Mallorca es mucho más que un destino maravilloso donde el Mediterráneo se expresa con sus mejores luces. Mallorca es una actitud. Una actitud que, en el caso del hotel Castell Son Claret, adquiere su aspecto más delicioso y onírico. En este hotel se permite soñar, y más todavía desde que el talentoso chef Jordi Cantó ha tomado su restaurante Sa Clastra, lúdica y virtuosa metáfora mediterránea…
Mallorca está proyectada por la misma energía del amor Dalai Lama
Debo recomendar alguna de las nuevas pool suites (con piscina privada) que se esconden, apartadas del edificio-castillo central (a un minuto a pie entre hermosos jardines o, con un golpe de teléfono, en carrito de golf con chauffeur). No es una recomendación baladí si uno aprecia su espacio de vacaciones en estos tiempos de inciertos frenesís. Tras tantos meses preguntándonos desde la melancolía “quien pararía la lluvia”, este verano el descanso en casi libertad debe ser formidable. Más que un desquite, un reset obligatorio para acometer nuevos futuros. He podido certificar que Son Claret tiene todos los números para ello. Y, sin duda, la suite con piscina es su cima. Y no porque el resto del establecimiento desmerezca, ni porque su afilada piscina flanqueada de olivos no sea pura ensoñación. Pero ya que estamos…
Hotel Castell Son Claret. Mallorca.
El Son Claret, a pesar del señorío de su construcción, se mimetiza -desde un lujo sobrio, fino y silente, orgulloso de jardines y con los olivos como relato estético continuo- con el Mediterráneo en las estibaciones de la Serra de Tramuntana (Patrimonio Mundial por la UNESCO), y el cómodo y elegante transfer del hotel no toma más de media hora desde el aeropuerto de Palma.
El breve sendero que te aleja ya por fin del asfalto, entre pinos, olivos y montes, es la primera “cura” antes de llegar a destino. Allí ya todo se diluye en el silencio verde y la quietud solar. A partir de ahí ya estás sólo… con el Mediterráneo.
Restaurante Sa Clastra. Hotel Castell Son Claret. Mallorca. Fotos: Xavier Agulló.
“Pleased to meet you”, Jordi Cantó No es fácil salir de la suite, te lo digo; pero la promesa del nuevo chef del flamante restaurante Sa Clastra, el virtuoso y emocional Jordi Cantó (ex jefe de cocina del Zaranda de Fernando Arellano, que consiguió en este mismo local dos Michelin), no es negociable.
Jordi la juega con un excitante swing, con las manos hundidas en los paisajes mallorquines pero la mente traviesa y abierta. Se divierte, y mucho, transitando el producto local y la tradición isleña con un desparpajo inaudito fruto de su creatividad. La cocina de Cantó es celebrativa y lúdica, chispeante y colorida; pero siempre, al fondo emocionada de la tierra y el mar de Mallorca. Control del territorio y libertad compositiva, voilà!
Tras pasar por las manos del muy funky bartender, Roberto Muscaridolo, nos ponemos en las del sumiller, Sebastián Longo. La propuesta inicial va a ser la narración de todo el menú… Torre d’es Canonge, giró ros, 2016. Un vino “de colores” que te lleva desde el trópico a donde quieras. Los panes, todos maison, focaccia, tradicional, integral de xeixa… con picual mallorquina. Los aperitivos: frit de sang (receta de la zona con verduras y sangre), pan bao relleno de sepia, crujiente de lengua de ternera con alcaparras. Sabores francos, sin tretas.
Restaurante Sa Clastra. Hotel Castell Son Claret. Mallorca.
Vamos ya. Codorniz en escabeche (muy suave) con encurtidos y terrina de patatas. Delicia… Sabayón de erizo de mar con carne de centolla y huevas de salmón, “one for the money, two for the show…” Salmonete con suquet de sus espinas, piel frita, bombón de gamba, escuela de sabores finos. Hit de la noche: ensaimada de estofado de cordero, el mediterráneo ahora viene de la otra orilla y de Oriente, albóndigas fritas con tzaziki, sobrasada de hummus, aires de ras el hanout, compendio de culturas y gozos.
