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Más Luchini en La Molicie… Hoy nos cuenta las sensaciones que tuvo al volver al cine. ¡Qué tiempos!

Música recomendada: My way (Sid Vicious)

Quién me iba a decir a mí, el lunes 9 de marzo, a las 11.40 horas, cuando salía del cine Paz de la calle Fuencarral, donde acababa de asistir al pase de prensa de la película “Origenes secretos”, de David Galán Galindo, que habrían de pasar 102 días hasta que volviera a pisar una sala de cine. 102 días larguísimos, inciertos e interminables en los que, por supuesto, no he dejado de ver películas, 182 para ser precisos, pero en el ordenador o en la televisión, sin la magia de la pantalla grande y la oscuridad.

Si hace una semanas, en los primeros días de levantamiento parcial del arresto domiciliario, rememoraba la primera cerveza que me tomé en un terraza, junto a mis amigos Ladi y Cris (que sí, que seguían siendo tridimensionales) y comentaba que, a determinadas edades, es cada vez más difícil hacer algo por primera vez, el pasado viernes 19 de junio, coincidiendo además con el cumpleaños de una de las personas clave en mi vida, a las 10.30 horas, se produjo uno de esos momentos. Y, por uno de esos inescrutables caprichos del destino, no podía ser en otro lugar que… el cine Paz de la calle Fuencarral.

Allí se había convocado el primer pase de prensa de la nueva era (lo de nueva normalidad se lo dejo a los políticos y los “expertos”). Y allí que estábamos mi mascarilla, mi botecito de alcohol y yo. Tras los saludos de rigor con varios colegas y algún amigo, procedí a sentarme exactamente en la misma butaca donde había estado sentado hacía 102 días. Cuando por fin se apagaron las luces y sonó la fanfarria de la multinacional que distribuye el filme, casi todos los asistentes se arrancaron en un espontáneo aplauso, una suerte de exorcismo colectivo para espantar esos fantasmas que todavía nos amenazan a la vuelta de cada esquina.

Los primeros cinco minutos de proyección fueron un tanto angustiosos: las gafas se empañaban por culpa de la mascarilla. Hasta que por fin di con el remedio, que no fue otro que colocar las gafas en la punta de la nariz y, pese al aspecto de científico despistado, tipo el Jerry Lewis de “El profesor chiflado”. la cosa funcionó. A partir de ese momento, durante las dos horas siguientes, se me olvidaron la mascarilla, la lejanía del resto de asistentes, los virus y hasta los políticos: la magia del cine, una vez, podía con todo.

La película en cuestión, que todavía no lo he dicho, era “Hasta el cielo”, un thriller poligonero español dirigido por Daniel Calparsoro y protagonizado por Miguel Herrán, Carolina Yuste, Luis Tosar y Asia Ortega. Con un diseño de producción digno de cualquier producción de Hollywood, es un filme arrítimico, con un guion que tiene demasiadas lagunas y un montaje algo confuso. Pero no se trataba de juzgar a la película con severidad, entre otras cosas porque la voy a recordar el resto de mis días. Así que disfruté de su sonido envolvente, de sus persecuciones trepidantes, de los preciosos escenarios naturales de Ibiza y de un reparto bien seleccionado que cumple con creces.

Evidentemente, “Hasta el cielo” no es ni “Atraco perfecto” ni “La jungla de asfalto” ni “Uno de los nuestros” ni pasará con letras de oro a la historia del Cine. Pero para mí es y será mucho más importante que todas ellas, porque pasará a la historia de mi vida. Porque, ya lo dijo Garci y le dieron hasta un Oscar por ello, no hay nada como volver a empezar.

Hoy Luchini “se mete” aquí, en La Molicie, con Spike Lee y su última peli, estrenada hace unos días en Netflix. División de opiniones…

Música recomendada: Born on the bayou (Credence Clearwater Revival)

Será fruto del azar, o tal vez no, pero el caso es que el viernes 12 de junio, con Estados Unidos literalmente en llamas tras el asesinato de George Floyd en Minesota, se estrenó en España la última película de Spike Lee, “Da 5 Bloods: Hermanos de armas”, coproducida por Netflix y, por tanto, disponible en la oferta de la plataforma digital. Una cinta que, como es habitual en la filmografía de Lee, viene a meter el dedo en la llaga del racismo en Estados Unidos.

