflexión: que digo yo que a si un abogado se le exige que conozca el Derecho Romano, a un arquitecto que analice la obra de Fidias, a un ingeniero que sepa cómo construían los acueductos los romanos y hasta a un periodista que haya leído los artículos de Larra (por lo menos, cuando yo estudié era así), a los que se dedican al cine habría que pedirles que hubieran visto alguna película anterior al auge de los centros comerciales y las plataformas de internet. Digo…
Foto Chris Zylka, Josh Fadem |Copyright Sony Pictures Germany
Nueva visita de Luchini a La Molicie… Hoy con un consejo filmográfico irrenunciable para los irredentos de la casquería visual… y el desmadre gamberro.
Una de las cosas que más me gusta de Movistar+ es que estrena en España, aunque sea para verlas en televisión menos es nada, producciones que por las más diversas e inextricables razones del mundo de la distribución cinematográfica no han llegado a las salas comerciales. Recuerdo, por ejemplo, el caso de “Lovelace”, la biografía de la protagonista de “Garganta profunda” protagonizada por Amanda Seyfried en 2013, o, más recientemente, “La chaqueta de piel de ciervo”, película de culto de Quentin Dupieux que, dicho sea de paso, es auténticamente infumable, con un Jean Dujardin más insufrible que de costumbre.
Durante este arresto domiciliario que ya empieza a hacerse demasiado largo he descubierto un título de 2015 cuya existencia desconocía. Se trata de “Éramos pocos y llegaron los aliens”, delirante adaptación castellana del original “Freaks of Nature” (cuyo significado vendría a ser algo así como “bichos raros”). La segunda realización del director Robbie Pickering es un filme inclasificable que aúna comedia gamberra adolescente, comedia romántica, ciencia ficción, terror, gore y hasta melodrama familiar.
El punto de partida no puede ser más original y desmadrado: en un pueblo de Ohio (ya saben, la América profunda) conviven en perfecta armonía vampiros, humanos y zombies. Cada grupo tiene sus endogamias propias pero todos interactúan más o menos pacíficamente entre sí y hasta los supermercados tienen zonas específicas para ellos (con nutritiva sangre para los vampiros y sesos bien viscosos para los zombies). Hasta que un día llega una invasión extraterrestre y pone todo patas arriba, provocando que todos se enfrenten contra todos en un aquelarre salvaje en la tercera fase en el que las vísceras, la hemoglobina y las cabezas vuelan de aquí para allá. Y, para que no falte de nada, al final incluso aparece un Hombre-Lobo…
La película no puede ser más políticamente incorrecta: abundan las escenas hiperviolentas y sanguinolientas, tiene sus buenas dosis de sexo, hay drogas por aquí y por allá, se respeta más bien nada la autoridad y hay un montón de guiños explícitos y más que evidentes a grandes éxitos, desde la saga “Crepúsculo” hasta “American Pie”, pasando por “Grease”, “Encuentros en la tercera fase” o “Ultimátum a la Tierra” (el discurso supuestamente pacifista de uno de los extraterrestres es desternillante). Pero, por encima de todo, un sentido del humor muy burro e irreverente, que pretende, y consigue, que no nos tomemos las cosas muy en serio. Nada en serio.
Mackenzie Davis, a punto de convertirse en vampira
El reparto también ayuda lo suyo. Ahí están una jovencísima Mackenzie Davis (lánguida actriz canadiense que saltó a la fama como el Pepito Grillo de Charlize Theron en “Tully” y luego protagonizó la última entrega de “Terminator”) dando vida la reina del instituto que se convierte en vampira por amor; la chica Disney Vanessa High School Musical Hudgens convertida en la ninfómana del instituto, y los veteranos Joan Cusack, como una madre permanentemente fumada, y Dennis Leary, como el villano de la función. Es decir, un elenco muy por encima de lo que sería imaginable en una serie B, que es lo que es esta cinta, tanto en sus formas como en su espíritu.