Arroz pobler de gallina con estofado de sepia, cobertura de carpaccio de gamba roja de Andratx y anguila ahumada, todo un homenaje a la albufera mallorquina. Y, oye… Liebre en dos vuelcos: consomé (ligerísimo) de falsas burballes de sangre, lomo asado, foie gras, rillette… Un plato ebrio de sabor, pero prolijo en matices. Bizcocho de algarroba con espuma de queso de oveja y cítricos, visión paisajística, y albaricoque en trompe l’oeil con puré de orejones, arroz con leche, huevo y miel de romero.
Restaurante Olivera. Hoterl Castell Son Claret. Mallorca- Fotos: Xavier Agulló.
Restaurante Olivera, producto y producto
El desayuno es delicioso. En la terraza, frente a la avenida de césped jalonada de olivos que lleva a la piscina, el silencio y la quietud invitan a alargarlo con la selección de quesos, de embutidos, de yogures caseros, de bollería de la casa, de huevos (benedictine, sí), de fantasiosos zumos détox, de cava si se quiere…
Y luego está el restaurante Olivera, un canto al producto con muy pocos adjetivos. Con un servicio muy empático, la tarde va cayendo entre almendras tostadas con especias, olivas mallorquinas, alioli de azafrán, ese pan hecho allí mismo… El tiempo transcurre sin ninguna prisa aquí, en ese maravilloso ahora. Y llegan los pergaminos de gamba (rollo primavera) con salsa de mango… Y las opulentas ostras Girardeau con toques: wakame, ponzu, rábano picante… La burratina, fresca y limpia, da paso al steak tartare (con perfectas patatas fritas) y al magret de pato con colores de frutos del bosque…
Lo que te decía… Pool suite. Hotel castell Son Claret. mallorca. Foto: Xavier Agulló.
A la mañana siguiente, tiempo de jardín y piscina privada en la suite, mímesis con un cuadro de David Hockney. Un milano real, sobre nosotros, acecha majestuoso alguna presa, el cava está frío en la cubitera, la Serra de Tramuntana trae un suave viento que rompe el silencio mediterráneo…
Esa maldita sensación de felicidad, sí.
Hotel Castell Son Claret Carretera, km 1.7. Es Capdellà, Calvià (Mallorca)
Tel. 971 13 86 29
Email: info@castellsonclaret.com
castellsonclaret.com/es/
Habitaciones a partir de 475 €
Pool suite: 2.300 €
Restaurante Sa Clastra: dos menús-degustación (95 € y 120 €)
Maca, Anna y Marina. Maca de Castro. Mallorca. Foto: Xavier Agulló.
Vuelvo a Mallorca, y vuelvo otra vez con la queridísima Anna Morelli, editora de la revista Cook_Inc (Vanderberg Edizioni, Lucca, Italia), en esta ocasión para dejarnos seducir (y rendir) por la mente aventurera, provocativa y oniricamente enraizada en la isla de Maca de Castro. Aquellos días deslumbrantes… El artículo original fue publicado a principios de este año.
Oculta la tímida y hasta enigmática sonrisa de Macarena, Maca en el trato corto, una rara ferocidad, una determinación asombrosa y un tesón indesmayable que se desvelan sólo después de compartir horas, conversaciones y mallorcas con ella. No es una mujer de pirotecnias fáciles Macarena cuando debutas en su amistad; au contraire, es persona de pocas palabras y muchas miradas, de frases sin circunloquios e ideas concretas. En esas conversaciones sin artificios es cuando se va descubriendo que, tras la aparente circunspección, habita una mujer indómita, una cocinera arrebatada. Y libre. Entonces va aflorando la otra Maca, la de la risa solar, la de las travesuras y las transgresiones. Y se hace por fin el caleidoscopio irresistible que es en realidad Macarena de Castro.
“My charcoal’s getting red hot,
Put your order in my hand.
Won’t you let me show you what I got
Sizzlin’ in the pan”. ZZ Top
Sentados en la veranda del bistrot. Aquí, en Jardín Bistrot, este restaurante de umbrosa terraza anexo al famoso Maca de Castro, comenzó todo hace 23 años. Aquí se creó el primer establecimiento hostelero de la familia. Un buen lugar para recordar… “Con 15 años, trabajaba de camarera en esta misma sala durante los veranos, junto a mi hermano Dani (a día de hoy, su mano derecha). A los 17 me pasé justo al lado, lo que hoy es mi Tapas, que entonces era una hamburguesería, y allí estuve, aunque no me gustaba nada, sirviendo burgers hasta los 19.
