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Vuelve Luchini a La Molicie descubriéndonos a Adam Sandler como un actor mucho más allá de la comedia zafia. Y lo ejemplifica con dos propuestas que aconsejo con entusiasmo…

La Guancha, 21 de mayo de 2020
Música recomendada: L’amour toujours (Gigi d’Agostino)

Que Adam Sandler fuera uno de los cómicos de mayor éxito internacional en las décadas de los 90 y 00 y en la primera mitad de los 10 es un misterio aún más insondable, si cabe, que el secreto de la masa de cierta pizza. Durante ese cuarto de siglo protagonizó engendros como “El aguador”, “Little Nicky”, “Estoy hecho un animal”, “Ejecutivo agresivo”, “Terminagolf”, “Mr. Deeds” (vergonzoso remake del clásico de Frank Capra), “El clan de los rompehuesos”, “Click”, “Zohan: licencia para peinar”, “Niños grandes” (primera y segunda parte), “Jack y su gemela” (coprotagonizada por un Al Pacino que no ha hecho un ridículo más espantoso en toda su vida) o “Juntos y revueltos”. Más que una filmografía, conforman una delirante y espeluznante galería de los horrores.

Avalado por un éxito de taquilla tras otro, a mediados de los años 10, Sandler “ficha” por Netflix para convertirse en uno de los abanderados de la producción propia de la plataforma. Sus dos primeros proyectos no pueden ser más descorazonadores; “The Ridiculous 6”, una parodia del western indescriptiblemente vergonzante, y “The Do-Over”, un thriller cómico que, siendo generosos, no pasa de imbecilidad supina.

“The Meyerowitz Stories”

Pero, de repente, vaya usted a saber por qué, en 2017 a Sandler se le ilumina una bombillita y se embarca en el proyecto de un director neoyorquino muy de moda entre los híspters, Noah Baumbach. La película se titula “The Meyerowitz Stories” y cuenta la complicada relación de tres hermanos con su padre, un artista egocéntrico, egoísta, ruin, miserable y desnaturalizado. Con una caracterización muy singular, luciendo barba desaliñada, una incipiente papada y vistiendo de aquella manera (por ejemplo, con bermudas y chaqueta), Sandler da vida al mayor de los tres hermanos y no sólo logra una extraordinaria e inesperada composición, doliente y rica en matices, muy peterpanesca, sino que se defiende de tú a tú en intensos duelos dialécticos con una vieja gloria como Dustin Hoffman, que interpreta a su padre. Al final, resulta que Sandler es un pésimo cómico pero un buen actor… dramático. (Un inciso: ya había dado una pequeña prueba de ello en 2002, cuando se puso a las órdenes a de Paul Thomas Anderson en la inclasificable “Embriagado de amor”, pero parecía más un accidente y mérito de Anderson que otra cosa).

“The Meyerowitz Stories” es una notabilísima película, que alterna los momentos más melancólicos con unas muy bien dosificadas gotas de humor negro y define a la perfección el universo de Baumbach, siempre obsesionado con familias disfuncionales y rotas, y sienta los cimientos de lo que habría de ser su siguiente filme, el alabadísimo y premiadísimo “Historia de un matrimonio”, que, sin embargo, a mí me parece que está un punto por debajo de éste. Además de Sandler y Hoffman, en su espectacular reparto figuran Ben Stiller, Emma Thompson, Judd Hirsch, Adam Driver… y hasta Sigourney Weaver haciendo de Sigourney Weaver. No la había visto hasta ahora y le debo dos de las mejores horas que he pasado en los execrables últimos dos meses.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más, como decía SuperRatón.

“Diamantes en bruto”

Después de “The Meyerowitz Stories”, Sandler vuelve a las andadas con “La peor semana” y remonta un poco el vuelo con la entretenida e intrascendente comedia de enredo e intriga “Criminales en el mar”, uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix que le debe mucho a la presencia de una esplendorosa Jennifer Aniston, que cada año que pasa parece un año más joven (¿en qué estaría pensando Brad Pitt?). Y, acto seguido, llega la bomba, “Diamantes en bruto”.

Rodado en 2019 y estrenado en España, directamente en la plataforma, a principios de 2020, el filme dirigido por los hermanos Bennie y Josh Safdie es una perita en dulce para cualquier actor y Sandler la aprovecha, y de qué manera. Convertido en un joyero judío de Nueva York endeudado hasta las cejas con la mafia por culpa de su afición a las apuestas deportivas y con una incontenible diarrea verborreica, el actor es el neurótico protagonista absoluto de un thriller urbano frenético, desmadrado y desenfrenado, sin un momento de pausa a lo largo de sus más de dos horas de metraje. Seguido por una cámara que no para quieta en ningún momento y con un montaje que puede llegar a resultar hasta un punto mareante, Sandler brinda un fascinante ejercicio de histrionismo controlado: siempre está a punto de pasarse de la raya pero siempre se contiene a tiempo. Su despreciable y, al mismo tiempo, digno de conmiseración Howard Ratner es uno de esos personajes que marcan, y para bien, la carrera de cualquier actor. De hecho, se llegó a comentar que podría haber sido nominado al Oscar por esta interpretación y, la verdad, no hubiera sido para nada injusto.