No, “Éramos pocos y llegaron los aliens” no va a ser incluida nunca en ninguna lista de las 10.000 mejores películas de la Historia del Cine. Pero regala 90 minutos de entretenimiento descacharrante en los que las neuronas se relajan, casi podría decirse que hasta se adormilan y se dejan llevar entre sonrisas y alguna carcajada. Y entre eso o pensar todo el tiempo en el puto coronavirus y sus consecuencias, pues que quieren que les diga…
Vuelve Luchini a La Molicie descubriéndonos a Adam Sandler como un actor mucho más allá de la comedia zafia. Y lo ejemplifica con dos propuestas que aconsejo con entusiasmo…
Que Adam Sandler fuera uno de los cómicos de mayor éxito internacional en las décadas de los 90 y 00 y en la primera mitad de los 10 es un misterio aún más insondable, si cabe, que el secreto de la masa de cierta pizza. Durante ese cuarto de siglo protagonizó engendros como “El aguador”, “Little Nicky”, “Estoy hecho un animal”, “Ejecutivo agresivo”, “Terminagolf”, “Mr. Deeds” (vergonzoso remake del clásico de Frank Capra), “El clan de los rompehuesos”, “Click”, “Zohan: licencia para peinar”, “Niños grandes” (primera y segunda parte), “Jack y su gemela” (coprotagonizada por un Al Pacino que no ha hecho un ridículo más espantoso en toda su vida) o “Juntos y revueltos”. Más que una filmografía, conforman una delirante y espeluznante galería de los horrores.
Avalado por un éxito de taquilla tras otro, a mediados de los años 10, Sandler “ficha” por Netflix para convertirse en uno de los abanderados de la producción propia de la plataforma. Sus dos primeros proyectos no pueden ser más descorazonadores; “The Ridiculous 6”, una parodia del western indescriptiblemente vergonzante, y “The Do-Over”, un thriller cómico que, siendo generosos, no pasa de imbecilidad supina.
“The Meyerowitz Stories”
Pero, de repente, vaya usted a saber por qué, en 2017 a Sandler se le ilumina una bombillita y se embarca en el proyecto de un director neoyorquino muy de moda entre los híspters, Noah Baumbach. La película se titula “The Meyerowitz Stories” y cuenta la complicada relación de tres hermanos con su padre, un artista egocéntrico, egoísta, ruin, miserable y desnaturalizado. Con una caracterización muy singular, luciendo barba desaliñada, una incipiente papada y vistiendo de aquella manera (por ejemplo, con bermudas y chaqueta), Sandler da vida al mayor de los tres hermanos y no sólo logra una extraordinaria e inesperada composición, doliente y rica en matices, muy peterpanesca, sino que se defiende de tú a tú en intensos duelos dialécticos con una vieja gloria como Dustin Hoffman, que interpreta a su padre. Al final, resulta que Sandler es un pésimo cómico pero un buen actor… dramático. (Un inciso: ya había dado una pequeña prueba de ello en 2002, cuando se puso a las órdenes a de Paul Thomas Anderson en la inclasificable “Embriagado de amor”, pero parecía más un accidente y mérito de Anderson que otra cosa).
“The Meyerowitz Stories” es una notabilísima película, que alterna los momentos más melancólicos con unas muy bien dosificadas gotas de humor negro y define a la perfección el universo de Baumbach, siempre obsesionado con familias disfuncionales y rotas, y sienta los cimientos de lo que habría de ser su siguiente filme, el alabadísimo y premiadísimo “Historia de un matrimonio”, que, sin embargo, a mí me parece que está un punto por debajo de éste. Además de Sandler y Hoffman, en su espectacular reparto figuran Ben Stiller, Emma Thompson, Judd Hirsch, Adam Driver… y hasta Sigourney Weaver haciendo de Sigourney Weaver. No la había visto hasta ahora y le debo dos de las mejores horas que he pasado en los execrables últimos dos meses.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más, como decía SuperRatón.
“Diamantes en bruto”
Después de “The Meyerowitz Stories”, Sandler vuelve a las andadas con “La peor semana” y remonta un poco el vuelo con la entretenida e intrascendente comedia de enredo e intriga “Criminales en el mar”, uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix que le debe mucho a la presencia de una esplendorosa Jennifer Aniston, que cada año que pasa parece un año más joven (¿en qué estaría pensando Brad Pitt?). Y, acto seguido, llega la bomba, “Diamantes en bruto”.