Cuando Maca “se cayó de la plancha camino a San Sebastián”. Como Pablo de Tarso camino a Damasco, cuando fue cegado por un fulgor en el cielo que le hizo caer del caballo y, al poco, convertirse al cristianismo, Maca vio el brillo de una ponencia de Carme Ruscalleda en el congreso Lo Mejor de la Gastronomía, que se celebraba en San Sebastián, y se despeñó de la plancha. Fue su conversión a la cocina. A la alta cocina. A fuer de sinceros, no obstante, debemos apuntar que Maca, la niña, ya apuntaba sofisticaciones gastronómicas: “Con cinco años -rememora ufana- fuimos a Lucio, en Madrid, y dejé clavado al camarero al pedirle un steak tartare cortito de mostaza y sin cebolla. ¡Pero es que yo ya lo comía en casa y tenía ideas muy claras respecto a los aderezos!”. No cesan sin embargo en esta pequeña anécdota los signos de que la pequeña Macarena lo tenía claro: “A los 7 años, pedí como regalo de cumpleaños invitar a cuatro amiguitos a mi casa y que mi padre nos cocinara y mi hermano nos sirviera”. Glups.
Macarena de Castro. Maca de Castro. Alcudia. Mallorca. Foto: Xavier Agulló.
Tras la “imposición de manos” de la Ruscalleda, ya no hubo vuelta atrás. Y justo saliendo de San Sebastián viajó a Asia para ver y pensar… A la vuelta la decisión ya estaba tomada: “Papá, quiero estar en la cocina”. Y así fue como Macarena comenzó a cocinar aquí mismo donde nos encontramos platicando, que por aquel entonces se llamaba El Jardín.
“Surfin’ is the only life the only way for me
Now come on pretty baby and surf with me, yeah!” Beach Boys
Los duros principios de la leyenda Llampuga con sofrit y berenjena. Con este plato que aparece en medio de la tertulia, delatando sin aspavientos la prodigiosa gestualidad de Macarena, capaz de moverse a la vez hacia las sutilezas y hacia las potencias, siempre con Mallorca en la mente, se presenta otra de las pasiones de la chef, el surf. “Con cinco años era una fiera del surf”, explica, aunque “ahora he cambiado la tabla por un velero”. Pero el mar mandando… Y aquella otra Macarena insospechada, la rebelde. Lo cuenta Eva Plasencia, la fotógrafa que nos acompaña, vieja amiga de la cocinera: “Con 8 años, Maca ya conducía coches, y a saco, por la playa vacía, a toda hostia”. Sigue girando el caleidoscopio de Castro…
“Tiempos nuevos, tiempos salvajes”. Tras meterse en el Jardín (el actual Bistrot) a cocinar, nuestra heroína advirtió que llegar a ser una Ruscalleda no era un rose garden. El equipo la puteaba, y tras seis meses de estudiar en la Escuela de Hostelería de Palma de Mallorca, lo dejó porque se aburría. Macarena necesitaba fiesta y las clases eran un estrecho corsé. “Quiero trabajar aquí en verano, OK”, anunció; pero “en invierno me voy a dedicar a viajar y hacer stages por el mundo”. Esta ciudad no es lo suficientemente grande…
Huevos de la abuela con jamón y patatas confitadas. Una brutalidad gulesca que trastorna el cenáculo… Breve resumen de los aprendizajes invernales de Macarena: Hilario Arbelaitz (punto decisivo), Andoni Luis Aduriz (descubrimiento del rock and roll en estado puro), Manolo de la Osa, Francia y Tailandia a saco… Y el revolucionario estadounidense (Nueva York) Wylie Dufresne, otro de los turning point de Maca. “Me dijo justo antes de Fin de Año 2004: ‘te doy tres ingredientes y me hace un plato para la cena del reveillón. Cogí yema de huevo, clara cuajada y caviar y triunfé”.
Así las cosas, e introduciendo cada verano en su carta mallorquina, a su manera, los diversos sabores y combinaciones que aprendía en invierno, Maca, en 2008, le pidió la discoteca a su padre (el edificio anexo de donde estamos), que a la sazón la tenía alquilada, para montar un salón de eventos. La idea parecía buena, pero la crisis obligó a una nueva reflexión. Y Macarena no se cortó un pelo: en la planta de abajo, el bistrot; en la de arriba, su menú-degustación.