Quién me iba a decir a mí que, además de para que me roben unas cuantas, demasiadas, semanas de mi vida (y unas cuantas cosas más que no vienen al caso), el puto coronavirus me iba a servir para descubrir, gracias a dos peliculones como “The Meyerowitz Stories” y “Diamantes en bruto”, que ese tipo llamado Adam Sandler al que había despreciado durante casi 30 años era un gran actor. Vivir para creer.

Segunda entrega de Alberto Luchini. Esta vez, dos recomendaciones muy eclécticas para gastar sofá y TV. “Noche de bodas” y “Noche de juegos”. Diversión garantizada.

“La noche me confunde”, decía un filósofo cubano en la década de los 90. “La noche no es para mí” cantaba en los años 80 el grupo Video (con la extraordinaria producción, por cierto, del mítico Tino Casal). Ambas afirmaciones le van como anillo al dedo a los protagonistas de dos producciones estadounidenses que se convirtieron en dos de las más agradables sorpresas de los últimos dos años y que actualmente son de lo más entretenido y divertido que se puede disfrutar en plataformas digitales: “Noche de bodas” (Movistar+) y “Noche de juegos” (Netflix).

La primera está codirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett y, a primera vista, sólo a primera vista, se encuadra dentro del género de terror, porque en realidad es una comedia negra desenfrenada. Una mujer pasa su noche de bodas en casa de la muy peculiar familia de su marido y, para convertirse en uno de ellos de pleno derecho, tiene que cumplir una vieja tradición, participar en un viejo juego de mesa que incluye diversas pruebas. La que le toca es aparentemente sencilla, el escondite: consiste en que tendrá que esconderse hasta el amanecer e intentar sobrevivir mientras toda su familia política (niños incluidos) intenta matarla. A partir de aquí, el desmadre absoluto, con violencia a tutiplén, una protagonista desvalida que acaba convirtiéndose en una especie de Rambo, delirantes y muy gore muertes colaterales y todo tipo de situaciones descacharrantes rayanas en el surrealismo.

Visualmente impactante y desbordante de imaginación, irreverente e iconoclasta, la película tiene un ritmo frenético y no concede ni un respiro. Además, incluye ciertas cargas de profundidad sobre la sociedad (ay, esos linajes de rancio abolengo que se consideran tocados por la divinidad… o por Satán), el amor o la familia que la hacen ir un paso más allá de lo habitual en este tipo de cine. Y el final es una macabra, gozosa y desternillante fiesta de fuegos de artificio.

Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta

Sin olvidarnos del reparto. Al frente del mismo, la guapísima actriz australiana Samara Weaving, que puedo prometer y prometo que no sólo no es Margot Robbie sino que ni siquiera son familia, aunque se parezcan como dos gotas de agua. De quien sí es pariente es del actor Hugo Weaving (el Agente Smith de la saga “Matrix” y Elrond en la saga “El señor de los anillos”), que es su tío. Antes de “Noche de bodas”, su carrera se limitaba a pequeños papelitos en cine y mucha televisión, con la protagonista de “La niñera”, de McG (curiosamente, otra comedia de terror satánico), como principal logro. Aunque no va a alcanzar la cotas de su “gemela” y compatriota, tiene todos los mimbres, talento, belleza y personalidad, para convertirse en estrella.

Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta. Un personaje poco o nada habitual en la trayectoria de una actriz habituada a papeles dulces y encantadores y en la que, dicho sea de paso, pienso prácticamente a diario al levantarme por la mañana: su rostro, el de Bill Murray y el “I Got You Babe” de Sonny y Cher se me instalaron en la cabeza cuando empezó el pesadillesco día de la marmota que estamos viviendo y no sé si algún día seré capaz de sacarlos de ahí.

Rachel McAdams y Jason Bateman en “Noche de juegos”.Rachel McAdams y Jason Bateman en “Noche de juegos”.

La segunda película en cuestión, también realizada por un tándem, John Francis Daley y Jonathan Goldstein, es formalmente un thriller pero, como la anterior, acaba siendo una comedia en toda regla. La protagonizan Max y Annie, un matrimonio loco por los juegos de mesa, que una vez a la semana se reúnen con sus amigos para dar rienda suelta a su salvaje competitividad. (Un inciso: ¿cuántas broncas familiares, o incluso hasta algún divorcio, no habrá provocado una intensa partida de Risk?). Hasta que aparece el hermano de él, largo tiempo ausente, y les involucra en un juego muy real en el que alguno de ellos va a ser secuestrado.

Con evidentes reminiscencias de “The Game”, el muy recomendable filme dirigido por David Fincher y protagonizado por Michael Douglas en 1997, “Noche de juegos” es, como su propio nombre indica, un juego, en el que la delgada línea roja entre realidad y ficción se traspasa, en un sentido o en otro, en varias ocasiones y las escenas de acción se alternan con gags, fundamentalmente verbales, muy conseguidos. Para el espectador es como jugar a un videojuego sin joystick o, mejor, al clásico MasterMind: no puede decidir qué es lo que va a hacer en cada momento cada personaje pero si puede jugar a anticipar sus movimientos.

Jason Bateman y Rachel McAdams demuestran ser unos muy notables comediantes y, encima, entre ellos hay una magnífica química. Los cinco minutos iniciales, en los que se cuenta cómo se conocieron y cómo se enamoraron sus personajes son impagables. Y el resto del metraje es un divertimento de altura, intrascendentente y brillante, para evadirse de la angustia de este día de la marmota. Maldita sea… ya me repiquetea otra vez en la cabeza ese monótono “I Got You Babe”…