Rodado en 2019 y estrenado en España, directamente en la plataforma, a principios de 2020, el filme dirigido por los hermanos Bennie y Josh Safdie es una perita en dulce para cualquier actor y Sandler la aprovecha, y de qué manera. Convertido en un joyero judío de Nueva York endeudado hasta las cejas con la mafia por culpa de su afición a las apuestas deportivas y con una incontenible diarrea verborreica, el actor es el neurótico protagonista absoluto de un thriller urbano frenético, desmadrado y desenfrenado, sin un momento de pausa a lo largo de sus más de dos horas de metraje. Seguido por una cámara que no para quieta en ningún momento y con un montaje que puede llegar a resultar hasta un punto mareante, Sandler brinda un fascinante ejercicio de histrionismo controlado: siempre está a punto de pasarse de la raya pero siempre se contiene a tiempo. Su despreciable y, al mismo tiempo, digno de conmiseración Howard Ratner es uno de esos personajes que marcan, y para bien, la carrera de cualquier actor. De hecho, se llegó a comentar que podría haber sido nominado al Oscar por esta interpretación y, la verdad, no hubiera sido para nada injusto.
Quién me iba a decir a mí que, además de para que me roben unas cuantas, demasiadas, semanas de mi vida (y unas cuantas cosas más que no vienen al caso), el puto coronavirus me iba a servir para descubrir, gracias a dos peliculones como “The Meyerowitz Stories” y “Diamantes en bruto”, que ese tipo llamado Adam Sandler al que había despreciado durante casi 30 años era un gran actor. Vivir para creer.
Carlos Santos, caracterizado como Almodóvar en “El Ministerio del Tiempo”
Nueva «intromisión» del hermano Luchini en La Molicie. Hoy con una somera (pero afilada) mirada a Pedro Almodóvar y su transcurrir filmográfico con la que estoy completamente de acuerdo. Y no estoy chupando ninguna polla…
Anoche se emitió en La 1 el segundo capítulo de la cuarta temporada (dicho así, suena a delirante “desescalada” gubernamental) de la serie “El Ministerio del Tiempo”. En un alarde de imaginación, los guionistas conectaban la Movida Madrileña de 1981 con el reinado de Felipe IV en 1648. Y la verdad es que la cosa, a pesar de ser casi un salto mortal sin red, no les salía nada mal. Especialmente gracias a la caracterización que ese enorme actor que es Carlos Santos hace de Pedro Almodóvar, un joven cineasta que estaba empezando su carrera y se disponía a rodar su segunda película, “Laberinto de pasiones”, mientras cantaba en tugurios de mala muerte junto a su inseparable Fabio McManamara.
En cualquier caso, de lo que quiero hablar no es de la Movida, una época que, por fortuna o por desgracia, no llegué a vivir en su época de máximo esplendor… o de máxima mugre, según se mire. De lo que quiero hablar es de Pedro Almodóvar y de su trayectoria como director (por cierto, quien disponga de Movistar+ y Netflix se puede marcar una retrospectiva íntegra de la misma) que, excepción hecha de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, que recuperé un par de años después de su presentación, he seguido en tiempo real, estreno a estreno.
Con Almodóvar tengo sentimientos encontrados, porque para mí es dos cineastas en uno. El primero, al que casi, casi rindo pleitesía y revisito siempre que puedo, arranca con la citada “Pepi, Luci, Bom…” y llega hasta “Átame”. Es decir, va desde 1980 hasta 1989, por lo que abarca íntegramente la década de los 80. Fue un periodo de creatividad desbordante, en el que las películas se sucedían al frenético ritmo de una por año y todas, las más logradas y las menos logradas, suponían un soplo de aire fresco en el acartonado panorama del cine patrio. Almodóvar daba la impresión de estar disfrutando de lo que hacía, de no tomarse nada demasiado en serio y de llevar al paroxismo la máxima de “carpe diem”.