“Levántate y lucha, esta es tu pelea”.
En 2011 el mundo le dio la razón a de Castro: primera estrella Michelin, efemérides que aprovecho para montar una cocina propia arriba, en su restaurante creativo. La noticia la recibió cenando en Martin Berasategui durante Gastronomika. Para celebrarlo, se fue a Las Vegas con el gran chef español triunfador en Estados Unidos, Julián Serrano, que sólo llegar me llevó a su casa, abrió una botella de Crystal, una lata de caviar y me aconsejó: ‘lo que debes hacer es pasártelo bien con la cocina, todo lo demás es accesorio, incluidas las estrellas’. El de Julián fue el último stage que hice, y sin duda uno de los más decisivos en mi carrera profesional y en la manera de enfocar la vida”.
En el huerto. Maca de Castro. Mallorca. Foto: Xavier Agulló.
La aventura de Uruguay Regresando de Las Vegas, en 2013, Maca se fue de vacaciones a Argentina, y de allí a Punta del Este. El lugar la fascinó, y aquel mismo año se llevó a su hermano Dani a Uruguay, pertrechado tan sólo con un dossier de prensa. Vieron un restaurante cerrado y cayeron… A los pocos meses, llamó la propietaria para asociarse con ellos. “Haz el restaurante que quieras”, le dijeron.
“Abrimos sin ninguna ayuda, con lo que había, con una cocina china barata y sin que nadie, nadie, supiera que yo tenía una estrella Michelin en España”. Maca la tímida, la prudente. No duró mucho el anonimato: un buen día apareció Gaby, el chef de Krizia (Buenos Aires) y se acabó el disimulo: ‘¿Vos quién sos? ¡Está todo perfecto!”. Gaby comenzó a largarlo y fue el boom. Siguieron cinco años sin perdón, con 240 pax por noche. Pero un desengaño amoroso y un excesivo aprovechamiento de la propiedad acabaron por fin, en 2017, con la aventura americana. A punto de explotar, Maca se pone en manos de un psicólogo y, después, marcha, sola, a Asia. El momento de la reinvención. Cambia el nombre de su restaurante bandera en Mallorca por el suyo propio y…
De Uruguay a Düsseldorf (Alemania) Coincidiendo con el final uruguayo, llegó el principio alemán. A partir de una boda que le hizo Maca al propietario del (futuro) local de Düsseldorf, hotelero germano, brotó la química. Con tres condiciones que puso de Castro: “Perfecta ubicación, no quiero gestionar el restaurante y no quiero que lleve mi nombre”. Sí a todo. A finales de 2017, ella y Dani abren el 20 grad en la capital de Renania. El local está cada día a full.
«Amo a Mallorca… por la fruta de mi jardín, el olor de la madera de los olivos, el sol entre las rocas del Teix, el ruido de las ovejas por las noches…». Robert Graves
Maca de Castro. Alcudia. Malorca. Foto: Xavier Agulló.
Las insobornables raíces mallorquinas… ¿Huerto propio ecológico y a la antigua? Sí; pero más… El 98% de lo que se sirve en el Maca de Castro llega de ahí, ese gran huerto extendido al lado mismo de la albufera y su rico ecosistema. Maca pasa gran parte de su vida ahí, en el tractor, conversando con Pedro, su agricultor, plantando variedades remotas, alimentando a los animales… Por supuesto, una de las estrellas del huerto es el arroz bombeta, al que cuida con especial mimo (recordemos que estamos al lado de la albufera). Pero ésta es sólo una parte. Recorremos parsimoniosamente, con Maca y con su pareja, la luminosa Marina, vieja amiga con la que he recorrido y reído medio mundo antes de que cayeses enamorada de Maca, y que, conociendo el paño, se ha traído disimuladamente una caja de cervezas, y nos fascinamos con los patos, con los frutales, con los cítricos, con las gallinas (raza autóctona), con las hortalizas, con las aromáticas, con esos cacahuetes insólitos, tiernos, un descubrimiento impensado… Y paseando por el huerto, paseamos por el mismo menú-degustación de Macarena…
«Me encanta Mallorca porque esta isla ha sido proyectada por la misma energía del amor». Dalai Lama
Degustando Mallorca, cautivados por Macarena… La calabaza nos abre los ojos a Macarena en esta noche de mesa imperial, risas y descubrimientos. Conocemos a su padre, un hombre seductor que siempre compaginó sus negocios propios con la dirección (sin hablar idiomas) de una cadena de hoteles en Mallorca, y que todavía tuvo tiempo (“aunque era muy duro”, ríe Maca) para entusiasmar, apoyar y alentar la carrera de sus hijos. Y la calabaza, que es una esencia, nos baila rock salvaje con una yema curada en sal y la caballa seca para volvernos a su propia alma, que está en Macarena. La calabaza… Metáfora del libertinaje, de la voladura de fronteras y tautologías que marca la cocina personalísima de de Castro, sabores sin domar, sinceridades y feroces armonías que la chef se juega sin red.
