Duodécimo día de confinamiento bajo el Teide (nevado). No existen cuentos más maravillosos que aquellos que nos hechizaron de pequeños, cuando cada historia era un descubrimiento y el nacimiento de una sensibilidad ignorada. Recuerdo, con microscópico placer, algunas narraciones que poblaron mi infancia de fantasías lejanas, como aquel relato tradicional ruso, que transcribo de memoria a continuación, para revivir mis fantasmas más queridos y para compartir unas sensaciones que me resisto a olvidar.
La Guancha. Miércoles, 25 de marzo de 2020
Música recomendada: The wizard (T. Rex)
Madrecita y Padrecito, dos viejos muy viejos, vivían, alejados del pueblo, en una encantadora casita en el bosque, en mitad de las gélidas y eternas llanuras de la Santa Madre Rusia. Aquel invierno, para su desgracia, estaba siendo el más frío que recordaban, y los dos, muy juntitos, pasaban los largos días frente al hogar, intentando calentar sus corazones. No habían tenido hijos, y era duro compartir la umbría soledad de los largos inviernos rusos. Una mañana de Navidad, en que el sol parecía querer romper con sus débiles rayos el aire helado, Padrecito salió fuera y construyó una muñeca de nieve. Madrecita, al verla, se maravilló de su perfección. Le pusieron una gorra de lana y una bufanda y se quedaron, con las manos cogidas, admirando su obra. ¡Qué bella era la muñeca de nieve! Se resistían a entrar dentro de la casa, sólo querían estar con la muñeca, que acaso les recordaba la tristeza de tantos años sin la alegría de la descendencia.
Y entonces ocurrió algo sorprendente, mágico: poco a poco, la muñeca se fue transformando. Los ojos se fueron llenando de azul, unas manchas sonrosadas aparecieron en su cara… En pocos segundos, la muñeca se había convertido en una bellísima niña. Sin dar crédito a lo que veían, Madrecita y Padrecito la llevaron adentro, frente a la chisporroteante chimenea, para calentarla. Con los ojos llenos de lágrimas, casi sin hablarse para no romper el encanto, decidieron llamarla Snegúrochka, algo así como Doncella de Nieve. Y su vida cambió completamente. El frío desapareció de sus corazones, que se llenaron del amor y la ternura que les prodigaba la encantadora Snegúrochka.
Lentamente, el invierno fue cediendo en su crudeza, dando paso a la próxima primavera. Y Snegúrochka cada día estaba un poco más triste, un poco más pálida. Los dos viejecitos no sabían que hacer para alegrarle la cara y la mirada. Y llegó, por fin, la esperada primavera. La nieve empezaba a fundirse frente a la casita. Snegúrochka cada vez pasaba más tiempo fuera de casa, con los ojos fijos en la nieve que todavía cubría los árboles del bosque. Más pálida, más silenciosa que nunca. Y Madrecita y Padrecito, desconsolados, sin saber lo que le ocurría a su niña.
Una soleada mañana, con la primavera ya estallando en los prados, Madrecita fue, como cada día, a despertar a Snegúrochka. Al entrar en la habitación vio la cama vacía. Sintió un vacío en su interior y, con el corazón en un hilo llamo a Padrecito. Los dos, con los ojos húmedos, se quedaron, muy quietos y juntos, frente al charco de agua que había en el suelo.