Verónica Forqué y Carmen Maura en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”
En este tiempo, despachó varias obras maestras. La primera, indiscutible, en 1984, “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, una tragicomedia urbana llena de humor negro y crítica social que no sólo ha resistido perfectamente el paso de los años, sino que ha ido ganando actualidad con el mismo. Si las interpretaciones de Carmen Maura y Verónica Forqué no son las mejores de sus carreras, les falta poco para serlo. La segunda, en 1987, “La ley del deseo”, uno de los mayores y más exacerbados cantos al amour fou jamás rodados. Y la tercera, un año después, “Mujeres al borde un ataque de nervios”, una comedia sofisticada lejanamente inspirada en el Hollywood clásico, en la que Chus Lampreave como testiga de Jehová y María Barranco acosada por terroristas chiitas han pasado a formar parte del acervo popular. Siendo, como son, éstas las tres cumbres, no son para nada desdeñables “Entre tinieblas” (1983), “Matador” (1986) y “¡Átame!” (1989), con la que se cierra esta edad de oro almodovariana.
Con la llegada de los 90, Almodóvar da un giro copernicano a su carrera. La crítica ya le toma muy en serio y después de haber sido candidato al Oscar con “Mujeres…” (se lo arrebató, no injustamente, “Pelle el conquistador, de Bille August”) ya es una estrella internacional. Cada estreno suyo se convierte en un acontecimiento y los proyectos empiezan a espaciarse de dos en dos años. Esto se une a que Almodóvar toma demasiada consciencia de sí mismo, está más pendiente de trascender que de disfrutar, deja de ser un francotirador independiente para convertirse en un engranaje más del establishment.
Cecilia Roth en “Todo sobre mi madre”
Los 30 años que conforman este segundo periodo están trufados, eso sí, de reconocimientos (el Oscar a la Mejor Película Extranjera por “Todo sobre mi madre”; el Oscar al Mejor Guion Original por, ¿en serio?, “Hable con ella”, premios al Mejor Director en Cannes, Premios Europeos el Cine, Goyas españoles, Baftas británicos, David di Donatello italianos, Cesar franceses…) y el respeto casi reverencial de la crítica, sobre todo la extranjera. Pero, en mi opinión, de las 13 películas que rueda a lo largo de estas tres décadas (nótese el notable descenso en el ritmo creativo), apenas dos son reseñables: la oscarizada “Todo sobre mi madre” (1999), un intenso y precioso estudio sobre la maternidad y la pérdida, y “Volver” (2006), como su propio título indica, una vuelta a los orígenes y a su mundo manchego, ése que tan bien plasmó en los primeros años de su carrera, incluido el reencuentro con Carmen Maura.
Otras, como “Hable con ella” (2002), “Julieta” (2016) y “Dolor y gloria” (2019), contienen momentos brillantes, especialmente en lo que a dirección de actores se refiere, pero están muy lejos de ser redondas. Y luego hay tres que suponen un imborrable baldón en su filmografía: “Kika” (1993), “La piel que habito” (2011) y “Los amantes pasajeros” (2013). El resto no son ni buenas ni malas, son simplemente intrascendentes.
Eso sí, lo que se puede afirmar rotundamente es que Almodóvar ha conseguido trascender: al menos según los responsables de “El Ministerio del Tiempo”, es mucho más que un director de cine, es parte fundamental de la historia reciente de España. Para mí no llega a tanto pero sí creo que, sobre todo por lo que hizo en sus primeros años, puede ser considerado uno de los quince directores más destacados de la Historia del Cine Español, que no es ninguna tontería.
P.D. Una duda respecto a una paradoja espacio-temporal de “El Ministerio del Tiempo”: ¿por qué si los personajes de la actualidad no pueden viajar al futuro, Velázquez sí puede viajar de 1648 a 2020?
Tercera intervención de Alberto Luchini en La Molicie. Esta vez glosando el recuiente «menú para casa» de Safe Cruz y su Gofio de Madrid. «Canariedad máxima…»
El viernes 13 de marzo Metrópoli publicaba los ganadores de sus XVII Premios Gastronómicos. Por esos caprichos macabros y crueles del destino, que puede llegar a ser muy cruel y macabro cuando se lo propone, ese mismo día, el Gobierno de España anunciaba que se iba a decretar el Estado de Alarma por el puto coronavirus y la Comunidad de Madrid procedía a ordenar el cierre de todos los establecimientos de hostelería de la ciudad.
Uno de los galardonados era el joven cocinero tinerfeño Safe Cruz, al que el jurado había concedido (ex-aequo con David Arauz, de “99 KO Sushi Bar”), el premio al Cocinero en Progresión (destinado a reconocer los méritos de un chef durante una temporada, en este caso, la 2019, año en el que, además, la Guía Michelin le otorgó su primera estrella). No sólo eso, su restaurante, “Gofio by Cicero Canary”, también obtenía una Mención de Honor como Restaurante del Año.