Menú. Maca de Castro. Alcudia. Mallorca. Fotos: Xavier Agulló.
Comenzando así, sólo se puede ir hacia arriba: corteza de gallo de San Pedro soportando el cangrejo azul con mahonesa de nuez y ese cacahuete tierno que es estupefaciente sensación pre-verde.
La anguila con botifarró y raïm de pastor en coca milhojas nos hace jugar al póker con los sentidos, siempre esa pasión por caminar lo ignoto.
“Rock suave, con frío de cuchillo…” O cuando la sutileza lleva a la locura: berenjena, hierba luisa, llampuga y su caldo.
Leche de oveja, bogavante, tuétano, y ¿sabes? voy a esperar para correrme…
Afilada Maca. Elementos precisos, contrastes explosivos… Creatividad sin adjetivos. Cigala en exacta cocción, su caldo y reloj de hojas, implosiones y dulzuras, cada cucharada un nuevo cristal de colores, los colores de la estación… Raor y su gazpacho, alcaparras con sal, azúcar y kombucha. El ojo del torbellino, exquisitez y fuzz en una sola emoción.
Morro, cococha y tripa de brótola, su pilpil, un obsceno gangbang marino, insondable, mesmerizante.
Gallo de San Pedro curado en sal y soasado en crudo, las potencias de las jugosidades.
El viaje a la pornografía organoléptica acaba en la remolacha pasificada con reducción de pies de cerdo y morro de ternera.
Y nos derramamos con la piña, la resina, la horchata de piñones… Y la crema de café de higos con licor de vainilla.
“La mayoría de cocineros se basan en las recetas: yo no, a mí me aburren; yo lo que quiero es entender el producto”.
Maca, ha quedado patente, va mucho más allá de la arqueología sápida mallorquina, pero su cocina es pura Mallorca. La esencia del Mediterráneo. “Abro los ojos y veo el Mediterráneo, es sencillo”. Lo complicado está en gestionar esa libertad a la que jamás renunciará. Libertad y convencimiento telúrico (“en vez de salmón, salmonete), Mallorca bajo los pies y espontaneidad en la mente. “Trabajo con intuiciones, y no tardo más de dos días en elaborar una idea, aunque luego pueda evolucionar hablando con los clientes, los productores”.
Cocina inmediata. Vanguardia sin límite de velocidad. “Soy un alma libre”.
«Ves cosas y dices, ¿por qué? Pero yo sueño cosas que nunca fueron y me digo, ¿por qué no?». George Bernard Show
Maria Solivellas. Ca Na Toneta. Caimari (Mallorca).
Fue mi querida y fascinadora camarada (amiga) Anna Morelli, mujer de gastronomías muy nacidas y más viajadas, y editora de la revista Cook_Inc (Vanderberg Edizioni, Lucca, Italia), quien me propuso una «inmersión» en el telúrico y maravilloso mundo de María Solivellas. Y así fue como vivimos esa Mallorca íntima, remota y a la vez contemporánea Anna, Maria y yo. El artículo original fue publicado en 2019.
El que no se posee a sí mismo es extremadamente pobre. Ramon Llull
Discurre el tiempo calmo, casi estático, en Caimari, delicioso y remoto pueblo oculto a las insolentes miradas “guiris” en lo profundo de la mallorquina Serra de Tramontana, mientras aguardamos a Maria Solivellas, la chef cuyo compromiso por Mallorca, sus territorios, sus tradiciones y sus desconocidos sabores la arrancaron de un vertiginoso futuro de focos y “backstages” rockeros en el furor del “show business” de New York.