Vamos primero con el argumento: cuatro camaradas negros que combatieron en la Guerra del Vietnam regresan al país del Sudeste asiático para recuperar los restos del jefe de su pelotón, caído en combate, y trasladarlos al cementerio de Arlington. Al mismo tiempo, esperan encontrar una caja llena de lingotes de oro que quedó junto al cadáver y que podría resolverles la vida. Así contado, parece que estamos ante una película de aventuras bélicas típica. Pero con Spike Lee de por medio nada suele ser lo que parece.

Revestida de película de aventuras, pero una tesis en toda regla sobre racismo, injusticias sociales, el sinsentido del conflicto bélico y, sobre todo, Trump, “ese infiltrado del Ku Klux Klan en la Casa Blanca”, como es definido en un momento del film

Ya desde el principio mismo, con imágenes de archivo en blanco y negro sobre manifestaciones contra la Guerra del Vietnam o declaraciones de Muhhamad Ali explicando por qué se negó a ser alistado, queda claro que lo que vamos a ver es una tesis. Revestida de película de aventuras, pero una tesis en toda regla sobre racismo, injusticias sociales, el sinsentido del conflicto bélico y, sobre todo, Trump, “ese infiltrado del Ku Klux Klan en la Casa Blanca”, como es definido en un momento del film. Y como tesis funciona, porque no hay nada que funcione mejor en una tesis que los datos, y los datos de la Guerra del Vietnam son incontestables: fue una guerra orquesta por blancos en la que los negros sirvieron de carne de cañón. Y la situación a día de hoy, siempre según Lee y con los demoledores datos en la mano, no ha mejorado mucho en su país. Todo esto, sin olvidar en ningún momento que la película fue rodada antes de los disturbios de los últimos días.

Si como tesis funciona y logra sus objetivos de denuncia casi al cien por cien, como película funciona un poco menos. El guion es un tanto errático y los personajes no acaban de estar definidos. Las escenas bélicas, en las que se aprecia que el director ha contado con un generoso presupuesto, no son precisamente su especialidad. Prueba de lo lujoso de la producción es la presencia en el reparto de una de las grandes estrellas del Hollywood actual, Chadwick “Black Panther” Boseman, junto a veteranos tan solventes como Delroy Lindo y Clarke Peters. Y, en una evidente concesión al mercado francés, que debe de ser muy importante para Netflix, Jean Reno y Mélanie Thierry.

Un recurso narrativo que me gusta es el de los flashbacks: en lugar de buscar actores jóvenes para rejuvenecer a los progotagonistas, son ellos mismos quienes se autointerpretan, sin maquillaje, porque sus yoes juveniles han envejecido también en sus memorias

También hay un montón de referencias metacinematográficas planteadas desde la irreverencia más absoluta, desde las más que evidentes a “Apocalypse Now” (un bar de Ho Chi Minh City se llama así, durante un viaje fluvial suena una versión de “La cabalgata de Las Valkirias”) hasta otras a “El tesoro de Sierra Madre” o “Good Morning, Vietnam”.

Un recurso narrativo que me gusta mucho es la resolución de los flashbacks: en lugar de buscar actores jóvenes para rejuvenecer a los progotagonistas, son ellos mismos quienes se autointerpretan, y sin maquillaje, porque sus yoes juveniles han envejecido también en sus propias memorias. Mientras tanto, el jefe del pelotón, muerto en juventud, sigue siendo joven, porque no le han conocido de mayor. Además, Lee juguetea con el formato, cambiando de scope a cuadrado o panorámico en función de la época en que se desarrolla cada secuencia.

Después de “Infiltrado en el KKKlan”, que si no es la película más redonda de Lee está cerca de serlo, reconozco que me esperaba más de este film. En conjunto no está mal pero, ya digo, a veces los árboles no dejan ver el bosque, algo bastante habitual en su trayectoria (recuérdese “Haz lo que debas”). Y si durara tres cuartos de hora menos, no pasaría nada. Absolutamente nada.