El mérito es de Safe Cruz, un treintañero tinerfeño tatuado y rockero que reinterpreta los sabores de las islas desde una perspectiva moderna y desbordante de creatividad, y de un equipo joven y con un punto canalla
Ahora que está tan de moda que los escritores intertextualicen textos ajenos en sus libros y, sobre todo, que los políticos intertextualicen tesis ajenas en las propias, me van a permitir que autocite el texto que escribí para justificar semejantes reconocimientos: “‘Gofio’ es el mejor restaurante canario que ha existido nunca fuera del archipiélago. El mérito es de Safe Cruz, un treintañero tinerfeño tatuado y rockero que reinterpreta los sabores de las islas desde una perspectiva moderna y desbordante de creatividad, y de un equipo joven y con un punto canalla que sabe trasladar a los apenas 20 comensales que caben en cada servicio de un estrecho comedor el espíritu de su cocina. ‘Canariedad máxima’, como ellos mismos dicen”.
Se da la casualidad de que la semana siguiente, después de haberlo intentado con contumacia, tenía mesa reservada en “Gofio” para probar sus nuevos platos. Obviamente, no pudo ser. Así que, aunque no es lo mismo, he aprovechado el arresto domiciliario para probar los platos que Safe sirve a domicilio, o que se pueden recoger in situ previo encargo, con su nuevo proyecto “El Lagar x Gofio”. Que no es lo mismo que ir al restaurante pero permite hacerse una idea del talento que atesora, viajar a través de sus sabores y olores a las Canarias y sobrellevar con un poco menos de melancolía el tiempo que nos queda antes de poder volver a su restaurante. Y, además, recuperar algunos de los clásicos que han cimentado la fama del local durante sus cuatro años de vida.
Croquetas de “pollo con todo”
Por encima de todo, las croquetas de “pollo con todo”, a las que jocosamente definen en la casa “como los bocatas de Canarias”. Cremosas y de sabor potente, con un punto ahumado, resultan altamente adictivas. No les van a la zaga las “truchas”, que no son de agua dulce sino de campo, porque se trata de empanadillas de conejo típicas de allá que hay que rematar “en sala”, cortándolas por la mitad, rociándolas con un salmorejo (guarnición canaria a base de pimentón que no tiene nada que ver con la sopa fría andaluza de tomate) que “se presenta” aparte y luego cubriéndolas con hierbas aromáticas, entre las que no faltan, por supuesto, cilantro y menta. Si no me falla la memoria, fue el primer plato que probé en “Gofio” y las que llegan a casa no tienen nada que envidiarle a las que recuerdo. Completan el trío de destacados los tomates aliñados con piñones tostados, un divertido juego de contrastes, tanto en cuestión de texturas como de sabores.
“Truchas” de conejo
También para rematar “en sala” es el contundente guiso al horno de pata de cerdo “Gofio Style”, que hay que colocar sobre una focaccia (que podría ser un pelín más esponjosa). Otro segundo igual de contundente es la parpatana de atún rojo a la brasa con mojo hervido y papas negra, que nos traslada, sí o sí, a lejanas, hoy más que nunca, playas atlánticas de arena negra y aguas bravas y frías.
Tarta de queso majorero ¡Al pimentón!
Para rematar, ahora que está tan de moda, una tarta de queso. Pero no una tarta de queso al uso, sino una “de queso majorero ¡Al pimentón!” (así es su enunciado). Con notas ahumadas y un ligerísimo toque picante, complace tanto a los golosos, que no le ponen un pero, como a los que no lo son tanto o a los que no lo somos para nada, que agradecemos infinitamente que el dulce casi no se perciba detrás de esos citados matices. Lo que sí es para golosos irreductibles es la cookie de gofio de millo de Galdar con dulce de leche de cabra.
Para beber, se puede pedir alguno de los vinos canarios que atesora la bodega del restaurante, la colección de etiquetas isleñas más notable que ha habido nunca en Madrid. Aunque un amontillado andaluz tampoco le va nada mal a la cocina de Safe Cruz… De fondo, una isa canaria para ambientar… o un rock bien cañero en homenaje al chef). Y a soñar despiertos.