Estamos aquí para, lejos de fragores, recorrer con ella sus paisajes, que son su imaginario, que son su sensibilidad, que son sus platos. Su vida. Y para intentar captar con sus ojos emociones gastronómicas perdidas: el alma cultural y culinaria de Mallorca…
Maria y Teresa Solivellas. Ca Na Toneta. Caimari (Mallorca).
10.00 h. Caimari. El bar Ca Na Tomé, a pocos metros de Ca Na Toneta, el restaurante de Maria y su hermana Teresa, es el primer punto de encuentro. El equipo, con Anna y con la fotógrafa inglesa Claire O’Keefe (artista también involucrada en la provocadora “joyería efímera”, piezas “vivas” manufacturadas con ajos, chiles o ramos de olivo con breve fecha de caducidad), está completo. Llega Maria… “Me gustaría enseñaros el molino de piedra de Sebastià, ‘es moliner’ como se le conoce aquí, que está en Sa Pobla (localidad cercana, conocida por su riqueza agrícola, especialmente las patatas y el arroz de su albufera) y es el último que queda”. Aunque Sebastià ya hace tiempo que se jubiló, explica la cocinera, sigue trabajando para unos pocos conjurados con la honestidad, entre ellos para Maria. “El drama -sigue la chef- es que el molino desparecerá muy pronto, porque su hija, que no quiere saber nada de molinos tradicionales, tiene un comercio de fitosanitarios justo detrás del molino y quiere ampliar”. Tremenda paradoja; terrible signo de los tiempos. Hoy, es bien cierto, pocos son los que quieren seguir “la escondida senda” alejada de aquellos a quienes “la sangre ensalza o el dinero”. No hay futuro para un molino tradicional de piedra excepto para determinados “downshifters” que acaban convirtiendo lo sincero en “instalación gourmet” destinada a contentar la conciencia ecológica de los snobs. “Sebastià es de verdad, y a mí me ha costado 10 años ser su amiga y, con ello, recuperar el olvidado trigo “xeixa”, con menos gluten, más digestivo, dulce, ancestral”. Con ese trigo casi desaparecido, Maria ha “reinventado” las famosas “coques” mallorquinas (especie de pizza), quitándoles la grasa de cerdo y añadiendo diferentes “toppings”. La coca, por supuesto, es uno de los platos estrella de Ca Na Toneta y protagonista total en su restaurante de Palma de Mallorca, Coca Toneta. Sí, Maria ha creado escuela con la elaboración más emblemática de la isla. Como la creó cuando hace años, con gran esfuerzo personal, se dedicó a rescatar el hoy famoso (gracias a ella) pimentón “tap de cortí” (sólo en Mallorca), el secreto final de las sobrasadas mallorquinas.
Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido
…
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. Fray Luis de León
El corazón de Ca Na Toneta. En el principio de la cocina de Maria Solivellas reside su madre. El huerto de su madre. De Caterina. Cuando llegamos, dos de los payeses que se encargan de él se encuentran asando pimientos a la brasa bajo el sol. Porque “el huerto es mi cocina de producción”, sonríe Maria. Verdad: es aquí donde se genera el menú del restaurante, al vaivén caprichoso de las estaciones, del clima, del voluble espíritu mediterráneo. Colgados tiene Caterina en su porche los exquisitos “domàtigues de ramallet” (“tomates de colgar”), autóctonos de la isla, de secano, esenciales para elaborar el “sofrit” (sofrito) tradicional. “La industria alimentaria, que es perversa, los ha falsificado hasta la saciedad y a día de hoy todos los supermercados están llenos de ‘fakes’”, reflexiona Maria melancólicamente. En todo caso, aquí son de verdad, y debido a su larga duración se usan en Ca Na Toneta para diversas preparaciones. Como los higochumbos (“figues de moro”, las algarrobas, los pimientos, las judías, las berenjenas, las almendras, las olivas, los cítricos… Todo absolutamente ecológico y nativo. Por si todo esto fuera poco, Maria tiene en su propiedad, en mitad del campo, más huertos. Y su hermana, en su finca, otros tantos. En Ca Na Toneta no se hacen prisioneros.
