Tag

till eulenspiegel

Browsing

Decimonoveno día de confinamiento bajo el Teide (ya poco nevado). La luz y la alegría solar me llevan a recoger algunos divertidos retazos de la vida indolente y burlesca de este pícaro alemán del siglo XIV…

La Guancha. Jueves, 2 de abril de 2020
Música recomendada: Fifty-fifty (Frank Zappa)

Till Eulenspiegel fue un famoso pícaro alemán del siglo XIV cuyas aventuras, chanzas y burlas le han consagrado un lugar preeminente en la historia universal de la infamia.

Ya de pequeño, sus bromas pesadas le ocasionaron problemas, como cuando, desde una cuerda en la que practicaba el funambulismo para regocijo de los lugareños, les pidió a todos sus zapatos y luego los arrojó desde lo alto para disfrutar con la confusión que se creó.

En una ocasión, estando en una corte europea y haciéndose pasar por sabio, el rey le preguntó: “Si eres tan docto, dime, ¿cuántas estrellas hay en el cielo?”. “Trescientas sesenta mil, cuatrocientas ochenta -contestó Till- contadlas y veréis que no me equivoco ni de una”. El rey insistió: “¿Dónde está el centro de la Tierra?”. “Aquí mismo, donde vos estáis -repuso- medidlo si no lo creéis”. Gran maestro de la palabra como juglar que era, cierta vez entró en un mesón para apagar el hambre. Como la olla aún estaba cocinándose en el fuego, el mesonero le sugirió que esperara junto a ella. Pasó el rato y Till, ahíto ya con los olores del caldo, se levantó para marcharse. “Os habéis llenado con los efluvios de la olla -le dijo el posadero- por tanto, es justo que me paguéis”. Till sacó una moneda de plata, la golpeó contra una mesa y respondió: “cobraos con el sonido de la moneda los olores de la comida”. Y, con una sonrisa burlona, se fue.

Otra vez, detenido por una vieja deuda y enfrentado al deudor, solventó de esta ingeniosa suerte el problema. Le dijo Till: “¿estáis de acuerdo en que vos me dejasteis dinero y en que quedamos que yo os lo debía?”. “Efectivamente”, repuso el otro enfadado. “Entonces- sentenció el pícaro- no os lo puedo devolver, pues faltaría a mi palabra, que siempre fue que os lo debía, no que os lo pagaría”.

Cuando murió, al estar los enterradores bajando el féretro a la tumba, una de las cuerdas se rompió y la caja quedó vertical. Iban a arreglar el entuerto cuando alguien dijo: “Dejadla así; vivió de una manera diferente a todos, que descanse para siempre de esta guisa”.

Pero todavía se permitió una última befa post mortem. Dejó como herencia un pesado baúl que, por el peso, pareció a sus familiares repleto de monedas. Nada más lejos de la verdad: estaba llena de piedras.