Luchini siempre vuelve a La Molicie… Esta vez destrozando, con más razón que un santo, la lista de “Las mejores películas de todos los tiempos” perpetrada por “The Hollywood Reporter”. Huele a chamusquina…

Música recomendada: A hard rai’s A-gonna fall (Bob Dylan)

No sin cierto retintín, Roberto Lancha, director del estupendo programa “Estamos de
Cine”, de Radio Castilla-La Mancha, en el que tengo el privilegio y el orgullo de colaborar desde hace años, me hacía llegar ayer una lista publicada por “The Hollywood Reporter” sobre las 20 mejores películas de todos los tiempos. 2.120 profesionales de la meca del Cine (actores, directores, técnicos…) han votado en ella y el demencial resultado es el siguiente, de atrás hacia adelante:

20- Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). 19- Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990). 18- Annie Hall (Woody Allen, 1977). 17- Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). 16- Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962). 15- Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939). 14- Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994). 13- En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981). 12- Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985). 11- Star Wars IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). 10- La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). 9- 2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968). 8- ET, el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). 7- El padrino II (Francis Ford Coppola, 1974). 6- Casablanca (Michael Curtiz, 1942). 5- Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). 4- Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994). 3- Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941). 2- El mago de Oz (Victor Fleming, 1939). 1- El padrino (Francis Ford Coppola, 1972).

Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus…

Al leerla me quedé más que ojiplático… Si ésta es la selección de las personas que supuestamente tienen que hacer cine en los próximos años, nos espera una hecatombe audiovisual peor que la pandemia provocada por el puto coronavirus… Dejando al margen que sólo aparezcan producciones estadounidenses, cosa lógica en un país donde la mayoría de sus habitantes piensa que España está en un lugar indeterminado entre Argentina y México, algunas de las reflexiones que provoca son las siguientes:

-El cine nació en 1939. Entre 1896 y ese año no existe. El cine mudo no existe. Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, F.W. Murnau, D.W. Griffith o los hermanos Marx no existen.

-Apurando un poco más, casi casi nació en la década de los 70, porque sólo aparecen seis filmes anteriores a ella.

-Las décadas clave en la Historia del Cine son, como todos sabemos, los 70 y los 90, seguidos de cerca por los inolvidables (por horteras) 80. Los 30, los 40 y los 60 carecen casi por completo de interés. Y qué decir de los deleznables y ninguneados 50, con películas tan indignas como “El hombre tranquilo”, “Cantando bajo la lluvia”, “Vértigo”, Río Bravo” o “Con faldas y a lo loco”.

-Los mejores directores de todos los tiempos son Francis Ford Coppola y Steven Spielberg, con tres títulos de cada uno entre los 20 elegidos. Les siguen, con dos, esos grandes genios que son Victor Fleming (el tamagochi preferido de Selznick) y Robert Zemeckis (el tamagochi preferido de Spielberg). Entre los cuatro, copan la mitad del listado. A su lado, tipos como John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Billy Wilder o Raoul Walsh eran meros advenedizos.

-Cuánta razón tenía el magnate Ted Turner cuando se dedicaba a colorear películas en blanco y negro… Sólo cinco títulos de este tipo aparecen en la lista, uno de ellos “La lista de Schindler”, un capricho personal de Spielberg. Y los otros cuatro porque han sido emitidos millones de veces en televisión y no me sorprendería que la mayoría de los votantes los haya visto coloreados.

“Cadena perpetua”, ¿la cuarta mejor película de todos los tiempos?

-Algún día, algún avezado sociólogo conseguirá explicar el fenómeno de “Cadena perpetua”, una discreta peliculilla que probablemente sea, desde el momento mismo de su estreno (¡estuvo nominada a 7 Oscar!), la más sobrevalorada de todos los tiempos en Estados Unidos.

Una última reflexión: que digo yo que a si un abogado se le exige que conozca el Derecho Romano, a un arquitecto que analice la obra de Fidias, a un ingeniero que sepa cómo construían los acueductos los romanos y hasta a un periodista que haya leído los artículos de Larra (por lo menos, cuando yo estudié era así), a los que se dedican al cine habría que pedirles que hubieran visto alguna película anterior al auge de los centros comerciales y las plataformas de internet. Digo…

Nueva visita de Luchini a La Molicie… Hoy con un consejo filmográfico irrenunciable para los irredentos de la casquería visual… y el desmadre gamberro.
Música recomendada: Dragula (Rob Zombie)

Durante este arresto domiciliario que ya empieza a hacerse demasiado largo he descubierto un título de 2015 cuya existencia desconocía. Se trata de “Éramos pocos y llegaron los aliens”, delirante adaptación castellana del original “Freaks of Nature” (cuyo significado vendría a ser algo así como “bichos raros”). La segunda realización del director Robbie Pickering es un filme inclasificable que aúna comedia gamberra adolescente, comedia romántica, ciencia ficción, terror, gore y hasta melodrama familiar.