Luego, una entrada más a la despensa del restaurante, está la vocación recolectora de Maria. “Me fascina perderme por los bosques a recoger caracoles, hierbas, setas… Tengo más vocación de recolectora que de cocinera. En realidad, Maria, antes de entrar en la cocina plantó su huerto. Fue ahí donde sintió la conexión telúrica con la tierra, con su tierra. De lo telúrico resbaló hacia lo cultural. Y más tarde hacia lo hedonista. Pero no adelantemos acontecimientos.
A pesar de tener ya una mirada fuertemente holística, Solivellas empezó a cocinar platos de fusión, los que en aquel momento eran “trendies”. “A mí aquello no me satisfacía; pero no sabía hacia donde ir”. Fue a partir de esta búsqueda ciega que se acercó a la cocina mallorquina, que en aquel tiempo no tenía ninguna presencia significativa en la isla. “Comencé a intentar entender el recetario tradicional moviéndome de pueblo en pueblo y charlando con los más viejos de cada lugar -recuerda-, y así aprendí cocina”. El shock fue cuando se dio cuenta de que la cocina popular de Mallorca era dieta mediterránea en estado puro. “Y, claro, me puse a imitar a los ancestros”. Mujer de pensamientos sinérgicos, el paso hacia la ecología casi fue trivial, porque al aprender las tradiciones entendió que no hubieran sido posibles sin el máximo respeto al “terroir”.
Sin embargo, el camino posterior a la luz no fue fácil. Con un irrenunciable talante introvertido, Maria se tomó su militancia ecologista a la tremenda. “Metabolicé la ecología desde el sufrimiento al ver todo lo que pasaba; lo abordé desde una visión anglosajona”, ríe. “Y es que me faltaba la visión hedonista, la mediterránea, la mía, no la calvinista”. Más risas. Una vez ubicada en la tradición lúdica del Mediterráneo, todo fue más sencillo. “¿Y si sólo empleo productos mallorquines?”. Y pudo.
I’m goin’ up the country, baby don’t you want to go?
I’m goin’ to some place, I’ve never been before
I’m goin’ I’m goin’ where the water tastes like wine. Canned Heat
Ca Na Toneta. Caimari (Mallorca).
De Manhattan al “terroir”.
Madrid. 2001. Maria Solivellas es una aguerrida productora musical envuelta en el rock, la música latina y el nuevo flamenco. Noches intensas con Raimundo Amador; giras agotadoras con Celia Cruz… De fiesta en fiesta. Pero ese “maelstrom” cada vez se le hace más pesado, más ajeno. “No me veía en aquel furor toda mi vida”. No; Maria se veía con un trabajo más manual, más artesano, más creativo, y comenzó con todo un clásico: la cerámica. Sin embargo, lo de siempre: “Cuando quieres dejar algo, te llueven los trabajos en el sector”. Así, le llegó la oferta definitiva, trabajar con Paquito D’Rivera en New York. Manhattan se le abría en el horizonte. “Decidí entonces irme el verano a Mallorca y pensarme bien la propuesta”. Cuando llegó, su madre y su hermana ya llevaban con el restaurante abierto tres años, en Caimari. Lo habían abierto porque se quedaron mesmerizadas con la película “Como agua para el chocolate”, pero, lo que son las cosas, un motivo tan frívolo se había tornado en gran éxito de público. Ahí menudeaban los entrecottes a la pimienta y algún que otro plato de fusión en un ambiente cálido y familiar, con mesas camilla y brasero incluido. Maria se encontró no obstante a su madre ya cansada del “juguete”, y pensó que no le iría mal ponerse en la cocina y aprender algo para mejorar su alimentación personal. Pero… Le gustó. Y se enganchó.
Llegó septiembre y había que tomar una decisión. New York aguardaba. Y justo entonces cayeron las torres gemelas. Viéndolo por la tele, Maria lo tuvo claro, lo entendió como un mensaje: no se le había perdido nada en Manhattan. Y comenzó a leer con pasión todo tipo de libros de cocina, y se puso a cocinar con su madre, que era cocinera intuitiva. “Simplemente me decía de los ingredientes: ‘Pon lo que te pida el plato’”. De esta suerte fue la Solivellas descubriendo los arcanos coquinarios, ya en serio en el restaurante.
