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cuento indio

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Decimoctavo día de confinamiento bajo el Teide (todavía nevado). He aquí un remoto cuento indio que nos ilustra sobre las esencias y las astucias…

La Guancha. Martes, 31 de marzo de 2020
Música recomendada: Ravi Shankar

Érase una vez, en la India, un humilde brahmán, hombre de muy buen corazón, que iba caminando por la selva. De pronto, entre el espeso follaje, vio una gran jaula, y, acercándose, descubrió que dentro de ella se hallaba un fiero tigre. “Hermano brahmán, hermano brahmán, le habló el tigre con profunda pena, ¿querrías hacer el favor de librarme de esta cárcel? El hombre, cruel y despiadado, me ha cazado y me ha encerrado aquí dentro. A mí, que soy un espíritu libre. Voy a morir de tristeza”. El sorprendido brahmán le respondió: “hermano tigre, no te puedo sacar de aquí, porque si lo hago me comerás, al fin y al cabo, eres un temible tigre y eso está en tu esencia”. El tigre, casi llorando, le aseguró: “hermano brahmán, ¿tú crees que yo me comería a quien me ha liberado de mi prisión? Venga, sácame de aquí que yo te prometo no hacerte nada”.

Y el brahmán, tocado en su espíritu, abrió el candado, la puerta y dejó al tigre en libertad. Pero, ¡ay!, sólo salir el tigre se tiró al cuello del religioso sin pensárselo dos veces. “hermano tigre -suplicó el brahmán- me has dicho que si te liberaba me dejarías seguir mi camino, y ahora quieres matarme”. “Sí, es lo que el hombre hace conmigo: me persigue, me acosa, me caza y me mata, ¿por qué debería apiadarme de ti?”. El brahmán, en un último intento por salvar su vida, le pidió: “de acuerdo, pero antes de comerme, preguntemos a tres animales cuál es su opinión. Si están de acuerdo contigo, moriré, pero si no, me salvarás”. De mala gana, el tigre accedió.

Y empezaron a caminar. Encontraron un elefante, y el brahmán, tras contarle el caso, le pidió su juicio. El elefante habló: “El hombre es injusto, me usa, me monta, y cuando ya no le sirvo, me abandona y me deja morir. El tigre debe comerse al brahmán”. Dicho y hecho, el tigre se tiró sobre el brahmán. “Un momento, todavía faltan dos animales, gimió el sacerdote.

Y siguieron caminando. Toparon con un buey, y le preguntaron. Y el buey dijo: “El hombre es malo: me usa para tirar de su arado, y cuando soy viejo, me abandona y me deja morir. El tigre tiene razón, que se coma al brahmán”. Y así se dispuso a hacerlo el tigre, pero ante las súplicas de una tercera opinión, siguió caminando.

Y se encontraron con un chacal. “Hermano chacal -dijo el brahmán- hace un rato me encontré al hermano tigre encerrado y, tras liberarlo…”. El chacal pidió calma. “¿Cómo, si ya lo veo libre, lo pudiste liberar?”, preguntó. El tigre, impaciente, empezó de nuevo la historia. Pero el chacal no se conformaba con las explicaciones. “Vamos a ver la jaula, porque así yo no lo entiendo”.

Y desandaron el camino. Al llegar a la jaula, el brahmán volvió con la historia. El chacal quiso saber más. “¿Dónde estaba el hermano tigre? A ver, que se ponga dentro”. El tigre, a regañadientes, se puso dentro. “Pero si la puerta estaba abierta -argumentó el chacal- “¿por qué el tigre no salía?”. “Es que estaba cerrada”, se impacientó el tigre, cerrándola para explicarlo mejor. “Bien, pero sin candado -siguió el chacal- se podía abrir fácilmente”. El tigre estaba exasperado: “¡Pero había cerrojo!” chilló. “A ver, así, ¿no?”, dijo el chacal cerrando con llave.

Y entonces, el astuto animal, girándose hacia el brahmán, con el tigre de nuevo encerrado, se despidió con una inquietante sonrisa.