El punto de partida no puede ser más original y desmadrado: en un pueblo de Ohio (ya saben, la América profunda) conviven en perfecta armonía vampiros, humanos y zombies. Cada grupo tiene sus endogamias propias pero todos interactúan más o menos pacíficamente entre sí y hasta los supermercados tienen zonas específicas para ellos (con nutritiva sangre para los vampiros y sesos bien viscosos para los zombies). Hasta que un día llega una invasión extraterrestre y pone todo patas arriba, provocando que todos se enfrenten contra todos en un aquelarre salvaje en la tercera fase en el que las vísceras, la hemoglobina y las cabezas vuelan de aquí para allá. Y, para que no falte de nada, al final incluso aparece un Hombre-Lobo…

La película no puede ser más políticamente incorrecta: abundan las escenas hiperviolentas y sanguinolientas, tiene sus buenas dosis de sexo, hay drogas por aquí y por allá, se respeta más bien nada la autoridad y hay un montón de guiños explícitos y más que evidentes a grandes éxitos, desde la saga “Crepúsculo” hasta “American Pie”, pasando por “Grease”, “Encuentros en la tercera fase” o “Ultimátum a la Tierra” (el discurso supuestamente pacifista de uno de los extraterrestres es desternillante). Pero, por encima de todo, un sentido del humor muy burro e irreverente, que pretende, y consigue, que no nos tomemos las cosas muy en serio. Nada en serio.

Mackenzie Davis, a punto de convertirse en vampira

El reparto también ayuda lo suyo. Ahí están una jovencísima Mackenzie Davis (lánguida actriz canadiense que saltó a la fama como el Pepito Grillo de Charlize Theron en “Tully” y luego protagonizó la última entrega de “Terminator”) dando vida la reina del instituto que se convierte en vampira por amor; la chica Disney Vanessa High School Musical Hudgens convertida en la ninfómana del instituto, y los veteranos Joan Cusack, como una madre permanentemente fumada, y Dennis Leary, como el villano de la función. Es decir, un elenco muy por encima de lo que sería imaginable en una serie B, que es lo que es esta cinta, tanto en sus formas como en su espíritu.

No, “Éramos pocos y llegaron los aliens” no va a ser incluida nunca en ninguna lista de las 10.000 mejores películas de la Historia del Cine. Pero regala 90 minutos de entretenimiento descacharrante en los que las neuronas se relajan, casi podría decirse que hasta se adormilan y se dejan llevar entre sonrisas y alguna carcajada. Y entre eso o pensar todo el tiempo en el puto coronavirus y sus consecuencias, pues que quieren que les diga…

Vuelve Luchini a La Molicie descubriéndonos a Adam Sandler como un actor mucho más allá de la comedia zafia. Y lo ejemplifica con dos propuestas que aconsejo con entusiasmo…

La Guancha, 21 de mayo de 2020
Música recomendada: L’amour toujours (Gigi d’Agostino)

Que Adam Sandler fuera uno de los cómicos de mayor éxito internacional en las décadas de los 90 y 00 y en la primera mitad de los 10 es un misterio aún más insondable, si cabe, que el secreto de la masa de cierta pizza. Durante ese cuarto de siglo protagonizó engendros como “El aguador”, “Little Nicky”, “Estoy hecho un animal”, “Ejecutivo agresivo”, “Terminagolf”, “Mr. Deeds” (vergonzoso remake del clásico de Frank Capra), “El clan de los rompehuesos”, “Click”, “Zohan: licencia para peinar”, “Niños grandes” (primera y segunda parte), “Jack y su gemela” (coprotagonizada por un Al Pacino que no ha hecho un ridículo más espantoso en toda su vida) o “Juntos y revueltos”. Más que una filmografía, conforman una delirante y espeluznante galería de los horrores.

Avalado por un éxito de taquilla tras otro, a mediados de los años 10, Sandler “ficha” por Netflix para convertirse en uno de los abanderados de la producción propia de la plataforma. Sus dos primeros proyectos no pueden ser más descorazonadores; “The Ridiculous 6”, una parodia del western indescriptiblemente vergonzante, y “The Do-Over”, un thriller cómico que, siendo generosos, no pasa de imbecilidad supina.