Segunda entrega de Alberto Luchini. Esta vez, dos recomendaciones muy eclécticas para gastar sofá y TV. «Noche de bodas» y «Noche de juegos». Diversión garantizada.
“La noche me confunde”, decía un filósofo cubano en la década de los 90. “La noche no es para mí” cantaba en los años 80 el grupo Video (con la extraordinaria producción, por cierto, del mítico Tino Casal). Ambas afirmaciones le van como anillo al dedo a los protagonistas de dos producciones estadounidenses que se convirtieron en dos de las más agradables sorpresas de los últimos dos años y que actualmente son de lo más entretenido y divertido que se puede disfrutar en plataformas digitales: “Noche de bodas” (Movistar+) y “Noche de juegos” (Netflix).
La primera está codirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett y, a primera vista, sólo a primera vista, se encuadra dentro del género de terror, porque en realidad es una comedia negra desenfrenada. Una mujer pasa su noche de bodas en casa de la muy peculiar familia de su marido y, para convertirse en uno de ellos de pleno derecho, tiene que cumplir una vieja tradición, participar en un viejo juego de mesa que incluye diversas pruebas. La que le toca es aparentemente sencilla, el escondite: consiste en que tendrá que esconderse hasta el amanecer e intentar sobrevivir mientras toda su familia política (niños incluidos) intenta matarla. A partir de aquí, el desmadre absoluto, con violencia a tutiplén, una protagonista desvalida que acaba convirtiéndose en una especie de Rambo, delirantes y muy gore muertes colaterales y todo tipo de situaciones descacharrantes rayanas en el surrealismo.
Visualmente impactante y desbordante de imaginación, irreverente e iconoclasta, la película tiene un ritmo frenético y no concede ni un respiro. Además, incluye ciertas cargas de profundidad sobre la sociedad (ay, esos linajes de rancio abolengo que se consideran tocados por la divinidad… o por Satán), el amor o la familia que la hacen ir un paso más allá de lo habitual en este tipo de cine. Y el final es una macabra, gozosa y desternillante fiesta de fuegos de artificio.
Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta
Sin olvidarnos del reparto. Al frente del mismo, la guapísima actriz australiana Samara Weaving, que puedo prometer y prometo que no sólo no es Margot Robbie sino que ni siquiera son familia, aunque se parezcan como dos gotas de agua. De quien sí es pariente es del actor Hugo Weaving (el Agente Smith de la saga “Matrix” y Elrond en la saga “El señor de los anillos”), que es su tío. Antes de “Noche de bodas”, su carrera se limitaba a pequeños papelitos en cine y mucha televisión, con la protagonista de “La niñera”, de McG (curiosamente, otra comedia de terror satánico), como principal logro. Aunque no va a alcanzar la cotas de su “gemela” y compatriota, tiene todos los mimbres, talento, belleza y personalidad, para convertirse en estrella.
Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta. Un personaje poco o nada habitual en la trayectoria de una actriz habituada a papeles dulces y encantadores y en la que, dicho sea de paso, pienso prácticamente a diario al levantarme por la mañana: su rostro, el de Bill Murray y el “I Got You Babe” de Sonny y Cher se me instalaron en la cabeza cuando empezó el pesadillesco día de la marmota que estamos viviendo y no sé si algún día seré capaz de sacarlos de ahí.
Rachel McAdams y Jason Bateman en “Noche de juegos».
La segunda película en cuestión, también realizada por un tándem, John Francis Daley y Jonathan Goldstein, es formalmente un thriller pero, como la anterior, acaba siendo una comedia en toda regla. La protagonizan Max y Annie, un matrimonio loco por los juegos de mesa, que una vez a la semana se reúnen con sus amigos para dar rienda suelta a su salvaje competitividad. (Un inciso: ¿cuántas broncas familiares, o incluso hasta algún divorcio, no habrá provocado una intensa partida de Risk?). Hasta que aparece el hermano de él, largo tiempo ausente, y les involucra en un juego muy real en el que alguno de ellos va a ser secuestrado.