Otra decisión. “Quité todos los platos de éxito, porque me aburrían… y dejó de venir la gente” (risas). Se puso a elaborar otras cosas, más fusión, callos, “sopas mallorquinas” y a reproducir el recetario tradicional. “Con platos como el milhojas de ternera con foie gras y reducción de PX comenzó a volver el público”, recuerda. Sí, Maria hacia la cocina que tocaba, la que estaba de moda.
Mallorca es el paraíso, si puedes resistirlo. Gertrude Stein a Robert Graves
El camino a los orígenes Maria no tiene remedio. Y comenzó a reflexionar de nuevo. ¿De dónde viene el foie gras? ¿De dónde viene todo? Y miró y miró su huerto… Y el entorno. Ahí es cuando de verdad empezó todo. “Hablar ahora de cocina de proximidad e identidad es normal, pero hace 18 años no”. El camino estaba tomado no sólo culinariamente, sino también desde lo económico y lo social, por lo que, andando, tuvo que ir redondeando las aristas que se iba encontrando delante. Ya no paró… “No hago una cocina técnicamente avanzada; yo he desarrollado otros avances, y siempre sin referencias”.
El molino de Sebastià. Sa Pobla. Mallorca.
El molino… Y Ca Na Toneta Por fin el molino de piedra, en Sa Pobla. Sebastià, “es moliner”, nos espera rodeado de sacos de harina, frente a las poleas, correas y antiguos artefactos de madera que hacen girar la muela. “Ya no hago más harina”, nos espeta. Nos quedamos estupefactos. ¿Cómo? ¡Eso no es lo que nos habías dicho, Maria! Maria es la primera sorprendida, aunque tras hablar con él dice que se encuentra mal de la rodilla y que ahora piensa así, pero será probable que en unas semanas hago algo más de esta harina de xeixa casi testimonial. Sin embargo, se respira en este “último” molino la melancolía, lo terminal, desde el silencio de los correajes…
Todavía presos de tristeza por intuir otro final, nos dirigimos a Ca Na Toneta, los algarrobos, los almendros y los olivos saludándonos desde los campos… Hablamos de la creatividad de Maria. “Yo creo muy lenta, como los paisajes que me rodean, y siempre muy influida por el recetario tradicional, que reinterpreto a mi manera”. Verdad. En María está lo remoto, pero en emotivas colisiones con lo contemporáneo. “Desde el código tradicional he creado el mío propio”, remacha. Lo primero, ciertamente, era decodificar la cocina mallorquina y sus motivos culturales; lo segundo, ponerle emoción personal. Las albóndigas, por ejemplo, las hace cuadradas, de carne con sepia. “Soy autodidacta, por lo que confío mucho en mi intuición. En mi método creativo están los sabores de mi infancia, la recuperación de variedades locales, los productores…”
Cocas. Ca Na Toneta. Caimari (Mallorca).
“Cocina verité”. “Nuestro paisaje hoy: almendra y hierbas del huerto, horchata de pino y piñón”. Luces de la Tramontana. El aceite esencial de pino rememorando sinuosamente el bosque, panoramas abiertos con sensaciones íntimas… Gírgolas, perejil y ajo. Una bofetada de autenticidad en la cara, sabores sin mixtificar. “Coca de trempó”. La felicidad en una textura brillando de sol mediterráneo, la sutileza aplicada a la sinceridad. “Llampuga (dorado) e higo en papillote de hoja de higuera. La palpitación del territorio en una cocción taumatúrgica. Judías verdes, panceta de cerdo negro mallorquín y vinagreta de almendra. Texturas ebrias de sí mismas. “Greixera” (pastel) de cerdo negro, rúcula salvaje y ciruela, el gran espectáculo de la suculencia domeñada. Fumet de gamba con huevo escaldado. Pulcritud, esencialidad, sólo gamba. “What you see is what you get”. “Raor” (lorito, un pescado de estricta temporada y de exquisitez imposible) y escalivada. La delicadeza de una carne milagrosa y la profundidad de la tierra. Sensaciones inexplicables. Queso de oveja “rotja”, con cuajo vegetal, y mahó de leche cruda de vaca menorquina también con cuajo vegetal. Y brownie de algarroba con helado de higochumbo y menta.
En una palabra: Mallorca.
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