“The Meyerowitz Stories”

Pero, de repente, vaya usted a saber por qué, en 2017 a Sandler se le ilumina una bombillita y se embarca en el proyecto de un director neoyorquino muy de moda entre los híspters, Noah Baumbach. La película se titula “The Meyerowitz Stories” y cuenta la complicada relación de tres hermanos con su padre, un artista egocéntrico, egoísta, ruin, miserable y desnaturalizado. Con una caracterización muy singular, luciendo barba desaliñada, una incipiente papada y vistiendo de aquella manera (por ejemplo, con bermudas y chaqueta), Sandler da vida al mayor de los tres hermanos y no sólo logra una extraordinaria e inesperada composición, doliente y rica en matices, muy peterpanesca, sino que se defiende de tú a tú en intensos duelos dialécticos con una vieja gloria como Dustin Hoffman, que interpreta a su padre. Al final, resulta que Sandler es un pésimo cómico pero un buen actor… dramático. (Un inciso: ya había dado una pequeña prueba de ello en 2002, cuando se puso a las órdenes a de Paul Thomas Anderson en la inclasificable “Embriagado de amor”, pero parecía más un accidente y mérito de Anderson que otra cosa).

“The Meyerowitz Stories” es una notabilísima película, que alterna los momentos más melancólicos con unas muy bien dosificadas gotas de humor negro y define a la perfección el universo de Baumbach, siempre obsesionado con familias disfuncionales y rotas, y sienta los cimientos de lo que habría de ser su siguiente filme, el alabadísimo y premiadísimo “Historia de un matrimonio”, que, sin embargo, a mí me parece que está un punto por debajo de éste. Además de Sandler y Hoffman, en su espectacular reparto figuran Ben Stiller, Emma Thompson, Judd Hirsch, Adam Driver… y hasta Sigourney Weaver haciendo de Sigourney Weaver. No la había visto hasta ahora y le debo dos de las mejores horas que he pasado en los execrables últimos dos meses.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más, como decía SuperRatón.

“Diamantes en bruto”

Después de “The Meyerowitz Stories”, Sandler vuelve a las andadas con “La peor semana” y remonta un poco el vuelo con la entretenida e intrascendente comedia de enredo e intriga “Criminales en el mar”, uno de los mayores éxitos de la historia de Netflix que le debe mucho a la presencia de una esplendorosa Jennifer Aniston, que cada año que pasa parece un año más joven (¿en qué estaría pensando Brad Pitt?). Y, acto seguido, llega la bomba, “Diamantes en bruto”.

Rodado en 2019 y estrenado en España, directamente en la plataforma, a principios de 2020, el filme dirigido por los hermanos Bennie y Josh Safdie es una perita en dulce para cualquier actor y Sandler la aprovecha, y de qué manera. Convertido en un joyero judío de Nueva York endeudado hasta las cejas con la mafia por culpa de su afición a las apuestas deportivas y con una incontenible diarrea verborreica, el actor es el neurótico protagonista absoluto de un thriller urbano frenético, desmadrado y desenfrenado, sin un momento de pausa a lo largo de sus más de dos horas de metraje. Seguido por una cámara que no para quieta en ningún momento y con un montaje que puede llegar a resultar hasta un punto mareante, Sandler brinda un fascinante ejercicio de histrionismo controlado: siempre está a punto de pasarse de la raya pero siempre se contiene a tiempo. Su despreciable y, al mismo tiempo, digno de conmiseración Howard Ratner es uno de esos personajes que marcan, y para bien, la carrera de cualquier actor. De hecho, se llegó a comentar que podría haber sido nominado al Oscar por esta interpretación y, la verdad, no hubiera sido para nada injusto.

Quién me iba a decir a mí que, además de para que me roben unas cuantas, demasiadas, semanas de mi vida (y unas cuantas cosas más que no vienen al caso), el puto coronavirus me iba a servir para descubrir, gracias a dos peliculones como “The Meyerowitz Stories” y “Diamantes en bruto”, que ese tipo llamado Adam Sandler al que había despreciado durante casi 30 años era un gran actor. Vivir para creer.

Segunda entrega de Alberto Luchini. Esta vez, dos recomendaciones muy eclécticas para gastar sofá y TV. “Noche de bodas” y “Noche de juegos”. Diversión garantizada.

“La noche me confunde”, decía un filósofo cubano en la década de los 90. “La noche no es para mí” cantaba en los años 80 el grupo Video (con la extraordinaria producción, por cierto, del mítico Tino Casal). Ambas afirmaciones le van como anillo al dedo a los protagonistas de dos producciones estadounidenses que se convirtieron en dos de las más agradables sorpresas de los últimos dos años y que actualmente son de lo más entretenido y divertido que se puede disfrutar en plataformas digitales: “Noche de bodas” (Movistar+) y “Noche de juegos” (Netflix).