Con evidentes reminiscencias de “The Game”, el muy recomendable filme dirigido por David Fincher y protagonizado por Michael Douglas en 1997, “Noche de juegos” es, como su propio nombre indica, un juego, en el que la delgada línea roja entre realidad y ficción se traspasa, en un sentido o en otro, en varias ocasiones y las escenas de acción se alternan con gags, fundamentalmente verbales, muy conseguidos. Para el espectador es como jugar a un videojuego sin joystick o, mejor, al clásico MasterMind: no puede decidir qué es lo que va a hacer en cada momento cada personaje pero si puede jugar a anticipar sus movimientos.
Jason Bateman y Rachel McAdams demuestran ser unos muy notables comediantes y, encima, entre ellos hay una magnífica química. Los cinco minutos iniciales, en los que se cuenta cómo se conocieron y cómo se enamoraron sus personajes son impagables. Y el resto del metraje es un divertimento de altura, intrascendentente y brillante, para evadirse de la angustia de este día de la marmota. Maldita sea… ya me repiquetea otra vez en la cabeza ese monótono “I Got You Babe”…
Comienza hoy aquí, en La Molicie de Xavier Agulló, la colaboración estelar del gran periodista, cinéfilo, rockero, gastrósofo, «siempre veo bares», «una botella de champagne es suficiente para dos si uno no bebe» y «como fuera de casa en ningún sitio», Alberto Luchini (El Mundo). Artículos que publica en su blog, Crónicas metropolitanas, y que comparto con entusiasmo y vigor. ¡Bienvenido, hermano! Hoy, rememorando a la actriz Gloria Guida…
Como dije en su día: «Hace años que volamos el puente sobre el Rubicón, ¿no, Alberto?»
«Gloria sui tuoi fianchi la mattina nasce il sole
entra odio ed esce amore dal nome Gloria»
En el año 1979, el cantautor italiano Umberto Tozzi consiguió un éxito interplanetario con la canción Gloria, uno de cuyos versos (su significado es “Gloria, a tu lado por la mañana nace el sol/ entra odio y sale amor del nombre Gloria) figura en el encabezamiento. No está claro a quién le dedicaron el tema Tozzi y su coautor, Giancarlo Bigazzi, pero podría haber sido, perfectamente, a una actriz que en aquella época estaba en la cresta de la ola y de la que hoy, injustamente, se acuerdan muy pocos. Gloria Guida.
Rubia rubísima, con unos enormes ojos verdes, su aspecto era angelical e ingenuo, dizque etéreo, pero tras él se ocultaba un torbellino que se convirtió en una de las reinas de la comedia sexy a la italiana y en el mayor icono erótico del país transalpino durante los años 70. Unas cuantas inmersiones en internet durante el arresto domiciliario, simplemente tecleando en buscadores los títulos originales de sus películas, me ha permitido descubrir buena parte de su filmografía, compuesta por 26 largometrajes que rodó en apenas 8 años, desde su debut en 1974 con 19 años hasta su retirada del cine con 27 en 1982, fecha a partir de la cual, excepción hecha de alguna aparición televisiva, se consagró a formar una familia junto al polifacético y por entonces popularísimo actor, cantante y showman Johnny Dorelli. No era una gran actriz, aunque tenía cierta vis cómica, pero su tremenda belleza, digna de un síndrome de Stendhal, le bastaba y le sobraba para iluminar la pantalla.
Antes de hablar de sus películas, situemos el contexto cinematográfico. Después del auge del spaghetti western en los años 60, en los años 70, aprovechando los vientos de libertad posteriores a mayo del 68 y la desaparición de la censura, surge en Italia un género completamente autóctono: la comedia sexy. Consistía en juntar a cómicos de mucho tirón (Lino Bandi, Alvaro Vitali, Mario Carotenuto…) con despampanantes actrices que, a la menor oportunidad, viniera a cuento o no, se quitaban la ropa. Vamos, exactamente lo mismo que a partir de 1977 sucedió en el cine del destape español, con las películas de Pajares y Esteso como epítome. Con la diferencia de que, en Italia, las estrellas eran ellas. Y ellas, casi todas llegadas del extranjero, eran Edwige Fenech, Barbara Bouchet o Nadia Cassini, que lucían con generosidad sus rubensianas curvas dignas de las grandes maggiorate clásicas. Pues bien, en ese rotundo elenco consiguió abrirse un hueco la jovencísima Gloria Guida, producto nacional cien por cien, proveniente de una familia de la céntrica Emilia Romagna aunque nacida en el Norte, en Trentino.