La primera está codirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett y, a primera vista, sólo a primera vista, se encuadra dentro del género de terror, porque en realidad es una comedia negra desenfrenada. Una mujer pasa su noche de bodas en casa de la muy peculiar familia de su marido y, para convertirse en uno de ellos de pleno derecho, tiene que cumplir una vieja tradición, participar en un viejo juego de mesa que incluye diversas pruebas. La que le toca es aparentemente sencilla, el escondite: consiste en que tendrá que esconderse hasta el amanecer e intentar sobrevivir mientras toda su familia política (niños incluidos) intenta matarla. A partir de aquí, el desmadre absoluto, con violencia a tutiplén, una protagonista desvalida que acaba convirtiéndose en una especie de Rambo, delirantes y muy gore muertes colaterales y todo tipo de situaciones descacharrantes rayanas en el surrealismo.

Visualmente impactante y desbordante de imaginación, irreverente e iconoclasta, la película tiene un ritmo frenético y no concede ni un respiro. Además, incluye ciertas cargas de profundidad sobre la sociedad (ay, esos linajes de rancio abolengo que se consideran tocados por la divinidad… o por Satán), el amor o la familia que la hacen ir un paso más allá de lo habitual en este tipo de cine. Y el final es una macabra, gozosa y desternillante fiesta de fuegos de artificio.

Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta

Sin olvidarnos del reparto. Al frente del mismo, la guapísima actriz australiana Samara Weaving, que puedo prometer y prometo que no sólo no es Margot Robbie sino que ni siquiera son familia, aunque se parezcan como dos gotas de agua. De quien sí es pariente es del actor Hugo Weaving (el Agente Smith de la saga “Matrix” y Elrond en la saga “El señor de los anillos”), que es su tío. Antes de “Noche de bodas”, su carrera se limitaba a pequeños papelitos en cine y mucha televisión, con la protagonista de “La niñera”, de McG (curiosamente, otra comedia de terror satánico), como principal logro. Aunque no va a alcanzar la cotas de su “gemela” y compatriota, tiene todos los mimbres, talento, belleza y personalidad, para convertirse en estrella.

Y luego está, como secundaria, una despendolada Andie McDowell, como matriarca desaforada de su familia, cruel y ultraviolenta. Un personaje poco o nada habitual en la trayectoria de una actriz habituada a papeles dulces y encantadores y en la que, dicho sea de paso, pienso prácticamente a diario al levantarme por la mañana: su rostro, el de Bill Murray y el “I Got You Babe” de Sonny y Cher se me instalaron en la cabeza cuando empezó el pesadillesco día de la marmota que estamos viviendo y no sé si algún día seré capaz de sacarlos de ahí.

Rachel McAdams y Jason Bateman en “Noche de juegos”.Rachel McAdams y Jason Bateman en “Noche de juegos”.

La segunda película en cuestión, también realizada por un tándem, John Francis Daley y Jonathan Goldstein, es formalmente un thriller pero, como la anterior, acaba siendo una comedia en toda regla. La protagonizan Max y Annie, un matrimonio loco por los juegos de mesa, que una vez a la semana se reúnen con sus amigos para dar rienda suelta a su salvaje competitividad. (Un inciso: ¿cuántas broncas familiares, o incluso hasta algún divorcio, no habrá provocado una intensa partida de Risk?). Hasta que aparece el hermano de él, largo tiempo ausente, y les involucra en un juego muy real en el que alguno de ellos va a ser secuestrado.

Con evidentes reminiscencias de “The Game”, el muy recomendable filme dirigido por David Fincher y protagonizado por Michael Douglas en 1997, “Noche de juegos” es, como su propio nombre indica, un juego, en el que la delgada línea roja entre realidad y ficción se traspasa, en un sentido o en otro, en varias ocasiones y las escenas de acción se alternan con gags, fundamentalmente verbales, muy conseguidos. Para el espectador es como jugar a un videojuego sin joystick o, mejor, al clásico MasterMind: no puede decidir qué es lo que va a hacer en cada momento cada personaje pero si puede jugar a anticipar sus movimientos.

Jason Bateman y Rachel McAdams demuestran ser unos muy notables comediantes y, encima, entre ellos hay una magnífica química. Los cinco minutos iniciales, en los que se cuenta cómo se conocieron y cómo se enamoraron sus personajes son impagables. Y el resto del metraje es un divertimento de altura, intrascendentente y brillante, para evadirse de la angustia de este día de la marmota. Maldita sea… ya me repiquetea otra vez en la cabeza ese monótono “I Got You Babe”…