En 1975, enlazó siete películas, y en 1976 rodó cuatro más: en todas era la indiscutible cabeza de cartel. Y en todas, absolutamente en todas, se desnudaba con profusión. La más famosa fue, sin duda, “La liceale” («La colegiala en España)
Su primer film, “La ragazzina” (1974), marca el personaje que caracterizará prácticamente toda su carrera; una joven guapísima y, generalmente, virginal (casi siempre a su pesar) que sufre el acoso de todos los varones que la rodean mientras sueña con un príncipe azul. Fue tal su éxito que el año siguiente, 1975, enlazó siete películas, y en 1976 rodó cuatro más: en todas era la indiscutible cabeza de cartel. Y en todas, absolutamente en todas, se desnudaba con profusión. La más famosa fue, sin duda, “La liceale” (“La colegiala” en España), dirigida por Michele Massimo Tarantini, que arrasó en taquilla, la convirtió en una estrella total y dio origen al subgénero de institutos. Pero la mejor de esta época, para mí, es “Blue Jeans” (Mario Imperoli, 1975), una sorprendente tragedia sobre una prostituta que se debate entre la ambición y el amor y que le permitió demostrar ciertas aptitudes dramáticas… sin exagerar.
En 1977 frenó un tanto su actividad, con apenas un par de títulos menores y en 1978 retornó al estajanovismo: además de empezar a explotar las secuelas de “La liceale”, se permitió una incursión en la industria internacional con “El triángulo diabólico de las Bermudas” (René Cardona Jr.), toda una rareza donde rodó en inglés junto a la actriz francesa Claudine Auger y a ¡John Huston! (sí, el director de “El tesoro de Sierra Madre”). Pero lo más importante de ese año es que intervino en la película más importante de su carrera, Avere vent’anni (“Las veinteañeras”, Fernando di Leo), un manifiesto generacional lleno de intención y mensaje hedonista al que el paso del tiempo ha convertido, merecidamente, en un título de culto. Su compañera de reparto era Lilli Carati, sobre la que vale la pena detenerse un párrafo.
Originaria de Lombardia y con una belleza muy racial, a los 18 años quedó segunda en el certamen de Miss Italia, lo que, unido a su espectacular físico, le sirvió para dar el salto al cine, por supuesto en películas repletas de escenas subidas de tono. Su principal problema es que como actriz era la negación absoluta, así que poco a poco se fue sumiendo en producciones más y más underground, lo que la llevó a hundirse en el mundo de la heroína para sobrellevar la frustración. En los años 80, bastante castigada y deteriorada, dio el salto a la pornografía pura y dura para poder financiarse las drogas y a finales de esa década se retiró definitivamente. Murió en 2014, a los 58 años, víctima de un tumor cerebral. Si no fuera por esta “Avere vent’anni”, su legado cinematográfico sería nulo.
Volvamos a Gloria Guida. Con la llegada de los 80 y el género que la había catapultado en franca decadencia, apenas si rodó cuatro películas más. La última de ellas, “Sesso e volentieri” (1982), le dio la oportunidad de trabajar a las órdenes de uno de los grandes directores de la comedia italiana de todos los tiempos Dino Risi. Pero tuvo la mala suerte de que se trata, de lejos, de la peor película del director. Eso sí, durante el rodaje de este filme de episodios (en el que, curiosamente, no se desnuda a pesar del explícito título) conoció al que habría de ser su pareja durante el resto de su vida, el citado Johnny Dorelli. Así que se retiró para convertirse en la madre (y abuela) de familia que es hoy en día, cuando en alguna que otra esporádica aparición en la televisión italiana luce un aspecto envidiable.
No, definitivamente Gloria Guida no figura ni figurará en el Olimpo del cine. Pero durante ocho años, y eso no se lo quita nadie, fue, por derecho propio, la Gloria de Italia.
“Gloria
Chiesa di campagna
Acqua nel deserto
Lascio aperto il cuore
Scappa senza far rumore
Dal lavoro del tuo letto
Dai gradini di un altare”
Gloria Guida y Lilli Carati en “Las veinteañeras”
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